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| viernes marzo 29, 2024

Gingrich dio en el clavo (¡y todos se agarran el dedo!)


Marcelo Wio

Para PorIsrael.org
mediooriente-conflictoLa historia que los palestinos se han inventado para sí es una contradicción lógica. Pero lo terrible, en definitiva, no es la invención en sí, sino que académicos comulguen con ella, o la usufructúen con fines políticos en el ámbito de la razón. Profesores como Noam Chomsky, que como lingüista debe ser, seguramente, un gran profesional; se creen avalados para opinar de todo como si todo lo conociesen. E incurren en el error garrafal de convertirse en portavoces “autorizados” – por el mero hecho de su estatus de académicos respetados – de doctrinas del odio. Unas doctrinas que, de implementarse algún día, lo convertirían a Chomsky en blanco de sus ataques (por judío y por académico).



La historia tiene, evidentemente, un importante componente interpretativo, pero de ahí a la fabulación total, a la invención de un pueblo y una historia inexistente, hay un largo trecho.  En el interesantísimo artículo El mito del Pueblo Palestino, Pancracio Celdrán, Dr. en Filosofía y Master en Historia Comparada, hace referencia al libro de Joan Peters, De tiempos inmemoriales, donde da cuenta de un hecho sumamente documentado: la tierra de Israel no estuvo poblada por palestinos en las épocas modernas y contemporánea, como se desprende de los relatos de los viajeros de los siglos XVII, XIX y XX, sino que era un territorio casi vacío. Como indica el propio Celdrán, en 1857 el cónsul británico para Palestina declaraba: “El país está vacío de habitantes y sería necesario que tuviese alguna población”.  Los que se hacen llamar palestinos estaban. Claro. Pero en otra parte. Celdrán cuenta que llegaron al actual Israel en el primer tercio del siglo XX procedentes de Jordania, Siria y Egipto, “porque la presencia cada vez más numerosa de los judíos sionistas creó fábricas, saneó el suelo, creó mano de obra: al reclamo de la actividad judía se arracimaron en una tierra que nunca habían habitado por la sencilla razón de que era inhabitable por su insalubridad y pobreza”. En 1922 llegaron 650.000 árabes. En 1930 el Hope Simpson Report indicaba: “la lista de parados está ampliándose por la constante inmigración árabe a través de Transjordania y Siria”.

Los palestinos quieren su estado con su capital en Jerusalén, una ciudad judía. La misma ciudad en que han construido una mezquita sobre los restos del Templo judío. Una metáfora de lo que hacen con su historia: erigirla sobre la historia judía, usurpándola para, luego, negarla. Los numerosos hallazgos arqueológicos que datan de hace más de tres mil años, indican sólo una presencia judía en la región: una cultura y una sociedad organizada. Ningún hallazgo, por el contrario, habla de una sociedad palestina, ni nada semejante. Son datos irrefutables.

Entonces, ¿Quiénes son los palestinos? Son, ni más ni menos que sirios, egipcios y jordanos – es decir, de las tribus de la península arábiga -. Son árabes. Pero, más interesante aún, ¿Qué son los palestinos? Son una entidad formada para atacar a un estado soberano. Son una entelequia que se va adaptando a las necesidades pragmáticas de cada situación. Es una nada que intenta ser un todo. Una nada que intenta negar al otro: a Israel. Los palestinos son una creación ad hoc (y, claro, ad hominem) contra Israel.  Y es una nada, porque el término palestino no es siquiera idéntico consigo mismo: es un conjunto que no tiene extensión. Es sólo un método. Una estrategia. “Dos de los símbolos de la lucha del pueblo palestino nacieron en Egipto – Edward Said y Yasser Arafat. Ambos trataron de falsificar su lugar de nacimiento en Palestina. Otros dos símbolos importantes de la lucha de los árabes de la Palestina del Mandato Británico son Fawzi al-Qawuqji (que compitió con el muftí en dirigir la lucha árabe contra los ingleses) e Izz al-Din al Qassam – el primero libanés y el segundo sirio. No hay nada extraño en esto, porque la lucha era árabe y no palestina… La gran mayoría de las descripciones de esos años se refieren a ellos como árabes y no como palestinos. Más tarde, sólo más tarde, se convirtieron en palestinos”, describió el periodista Ben Dror Yemini, en el artículo  El Apartheid árabe, en el diario Maariv.


