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| sábado abril 20, 2024

La mayoría de los iraníes quiere relaciones con Israel, no con Hezbollah


Azadeh Moaveni

THE JEWISH CHRONICLE

tehran-protest-supportersMucho antes que la reciente ola de revueltas árabes barriera Medio Oriente, la región ya había sido testigo de un memorable desafío del poder popular a un orden despótico. En 2009, tres millones de iraníes salieron a las calles de Teherán para protestar contra la fraudulenta reelección del presidente Mahmoud Ahmadinejad. Su gobierno sofocó brutalmente estas protestas, pero las escenas de Teherán, atestada con millones de manifestantes, se grabaron en la conciencia de Medio Oriente. Por un instante, se convirtió en tentadoramente claro, para la gente común de una región paralizada por dictaduras, que realmente podían levantarse contra sus autócratas.

Ahora son los iraníes los que observan con envidia desde afuera, inspirados por la voluntad de los egipcios y tunecinos reclamar su libertad. Dos veces, el mes pasado, decenas de miles de manifestantes salieron a las calles de todo Irán para gritar por el fin del régimen islámico, sus esperanzas de cambio impulsadas por las revueltas pacíficas en la vecindad. Aunque las estrictas restricciones a los periodistas en Irán, hacen difícil evaluar el alcance del resultado, el estallido de los políticamente desafectos de Irán, deja en claro que el Irán persa no será insensible a los temblores del mundo árabe.

El régimen de línea dura de Irán aplastó las protestas del mes pasado, tan rápida y cruelmente como lo hicieron con las de 2009. Cuando se trata de lidiar con una población rebelde, los líderes de Irán tienen más en común con el Coronel Muammar Gaddafi de Libia que con Hosni Mubarak de Egipto: no van a ceder sin una lucha sangrienta. Los ingresos petroleros que tienen en sus manos les compran tropas de choque y la lealtad de una pequeña minoría que pueden utilizar como club disidente.

Este es, en parte, el por qué, la lucha de los iraníes para el cambio democrático, es probable que sea mucho más prolongada que la que se desarrolló en Egipto y Túnez. El movimiento de protesta de Irán carece de impulso, y aún debe producir el tipo de confrontación sostenida con las autoridades que ha alterado la política en lugares como Egipto y Bahrein.

Lo que hace diferente a Irán en la región, sin embargo, es la coherencia de la visión de la gente respecto del nuevo orden al que aspiran.

Mientras que el estancamiento y la tiranía que ha definido al mundo árabe desde hace décadas, finalmente ha estimulado la revuelta, los efectos de amortiguamiento de todos esos años significan que, en muchos casos, los que se rebelan tienen poca comprensión común del futuro político.

La así llamada «calle árabe» sabe que ya no quiere ser gobernada por tiranos corruptos, pero pueden pasar años antes de que las sociedades árabes, ahora divididas por los disturbios, sean capaces de articular el tipo de democracia que buscan, el papel que debería ofrecérsele al Islam, y cómo sus sistemas de nuevo cuño deberían tratar con Israel y los palestinos. No está para nada claro qué papel podría desempeñar la religión en la política egipcia, por ejemplo, o qué forma alternativa de gobierno podría surgir en una monarquía como Bahrein o en el sistema de hombre fuerte de la Libia de Gaddafi.

Desde hace años, la «calle árabe» ha sido una zona estrictamente controlada por los medios de comunicación y la policía del pensamiento estatal, más que un lugar donde los árabes podían reunirse libremente y desentrañar estas preguntas. Como resultado, la sociedad civil ha sido débil o inexistente, los partidos políticos prohibidos o superficiales, y el debate intelectual congelado.

Empecé mi carrera como periodista en Egipto, hace más de una década, y me llamó la atención el tibio nivel del debate y la ausencia, al por mayor, de cualquier oposición real a la dictadura de Mubarak. Finalmente me trasladé a Irán, donde, a pesar del férreo control del poder del régimen islámico, un vibrante movimiento pro democrático estaba floreciente y, junto con esto, una atmósfera de apertura política, entonces novedosa en la región. Esa era — a finales de los años 1990 — llegó a ser conocida como la «primavera de Teherán» y, a medida que intelectuales y activistas presionaban para transformar el régimen islámico en una democracia moderna, la sociedad civil creció más segura y floreció una prensa independiente.

La primavera de Teherán fue de corta duración. La reforma desde dentro demostró ser un fracaso espectacular. Aquellos en el gobierno, resistentes a la democracia, vetaron los esfuerzos del presidente moderado Mohammad Khatami, y la ascensión del estado policial de Mahmud Ahmadinejad revirtió el impulso político y aplastó la atmósfera de apertura que había convertido a Irán en el único rincón políticamente dinámico, de una región intimidada por la tiranía. Sin embargo, todavía se puede sentir, hoy en día, el efecto de esos años de vivir más libremente.

