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Los medios de comunicación esperan que Israel rescate a Obama


barakobama3Daniel Greenfield

19 de enero de 2011

Obama necesita una victoria. En algún lugar. Después de perder el congreso y de regreso de otro inútil viaje internacional, esa victoria tiene que venir de alguna parte. Superado tácticamente en el frente interno, necesita desesperadamente recuperar su estatura y eclipsar al nuevo Congreso Republicano con un logro importante. Y está claro ahora, incluso para sus más tontos partidarios de los medios de comunicación, que tal logro no vendrá a través de otra gira internacional.

Su estatus político como ocupante de la Casa Blanca, y su propia fama personal, tienen el significado que puede saltar dentro del Air Force One y lograr una recepción en la mayoría de los países. Pero obtener cócteles lanzados en su honor y ser escuchado son, de hecho, dos cosas diferentes. Internacionalmente, Obama se ha convertido en un «invitado a una fiesta», cuya asistencia atrae estatus y a medios de comunicación, pero que no debe ser tomado en serio.

Agrietar, tanto al nuevo Congreso como a la comunidad mundial, es difícil sin influencia. La mayoría de los presidentes han entendido que su influencia venía de representar los intereses estadounidenses. Pero Obama ha actuado como si su carisma y su genio, automáticamente, harían que todo el mundo escuchara lo que tenía que decir. Y no ha sido así. Sus cualidades personales lo han convertido en un invitado internacional trotamundos, no en un líder mundial. Y ahora – que necesita ser un líder mundial, para impresionar al congreso, al público y a la comunidad mundial – circula de la misma manera pasada de moda. Yendo tras el único país sobre el que todavía tiene influencia.

La creación de un estado palestino es inviable en la práctica, pero necesario políticamente

Que es la razón por la que numerosos presidentes, primeros ministros y líderes del mundo se han lanzado a la tarea. El mundo musulmán ha frustrado, cínicamente, todos los llamamientos para reformas o para una ofensiva contra el terrorismo, con la afirmación que el verdadero problema en la región es Israel. Desafortunadamente, pocos diplomáticos estadounidenses fueron capaces de ver a través de ese teatro de marionetas. Y aún más, lamentablemente, pocos han querido ver a través de él.

A mitad de camino de su mandato, Obama ha descubierto que sus antecedentes en un país musulmán, y la antipatía hacia Estados Unidos, no han conducido a ningún logro diplomático sobre el terreno. Afganistán y Pakistán están deslizándose. Los saudíes están tirando de las cuerdas. Irán no tiene interés en ser razonable. Y nada de lo que hace produce alguna diferencia. Pero el mensaje del mundo musulmán es que todo saldrá bien, si sólo si aprieta la bota sobre ese minúsculo país no musulmán, en medio de ese gran desierto del Islam.

Israel ha sido el obvio chico de los azotes, para una sucesión de presidentes en busca de un triunfo ante la impopularidad interna y sin logros internacionales a su nombre. Detrás de todo esto está el brillante anillo de latón que el mundo musulmán sigue haciendo oscilar frente a occidente. El anillo que promete poner fin al terrorismo musulmán. No más inestabilidad en la región. Un confiable flujo de petróleo. Armonía global entre el mundo occidental y el Dar Al Islam. El anillo es una ilusión, pero la necesidad es real.

Obama necesita una victoria. Y los medios de comunicación necesitan que logre una victoria.

E Israel ha sido seleccionado como la canasta.

Anunciar un estado palestino y el fin del conflicto, mostrará al mundo y a Washington DC que Obama ya lo logró. Que no es la noticia de ayer o un pelele o nada más que un glorificado invitado a cócteles. Demostrará que sigue siendo importante. La realidad práctica es que tal estado es inviable no sólo porque, incluso, el actual territorio palestino bajo control árabe está dividido entre dos facciones en guerra. Pero la realidad práctica no tiene importancia. La realidad política sí.

Obama necesita recatar su credibilidad, con el fin de luchar por la agenda interna de izquierda, contra un congreso republicano. Y los medios de comunicación, desesperadamente, necesitan que lo haga, en particular porque reafirma su venerable presentación como la única esperanza para la salvación de la nación, como en 2008.