Para comprenderlo mejor: el argentino es un pueblo que ha ido desarrollándose, no nació de un día para otro. Luego de la independencia, fue creando paulatinamente una serie de idiosincrasias particulares. Pero a nadie se le ocurriría negar la existencia anterior de los pueblos autóctonos. Eso es lo que pretenden los palestinos. Han tomado, además, como nombre, la denominación latina, dada por los romanos: es decir, no tenían ni un nombre árabe para esa tierra, tal es su conexión histórica con la misma. Ni para las ciudades: muchas de ellas son arabizaciones de nombres hebreos, latinos o griegos. Ni historia ni evolución. Simplemente una impostura. Y un robo: el hurto de la historia del pueblo judío, hasta tal punto, de que Jesucristo ha pasado a ser “el primer palestino”, como repetía el terrorista Yasser Arafat, que gracias a las generosas donaciones a Palestina se hizo millonario, mientras “su pueblo” se hacía cada vez más pobre. Justamente Jesús, circuncidado al octavo día, el “Rey de los Judíos”, como se mofaron los romanos. La clepto-historia. Como si ser palestino y judío fuese exactamente lo mismo. Marear, confundir, mentir, repetir la mentira que gusta, la que convence, por cansancio, por conveniencia política.

Es que, como expone el propio Yemini, “aquellos que están ciegamente poseídos por un libelo, no están preparados para ser confundidos por los hechos”. Y si el odio a los judíos puede sostenerse desde nuevas trincheras, “políticamente correctas”, con toda la escenificación de “pueblo oprimido”, “pueblo colonizado” (para ello hay que inventar una historia imposible que los sitúe en esa tierra antes que el pueblo judío, pero el malabarismo dialéctico, en el sentido aristotélico, todo lo puede), y todos los epítetos habituales para describir el conflicto árabe-israelí. De esta manera, es válido incluso re-aplicar los Protocolos de Sión a la situación actual: sólo hay que poner la palabra sionista donde antes decía judío y poco más.  Y esta historia mayormente está siendo escrita o publicitada y amplificada por “periodistas” ignorantes, en algunos casos – lo cual no les resta culpabilidad -, y malintencionados en otros.  Luego la refrendan académicos que creen vivir un revival de lo que pudo haber sido, y  otros con unas agendas muy evidentes. Se mezclan en el proceso nostálgicos, estúpidos, hipócritas, judeófobos, nazis, izquierdistas, anti-sistema, aburridos e interesados, entre otros. El “palestinismo” (la forma acabada de esa identidad-historia fabricada: victimismo palestino contra Israel) es una prenda que le va muy bien a muchos. Es lejano (es decir, ni en Europa ni en Norte América), y a la vez está muy cerca: hasta el medio más pequeño tiene algún corresponsal. Es un conflicto que se ha transformado en una “telenovela” emocional donde, como en cada bodrio televisivo, los malos y los buenos se definen de entrada muy bien para que el espectador no piense, que sólo sienta, y asienta. Y, como bonus: se puede hablar mal de los judíos sin decir judíos. El producto ideal y sin salir de casa. ¿Cómo no comprar una mentira tan beneficiosa para tantos? A fin de cuentas, ¿qué importan si son árabes, palestinos o como quieran llamarse, si a los propósitos de muchos occidentales sirven tan bien?

