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| martes marzo 19, 2024

Antisemitismo: el odio que rehúsa irse


Las diatribas antisemitas de John Galliano y una superabundancia de  recientes afirmaciones de que existe una conspiración judía, podrán ser desestimadas como excéntricas. Pero son síntomas de un malestar más profundo.

Jonathan Freedland

The Guardian, jueves 3 de marzo de 2011

john-galianoSi, como el viejo adagio lo dice, el antisemitismo es un sueño ligero, entonces acaba de despertarse con un sobresalto. En el espacio de pocos días, una serie de eminencias surtidas han bajado la guardia y dado voz a los demonios del odio anti judío en sus cabezas.

Hasta ahora, sólo John Galliano, el «transgresor» diseñador, ha pagado con su trabajo, despedido de la casa de moda Dior, después de despotricar borracho, en un bar de París, contra dos mujeres a las que tomó por judías: «Yo amo a Hitler», comenzó. «La gente como ustedes deberían estar muertas, sus madres, sus antepasados, todos estarían malditamente gaseados».

Ese estallido se destaca del resto de la actual cosecha de comentarios antisemitas, en parte, porque consiste únicamente de abuso, aunque de lo más odioso. Los otros tienen en común que tienen el sello de la retórica anti-judía: la teoría conspirativa, la sugerencia que los judíos complotan e intrigan en secreto entre ellos para dar forma al mundo para sus propios fines.

El último abonado al bulo, de siglos de antigüedad, puede resultar ser Julian Assange que, según Private Eye, cree que es víctima de una conspiración judía para dañar a WikiLeaks. El editor de Eye, Ian Hislop, dice que Assange le dijo que «The Guardian fue central en el complot, que incluyó al periodista David Leigh, al editor Alan Rusbridger y a John Kampfner, de Index on Censorship – todos los cuales ‘son judíos'». Eso, ciertamente, fue una novedad para Rusbridger.

Más tarde, Assange emitió un desmentido, acusando a Hislop de distorsión: «En particular, la ‘conspiración judía’ es completamente falsa, en espíritu y en palabra». Sin embargo, Assange sí está asociado con un notorio antisemita y negador del Holocausto que se conoce con el nombre de «Israel Shamir». ¿Podría ser que fuera Shamir quien instruyó a Assange en los puntos más sutiles de la teoría de la conspiración judía, con su tradicional alegato del dominio judío de la prensa? En el lanzamiento de un libro parlamentario, organizado en 2005 por Lord Ahmed, Shamir declaró: «Los judíos… son los dueños, controlan y editan una gran parte de los medios de comunicación masiva».

Esa influencia se extiende, al parecer, en todo el camino hasta el Parque Olímpico en Stratford, en el este de Londres – por lo menos de acuerdo a Mohammad Aliabadi, el presidente del Comité Olímpico Nacional de Irán, que se quejó, esta semana, de que el logotipo en forma de puntas para Londres 2012, significa claramente la palabra «Zion». Eso, los iraníes se quejaron, fue «un acto repugnante». Si la mayoría de la gente, hasta ahora, no pudo ver «Zion», subrepticiamente contenido dentro de la gráfica, seguramente Aliabadi diría, bueno, eso no hace más que demostrar el oscuro genio de los judíos – capaces de ocultar sus maneras astutas cuando les conviene. O quizás, como el periodista de EE.UU., Jeffrey Goldberg, lo puso en su blog, los iraníes están equivocados y el logotipo, secretamente, significa: «Mark Spitz es Judío, y Jason Lezak También, Así que Ahóguense en el mar Caspio».