Enfrentando a Israel, se coloca en una lucha contra uno de los objetivos favoritos de los extranjeros de izquierda. Una táctica que, en su ceguera voluntaria, imaginan que, simultáneamente, limpiará a Estados Unidos de sus pecados de política exterior y lo reconciliará con el mundo musulmán. Se suponía que Obama ya había logrado ambos objetivos. Y ahora el camino a la salvación de la política exterior pasa por Jerusalem.

Los problemas son numerosos pero, generalmente, irrelevantes para los medios de comunicación. La negativa de Abbas a aparecer, incluso para las negociaciones, difícilmente merece alguna atención. Cada revés es atribuido a Netanyahu. Los viejos compromisos entre los dos países se han supeditado a la voluntad de Israel de limpiar étnicamente a su propio pueblo de la propia ciudad capital de su país. La consigna del baile para la Clase de 2012 es «sacrificios por paz». Y, como de costumbre, los sacrificios son humanos, y la paz es un espejismo.

Nada de esto es completamente nuevo, sólo peor. Después del trato humillante de Brown, el RU recibió el mensaje y se fue por su lado. Ahora Europa, por lo general, ignora a Obama, a menos que se presente para una fiesta. Los restantes aliados de Estados Unidos, al sur de la frontera, están sentados tranquilos y con la esperanza que Washington DC los pase de largo en el camino a Chaveztown. Pero Israel falló en hacer el quiebre desde el principio. Y su compromiso con una alianza con Estados Unidos ha demostrado, una vez más, ser su mayor debilidad.

Netanyahu sigue siendo la esperanza para rescatar algún tipo de entendimiento de entre las ruinas del proceso de paz. Pero ya una serie de primeros ministros israelíes han estado igualmente comprometidos con la búsqueda ilusoria de ese grano de paz entre los desiertos de la guerra. En lugar de seguir a Inglaterra y Ecuador hasta la puerta, todavía está tratando de ser razonable con la esperanza de que aún puede redimir el nombre de Israel y detener a Irán. Pero ser razonable no funciona con alguien que no tiene interés en lo que tú quieres. Simplemente te convierte en un felpudo.

A Obama no le gusta Israel. Si las armas nucleares iraníes borraran la mayoría del país, su siguiente llamada telefónica sería averiguar cómo afectaría su rating de popularidad. A diferencia de Bush que, por lo menos, creía genuinamente que los saudíes lo estaban vendiendo, está menos interesado en la paz que en mejorar su propia imagen. No le importa qué les sucede a los países que están detrás de sus fotos de circunstancias, mientras él salga con buena apariencia. Su política, sus antecedentes en el mundo musulmán y sus propios intereses lo han colocado en este lugar. El único elemento que lo restringe, proviene de algunos miembros de la anterior gente de Clinton en, y  alrededor de, su administración.

Igual que él, a los medios de comunicación no les gusta Israel. Pero los medios de comunicación también están llenos de autoproclamados expertos, como Thomas Friedman, quienes, con entusiasmo, repiten como loros la línea saudita y, seriamente, creen lo que les dicen. Su inmersión entre los israelíes de izquierda, sólo alimenta su parcialidad contra Israel, del modo como un periodista de la BBC, recluido con Cindy Sheehan y sus incondicionales, que salió con la impresión que Estados Unidos debe ser el peor país del mundo. Al igual que los autorizados turistas que son, confunden sus propios encuentros personales con la realidad objetiva.

Su política y su orientalismo dictan una hostilidad continua hacia Israel. Su incapacidad para separar lo político de lo personal, para informar sobre acontecimientos en lugar de comentarlos, convierte esa hostilidad en parcialidad. Y, finalmente, su inversión personal en el cambio de régimen en Estados Unidos, convierte su parcialidad en enemistad. Cualquier cosa que se interponga entre Obama y el éxito, es el enemigo. Y debe ser abatido.

Después de dos años de fracasos, se espera que Israel rescate la popularidad de Obama al costo de vidas y tierra.

El odio de los medios de comunicación hacia el único país de Medio Oriente que no envía terroristas para asesinar estadounidenses y su amor por El Único, ha dominado toda razón. ¡Y todo lo que queda es la demanda de un niño frustrado para conseguir lo que quiere ahora! ¡Si no…!

Fuente: http://canadafreepress.com/index.php/article/32284

Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld

Difusion: www.porisrael.org

 
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