Todo parece muy lindo, muy conveniente. Los líderes palestinos viven de la financiación extranjera, sin necesidad de rendirle cuentas a nadie; funcionando como una suerte de espita para la judeofobia de siempre y las culpas coloniales europeas pretéritas. Ahora bien, el problema es que el Dr. Yunis Al-Astal, miembro del parlamento palestino y de Hamas (Al-Aqsa TV, de Gaza, recogido de MEMRI Tv), el 11 de abril de 2008 en su sermón del viernes no se dirigía ni a Israel ni a los judíos cuando dijo: “Conquistaremos Roma y luego toda Europa. Cuando terminemos con Europa, conquistaremos las dos Américas y no pararemos hasta el Europa del Este”. Es en este punto donde el producto ideal comienza a chirriar. Consumirlo, a la larga, puede producir efectos secundarios devastadores. Porque cuando la financiación excesivamente generosa, esa solidaridad contra Israel, llega a manos de los dirigentes palestinos, deja de ser humanitaria y se transforma en textos escolares, en programas de televisión y discursos que glorifican el terrorismo, perpetúan el odio y posicionan al Islam como una fuerza que necesariamente debe avanzar, debe recuperar todo aquello que alguna vez conquistó, y más, porque siempre debe haber una meta, un enemigo: el infiel. Por ahora, académicos y periodistas hacen que no ven lo que es evidente. Creen que porque el cargador tenga muchos compartimentos y pocas balas, la ruleta rusa es cosa de niños. Pero la estocástica siempre pone la bala, aunque sea muy de vez en cuando, en el disparador. En ese momento, el “palestinismo” ya no será tan universal como se pretendía, pero será muy difícil negar algo que, si bien no es, uno ha puesto tanto de sí en que sea. Un acto un tanto esquizofrénico, incluso. Pero negar que no se está hablando sólo, sino con otro, es un paso muy difícil. Sobre todo cuando no es uno sólo, sino toda una sociedad. La cuestión es que la creación sabe que es una creación, que puede mutar según sus necesidades. Los crédulos por voluntad o por negligencia son los que tienen un verdadero problema: llegará el momento en que esa creación los niegue a ellos mismos. Basta recorrer algunos canales árabes los viernes y oír los sermones, escuchar algunos discursos “hacia dentro”,  no la propaganda “hacia el exterior”.

 “La paz y la tranquilidad no serían posibles de otro modo que bajo la protección del islam. La historia pasada y presente es el mejor testimonio de ello”, proclama el artículo 31 (cap. 4) de la Carta Fundacional de Hamas.


En el artículo 15 (cap. 3) dice: “Es necesario instalar el espíritu de Yihad en el corazón de la nación, para que se enfrenten a los enemigos y engrosen las filas de los combatientes… Es importante que se introduzcan cambios básicos en los programas escolares, para purgarlos de los residuos de la invasión ideológica que los afectó por obra de los orientalistas y misioneros que se infiltraron en la región tras la derrota de los Cruzados a manos de Salah el-Din (Saladino)”. “Es imperativo instalar en las mentes de las generaciones musulmanas que el problema palestino es un problema religioso, y que hay que acometerlo sobre esa base”.

El lema del Movimiento de Resistencia Islámica figura en el artículo 8, y decreta: “Alá es su meta, el Profeta es su modelo, el Corán su constitución: la Yihad es su senda, y la muerte por Alá es su más alto anhelo”.

La muerte sobre la vida… Unos valores claros, que aquellos que defienden sus acciones y creen su propaganda prefieren ignorar. Toda una refutación del pacifismo que le presuponen al Islam. Pero sucede que deber ser muy lindo salir a la calle a indignarse un rato con las banderas palestinas sin saber qué hay detrás de todo aquello. Jugar a ser inocente, al maniqueísmo inane del bueno y el malo y siempre, al parecer, estar del lado correcto de la línea moral (que ellos mismos marcan, claro).

Eso sí, el día de mañana, no podrán decir “no sabía”. Las cosas están demasiado claras para evasiones postreras. El material está allí. Sus palabras reiteran sus intenciones finales. Hacer de cuenta que eso no forma parte de la mentira en la que uno se precipitó es inasequible. La falsificación incluye la verdad: el Artículo 11 (cap. 3) de la Carta de Hamas la expresa sin medias tintas: “Ésta es la ley que rige para la tierra de Palestina en la sharía (ley) islámica, e igualmente para todo territorio que los musulmanes hayan conquistado por la fuerza, porque en los tiempos de las conquistas (islámicas) los musulmanes consagraron aquellos territorios a las generaciones musulmanas hasta el Día del Juicio”. Es decir, Al-Andalus también. ¿Cómo se siente, ahora, al ondear esa banderita? ¿Al defender esa “causa”? ¿Qué “causa” es esa que pretende conquistarlo todo, oprimirlo todo, como ya lo hace en gran parte del mundo? Porque la “causa palestina” es, ciertamente universal, como lo es la Yihad.

Fuente y difusión: www.porisrael.org

 
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