En esta cháchara de complots judíos, el régimen de Teherán tiene un insólito aliado en Fox News – o, por lo menos, en su anfitrión del final de la tarde, Glenn Beck. En las reflexiones más recientes del charlatán ultraderechista contra el pueblo judío, comparó a los generalmente liberales rabinos reformistas de Estados Unidos con el «Islam radicalizado», pero, de mayor relevancia, fue su extensa disquisición sobre el financista y filántropo George Soros. Usando una imagen, de larga data, al servicio de la causa del antisemitismo, Beck etiqueta a Soros como «El Maestro Titiritero» – usando una marioneta real para mostrar cómo Soros mueve los hilos de los personajes públicos estadounidenses que, ingenuamente, imaginan que están a cargo. Para Beck, Soros es el «rey», mientras que Barack Obama es un simple «peón». En otra emisión, el experto de Fox describió al financista como «la cabeza de la serpiente». Marionetas, serpientes, maestros del tablero de ajedrez mundial – es una paleta de imágenes que cualquier propagandista nazi reconocería al instante.

Todo esto podría inducir la conclusión que el antisemitismo está haciendo un repentino y no deseado regreso. El problema es que nunca se fue realmente. Es más, no está confinado a los enloquecidos y excéntricos famosos que dejaron caer sus máscaras en los últimos días. Está más ampliamente extendido que eso – contrariamente a aquellos que les encanta fingir que el antisemitismo es un fenómeno histórico, que se desvaneció con el Tercer Reich.

La Comunity Security Trust, que monitorea los ataques anti judíos en Gran Bretaña, señala que el año pasado fue el peor en el registro de incidentes antisemitas – que van desde actos de violencia, ladrillos contra ventanas de sinagogas, correo de odio hasta gritos abusivos en las calles. Es ell peor, es decir, a excepción del año anterior. La evidencia no existe sólo en los informes del compendio del CST, sino en la presencia, fuera de casi todas las escuelas o sinagogas judías, de seguridad durante las 24 horas. Los guardias y las cámaras de circuito cerrado de televisión, están allí porque la amarga experiencia reciente, y el asesoramiento de la policía, sugieren que deben estar allí. Que los niños judíos deban ser protegidos cuando van a la escuela, en la Gran Bretaña de 2011, les chocaría a muchos de aquellos a los que les gusta imaginar que lo de Galliano está exhumando un odio enterrado hace mucho tiempo.

En cierto modo, el reciente derrame de celebridades – incluyendo las diatribas de Charlie Sheen en contra de su antiguo productor de televisión Chuck Lorre, que el actor ha insistido en referir como «Chaim Levine» – son los casos fáciles. Todo el mundo puede condenar a un Sheen, a un Galliano o, anteriormente, a un Mel Gibson – que, en 2006, fue arrestado bramando, «Malditos judíos… los Judíos son responsables de todas las guerras en el mundo» – burda y manifiesta intolerancia. Más bien, lo que ejercita más a los judíos, son los casos menos claros, esas expresiones más sutiles del sentimiento anti-judío, para los que sospechan que existe menos comprensión, especialmente de los sectores liberales o progresistas donde, alguna vez, habrían esperado encontrar aliados.

Gran parte de esto se centra en Israel. Han surgido algunos lugares comunes nuevos, actuando como barreras a la simpatía por los judíos. Uno de ellos es la afirmación que los judíos señalan como antisemita a cualquiera y a toda crítica a Israel; y otra es la afirmación de que los judíos «gritan antisemitismo» con el fin de silenciar a la oposición a Israel. Estos lugares comunes – que son desmentidos por la gran cantidad de críticas a Israel por parte de los israelíes y de los propios judíos, sin hablar de todos los demás – se han convertido en tan duraderos, que ahora es difícil para los judíos conseguir una audiencia sobre el antisemitismo vinculado con el debate sobre Medio Oriente. Y, sin embargo, esto suscita más inquietud que los desvaríos repletos de alcohol de una inútil estrella de Hollywood o un diseñador de ropa.

Lo que los judíos más objetan no es, de hecho, la crítica al propio Israel, sino cuando esa crítica viene envuelta en el lenguaje o las imágenes del odio anti judío. En Juicios de la Diáspora, su estudio forense del antisemitismo inglés, el crítico y abogado Anthony Julius proporciona ejemplo tras ejemplo. Cita el polémico poema de Tom Paulin, Muertos en Fuego Cruzado, publicado en el Observer, en la época de la segunda intifada, o la obra teatral de Caryl Churchill de 2009, Siete Niños Judíos, sugiriendo que son los últimos de una larga línea de obras literarias inglesas que explotan el «libelo de sangre» – la acusación medieval que los judíos anhelan la sangre de los niños gentiles, una difamación que condujo a masacres de judíos, en Inglaterra y mucho más allá.

