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| martes abril 23, 2024

Gracias, Abu Mazen


Alberto Abadi

Porisrael.org

AbuMazen2Hace poco le dije a un amigo que comparar la cantidad de premios Nobel a los que se hicieron acreedores los judíos en relación a los no judíos nos hace caer en un racismo tan bajo y repugnante como el de aquellos que nos odian, y afirmé que la diferencia debe buscarse en lo espiritual. Y he aquí que, a menos de una semana de esa conversación tuvimos -mi amigo, yo, y el mundo entero-, la confirmación, a través de algo que se viene repitiendo cada vez que un israelí cae en manos de las bandas terroristas palestinas: un judío simple que no se destaca en ninguna especialidad vale, para nosotros -y solamente para nosotros-, mas que mil ajenos, por importantes que se los quiera considerar. Eso es lo que nos hace diferentes… Y espiritualmente superiores, si algún judío pretensioso así lo prefiere.

  

 El acuerdo de liberación de Guilad Shalit fue presentado como un gran logro por cada una de las partes que tuvieron intervención en el mismo, y si bien las negociaciones se iniciaron hace mas de cinco años, las razones que produjeron su desenlace son relativamente recientes y dependieron de factores externos.

 

   La parte final del proceso comenzó en Túnez con la caída del tirano Zine el Abidine ben Ali, a la que sucedió el empujoncito hacia el abismo que Obama le dió a Hosni Mubarak; empujoncito del que ahora muestra síntomas de arrepentimiento por no haber aprendido la lección que dejó Jimmy Carter tras su error en Irán; empujoncito que debilitó a Egipto, tanto en el frente internacional -ante el mundo árabe principalmente- como en el interno, al inclinar cada vez mas la balanza a favor del fanatismo religioso. Esta parte final continuó, entre otros acontecimientos, con las matanzas en Libia y Siria, sobre todo en esta última, que perjudicó seriamente la posición de Hamás ante Irán por el trasfondo religioso del conflicto, para culminar con el aparato diplomático desplegado por Mahmud Abbás que amenaza perjudicar, no solo nuestro aparato digestivo, sino también el apetito de influencia de los líderes de Gaza, que aspiran a reemplazar a la OLP en la ribera cisjordana.

 

   A ello se agrega la pretensión del turco Erdogan de erigirse en el líder del mundo árabe-musulmán, el que, como parte de su estrategia, no hesitó en amenazar a Bashar el Assad con tomar medidas por la brutal represión que efectúa contra su pueblo, con miras al aumento de su influencia en Gaza y Líbano, ambos bastiones sirios, lo que explica sus presiones a Ismail Haniyeh y sus secuaces para que lleguen a un acuerdo con Israel y lo que, según sus cálculos, lo convertiría en pieza clave en las decisiones futuras de Hamás, a costa de Irán, Egipto y Siria.

 

   Pero si en el frente interno Gaza tenía la guerra perdida, por la primavera árabe (tal vez sea mas apropiado llamarla otoño), la consecuente disminución de la influencia irania y siria, que no se veía compensada con el aumento de la de los Hermanos Muslumanes en Egipto, y la creciente popularidad de Mahmud Abbás a costa de la cúspide de Hamás, en el orden externo su situación no era mejor, tras el fracaso del segundo intento de la flotilla de la mendacidad y el éxito israelí del arma antimisiles «Cúpula de Hierro».

 

   Por ello no es de extrañar que, en su deseo de recuperar terreno donde les era posible y prefabricar un triunfo donde serían derrotados, según las normas clásicas que emanan de la enciclopedia de la demagogia árabe-musulmana, cedieran en sus exageradas pretensiones de liberación de terroristas de envergadura, optando por la cantidad en desmedro de la «calidad», sobre todo si esa cantidad abarcaba individuos de todas las facciones, inclusive las adversarias a ellos, lo que los hace aparecer como quienes «de verdad» velan por los intereses palestinos y obtienen logros, sin apelar a un mero palabrerío que no lleva a ningún resultado y que puede provocar represalias y sanciones de las potencias mundiales.

 

  Evidencia de la consecución de logros a costa de «importantes concesiones» fue la declaración de Sami Abu Zuhri, que «lamentó» que no pudieron lograr la liberación de «dirigentes» (léase terroristas) notables.   

 

  A mi, que desde niño mamé las bases del arte de la negociación que tan bien desarrolla la gente de Medio Oriente, no me sorprendieron las concesiones tan aparentemente increíbles de los gazatíes, ni me llamó a engaño la «confesión» del vocero de Hamás, -argumento muy usual entre ellos-, que alimentó el ego de raíces occidentales de nuestros dirigentes, al hacerles creer que fueron grandes negociadores al «obligarlos» a ceder (a los palestinos) a casi todas las exigencias que los nuestros les formularon, y que contemplan casi todos nuestros objetivos de seguridad.

 

   Por su parte, nuestros dirigentes insinuaron varias veces, -después de la firma del acuerdo de liberación de Guilad Shalit- que durante el Operativo Plomo Fundido no intentaron liberarlo por la fuerza ante la posibilidad de grandes pérdidas, que podía incluir la del objetivo mismo. Y si del lado israelí también hubo concesiones importantísimas, entre ellas la liberación de asesinos multitudinarios y la de árabes israelíes, consideradas «línea roja», no se me escapa que la razón trascendental (no fundamental) de las mismas fue firmar el acuerdo a toda costa porque la recuperación de nuestro querido soldado demuestra al mundo que se puede llegar a resultados altamente satisfactorios a través de acuerdos y no de acciones unilaterales, como hubiera sido un operativo bélico o, -apuntando hacia otro lado-, el intento de Mahmud Abbás de un reconocimiento del estado palestino, también unilateral.

 

   En conclusión, ambas partes llegaron a un acuerdo porque tenían un ojetivo común: debilitar a Mahmud Abbás.

 

   Por eso pienso que Noam Shalit no debía dar las gracias a Bibi Nataniahu por haber arribado al mismo con éxito, ni a los responsables de nuestra seguridad por haberse vuelto mas flexibles al cambiar de opinión en aspectos de su incumbencia, ni a Hamás por haber cedido finalmente en sus «inflexibles» exigencias, ni a los alemanes que cumplieron a las maravillas su papel de imparciales mediadores, ni a Turquía que tuvo un increíble acto de gentileza, ni a Egipto, que parece volver a su postura anterior respecto a sus relaciones con Israel, ni tampoco al periodismo local, que se adhirió a los esfuerzos de la familia Shalit por razones puramente competitivas, o al muy noble pueblo de Israel, que a su gran nobleza agregó candidez y se dejó llevar de las narices por ese  periodismo hipócrita, sino a Mahmud Abbás por su demagógica obstinación que forzó a ambas partes a tomar una actitud heroica.

   Todo lo que tenía que decir Noam Shalit es: «Gracias, Abu Mazen». 

 
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