Los iraníes, durante ese período, tuvieron la oportunidad de medir, públicamente, los logros de su revolución, y fueron libres de proclamarlos como una profunda decepción. Clérigos liberales y abogados de derechos humanos llegaron a la conclusión que las libertades básicas eran demasiado difíciles de obtener, en el marco resbaladizo de la ley islámica, y se pronunciaron a favor de la gradual secularización.

Los políticos de mentalidad moderada, podían argumentar en los diarios que el apoyo gubernamental a los grupos militantes, socavaba los intereses nacionales de Irán y su lugar en la comunidad mundial. En particular, valientes activistas estudiantiles, etiquetaban públicamente como terrorismo a las tácticas de Hamas de tener a civiles como blancos. Estos años ayudaron a los iraníes a comprender su relación con su enferma revolución, sus opiniones sobre la teocracia, y el tipo de lugar que deseaban ocupar en Medio Oriente.

Para los iraníes, el futuro al que aspiran está claro; el problema es, simplemente, cómo llegar a él. La mayoría de la población se opone el gobierno islámico, y busca un sistema democrático en el que religión y política estén separadas. Para la mayoría de los iraníes, deseosos de cosechar los beneficios económicos del enorme potencial cultural y comercial de su país, simplemente no hay duda de que el futuro político debe incluir la paz con Israel y una ruptura con los grupos militantes como Hamas y Hezbollah.

Todavía existe simpatía, en Irán, por la difícil situación de los palestinos, pero los iraníes han desarrollado una sofisticada comprensión acerca de los costos y los límites de la solidaridad. Los jóvenes iraníes están hartos de subsidiar la causa palestina al precio de su propio futuro, y consideran vital este tipo de reajuste de la relación de su país con la región, para mejorar los lazos y para una mejor relación económica con Occidente.

En el nuevo Egipto, la posibilidad de tratar más fríamente con Israel tiene algún atractivo, en parte porque la cooperación del gobierno de Mubarak con el estado judío, en la mente de la gente, se ha mezclado con la miríada de sus otras fallas. Si los iraníes tienen suerte en algo, es estar libres de este confuso concepto. La hostilidad del gobierno iraní hacia Estados Unidos e Israel significa que no pueden utilizarse como una excusa ni como una distracción.

Esto deja a los iraníes libres para pensar con claridad acerca de con quiénes desean hacer amistad en la región, cuáles relaciones elevarían la posición de Irán en el mundo y cuáles dejarían sus lazos con Occidente por el suelo. Su furia contra el radicalismo de su gobierno se manifestó en una de las consignas que los manifestantes gritaban en la calle el mes pasado: «¡Ni Gaza ni Líbano! ¡Túnez, Egipto e Irán!»

Desde la perspectiva de Israel, Irán es el único país cuyos tumultos nacionales ofrecen inequívocas y más brillantes perspectivas. El reciente aluvión de protestas no ha desestabilizado al gobierno iraní, pero la visión del mundo y la política del movimiento de oposición de Irán, sigue siendo el más secular y pro occidental de la región. Irán, después de un levantamiento, se asemejaría más a Turquía en su relación con la región, y no estaría en peligro de convertirse en un estado fallido o anárquico.

La preocupación de Israel, en lo que concierne a Irán, no es el espectro de lo que podría desatar la disidencia, sino cómo Teherán tratará de explotar el descontento de la región para proyectar su propia influencia. En los últimos años, Irán ha cultivado sus vínculos con Hamas, y ahora puede utilizar esos vínculos para llegar a la Hermandad Musulmana de Egipto. Las protestas shiítas de Bahrein, aparentemente exigiendo los mismos derechos y oportunidades que la minoría sunita del país, también están maduras para ser explotadas por Irán.

No hay duda que Irán considera que el fiel de la balanza del poder en la región se inclina a su favor. Pero los líderes de la oposición de Irán, con un ojo en la forma en que los levantamientos de sus vecinos podrían ser aprovechados para su propia causa, miran hacia el futuro por nuevas formas de desafiar el control del poder del régimen. Los recientes arrestos de dirigentes de la oposición, pueden provocar una nueva ronda de protestas en esta primavera. Algunos reformistas se están centrando en las elecciones parlamentarias de 2012, con la esperanza de lanzar una campaña de desobediencia civil alrededor del momento de la votación.

La considerable diáspora de Irán también está tratando, activamente, de alentar los acontecimientos sobre el terreno. Desde organizar y apoyar páginas de Facebook dedicadas a los días de protesta, hasta recoger testimonios de manifestaciones para llenar el vacío de la cobertura informativa adecuada, la diáspora se está convirtiendo en una poderosa fuerza de apoyo y de inspiración para los jóvenes iraníes. La revolución puede que no se detenga, todavía, en la puerta de Irán, pero eso no significa que adentro todo está en calma.

http://www.thejc.com/comment-and-debate/comment/46151/most-iranians-want-ties-israel-not-hizbollah

Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld

 
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