De forma similar, los judíos se ponen nerviosos cuando leen eruditos ensayos de expertos en política exterior, afirmando la dominación de los asuntos de EE.UU. por parte del «lobby sionista» – ven en esos argumentos una velada teoría de la conspiración, subida de categoría y perenne, Se sienten igualmente alarmados por las afirmaciones que la mano oculta detrás de todos los acontecimientos del mundo es, en realidad, Israel – que fue Israel el que empujó a George W. Bush a invadir a Irak (cuando, de hecho, las autoridades israelíes advirtieron que Irán representaba la mayor amenaza), o que Israel es la razón por la que Gran Bretaña siempre ha respaldado a los déspotas en el mundo árabe, cuando Gran Bretaña tiene un montón de razones de su propio interés para su política en la región. Visto de este modo, los comentarios de Assange no se ven tan lejos de la afirmación de Oliver Stone del año pasado, de que hay «una dominación judía de los medios de comunicación», por no hablar de la liviana declaración de Richard Dawkins, que «el lobby judío… más o menos monopoliza la política exterior estadounidense».

Lo que hace de todo esto un terreno complicado, no es sólo que cada centímetro del mismo es enérgicamente refutado, sino que muchos de los que recurren a metáforas anti-judías, cuando abordan a Israel, lo hacen, al parecer, sin darse cuenta, aún al mismo tiempo que, ferozmente, denuncian el antisemitismo. Porque no caen en el abuso Gallianoesco, creen estar libres de todo prejuicio. A muchos, les llega como un shock el descubrir la procedencia de las imágenes que acaban de desplegar.

El texto principal sobre este punto sigue siendo una tapa de 2002 del New Statesman, informando sobre las actividades «del lobby sionista» de Gran Bretaña. Mostraba una chabacana Estrella de David empalada en una supina bandera de la Unión, sobre el titular: «¿Una conspiración kosher?» Fue como un curso intensivo en iconografía antisemita, representando a los judíos como ricos, conspiradores, desleales y dominantes, todo en una sola imagen – con un enlace a las prácticas religiosas judías («kosher») metidas en buena medida. Más tarde la revista se disculpó.

¿Cómo se justifica, entonces, la tenaz resiliencia de lo que ha sido llamado «el odio más prolongado»? ¿Por qué continúa apareciendo, incluso entre esas elites educadas y liberales, que se enorgullecen de su oposición al racismo?

Julius considera que el antisemitismo perdura porque tiene una «atracción magnética» que puede ser difícil de resistir. Al ofrecer una teoría conspirativa del poder, en lugar de los burdos estereotipos anti-inmigrantes de otros racismos, proporciona, dice, «un atajo convincente hacia la certeza. Les permite a los antisemitas argumentar que están informados; ofrece acceso a un mundo oculto en el que todo tiene sentido, cuando el mundo real es, en realidad, complejo y difícil. ‘Los Judíos son responsables’ es una explicación muy atractiva, muy seductora. Se requiere de una gran autodisciplina para resistir sus halagos».

Querríamos creer que se fue, pero nunca lo hizo. Ni siquiera a fines de la década de 1940, inmediatamente después de que las revelaciones del Holocausto confirmaron el sitio asesino al que el discurso antisemita podría llevar. Hubo todavía críticos literarios ingleses, alrededor de esos años, que se referían a los judíos como «Shylocks», novelas policiales con el intrigante judío como el archí-villano. Querríamos ver a los del tipo de Galliano como reliquias de otra época o como meros excéntricos, pero ellos expresan un conjunto de actitudes que siguen estando profundamente arraigadas en el suelo y que nunca han sido completamente extirpadas. Pueden aparecer en las instituciones más respetadas, dichas por las personas más respetables. Aun cuando parecen estar dormitando, nunca están muertas.

http://www.guardian.co.uk/world/2011/mar/03/antisemitism-hatred-wont-go-away

Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld

 
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