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| jueves marzo 28, 2024

Muñecos de trapo


Desde el atentado a las Torres Gemelas en setiembre de 2001,  las matanzas provocadas por terroristas suicidas constituyen  un hecho corriente en el mundo de hoy. Particularmente en tres países musulmanes, Irak, Afganistán y Pakistán, a partir del 2003, estos atentados se convirtieron en un fenómeno repetido con atroz regularidad.En Irak hubo 25 atentados suicidas en el 2003, 140 en el 2004, 478 en el 2005, 297 en el 2006, 442 en el 2007, 257 en el 2008 y 76 en el 2009. Estos atentados produjeron miles de víctimas, hombres, mujeres y niños, en su mayoría civiles iraquíes. En Afganistán el número de atentados fue considerablemente menor, pero no dejó de ser significativo. Desde las elecciones de setiembre de 2005, las dos docenas de ataques perpetrados por los Talibanes,  mataron en su mayoría a militares y funcionarios de 

organizaciones de ayuda extranjeros y a efectivos del ejército afgano. En Pakistán, un país en el que no existe la excusa de que los asesinatos de compatriotas son parte de una presunta lucha contra ejércitos extranjeros, solo en el año 2008, por lo menos 889 personas fueron muertas y 2.072 fueron heridas en 61 ataques suicidas. Un estudio norteamericano del que informa la revista alemana “Der Spiegel” el 12 de marzo de 2009 llegó a la conclusión de que la organización terrorista Al-Qaeda mata 8 veces más a musulmanes que a no musulmanes.  Entre  2004 y 2008 por ejemplo, Al Qaeda se declaró responsable por 313 ataques, que produjeron 3.010 víctimas mortales. Si bien esos ataques incluyeron actos terroristas en Occidente, como los de Atocha en Madrid, en el 2004 y Londres en el 2005, solo un 12% de los muertos (371) fueron occidentales.

Ninguna de esas matanzas indiscriminadas despertó grandes reacciones ni en el mundo musulmán ni en el resto del mundo. Nada comparable a la ola de indignación que se produjo cuando a un caricaturista danés se le ocurrió describir  al Islam como una religión no exactamente pacífica, algo fácilmente comprobable en el mundo actual , o cuando al Papa Benedicto XVI se le ocurrió evocar con ingenuo realismo histórico la historia bélica del Islam en Europa  o cuando Israel se hartó de los cohetes disparados desde Gaza contra su población civil y reaccionó tardíamente con una operación militar, algo que cualquier país en una situación similar, habría emprendido mucho antes. Casi podría hablarse de una conspiración de silencio, una especie de silencio políticamente correcto, por el cual los muertos musulmanes que son víctimas de atentados no existen o son meros muñecos de trapo, sobre los cuales no vale la pena hablar. Para muchos musulmanes, los muertos se dividen en políticamente útiles y en convenientemente olvidables. Los primeros obviamente son los muertos por “culpables naturales” como los occidentales, y principalmente los Estados Unidos e Israel, los segundos son buenos musulmanes asesinados por otros buenos musulmanes. Si de parte de numerosos árabes y musulmanes existe cierto pragmatismo cínico por el cual se grita tan solo por los muertos políticamente utilizables, sectores importantes en Occidente encubren detrás de cierta condescendencia con el terrorismo islámico un inconfesado  desprecio racista hacia los musulmanes y principalmente hacia los árabes.
Sin embargo, la actitud hacia los judíos es bastante peor.  En los últimos años, se ha publicado una profusa literatura de análisis histórico, cuya más reciente expresión fue “El crimen occidental” de la ensayista francesa Viviane Forrester.  En estos trabajos se revela la profunda complicidad de gran parte de Europa con los crímenes nazis. Otra literatura de la cual es un buen ejemplo  el libro “La nueva judeofobia” del filósofo, politólogo y sociólogo francés Pierre André Taguieff, desmenuza analíticamente el nuevo antisemitismo, y revela su semejanza con el antisemitismo tradicional pese a que suele ocultarse detrás de disfraces ideológicos como el antisionismo o el apoyo militante y carente de sentido crítico de la causa palestina.
Esa revisión crítica del odio anti-judío en sus formas actuales ha permitido detectar que vivimos un “nuevo tiempo del desprecio” utilizando el título de una célebre novela de André Malraux. Como en la época de Hitler hay una indiferencia marcada frente al odio militante. Es el de los políticos que prefieren ignorar elegantemente las amenazas del presidente iraní Mahmud Ahmadinejad contra la existencia del estado de Israel que constituyen una virtual promesa de un nuevo holocausto. Es el  de quienes tienen mucho que decir cuando Israel construye un muro contra el terrorismo, pero no tienen nada en contra cuando España construye un muro contra los inmigrantes ilegales o cuando Egipto construye un muro frente a Gaza para impedir el contrabando. Es el de los defensores selectivos de los derechos humanos  que mantienen una silenciosa complacencia con el antisemitismo difundido en el mundo árabe y musulmán…..muy similar a la complicidad tácita con el Sr. Hitler, como lo llamaban respetuosamente muchos “realistas políticos” de los años 30 del siglo pasado.
Frente a la deshumanización extrema que representa  el terrorismo suicida, no cabe el silencio ni discreto ni indiscreto. No podemos aceptar que seres humanos sean convertidos en muñecos de trapo que pueden romperse en un juego macabro. La opinión pública mundial debe condenar en forma clara, inequívoca, este genocidio minorista que se desarrolla ante nuestros ojos. Si lo aceptamos como parte de la normalidad, tendremos muy buenas chances, de convertirnos, tarde o temprano, en sus víctimas.

 
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