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| jueves abril 25, 2024

Negociar con un Estado Judío


Profesor Paul Eidelberg

*Presidente del Instituto de Investigación Israelí – Americano

12.1.2012

israel23

Muchos judíos, incluso entre los religiosos, albergan el miedo que, si el gobierno de Israel actuase de forma distintivamente judía, irritaría a las naciones e incitaría su hostilidad. Pero tal antipatía hacia Israel ya existe a pesar del licuado carácter judío del gobierno israelí.

Recuerden el rechazo de Europa democrática de permitir que, Estados Unidos, utilizaran los campos de aterrizaje de NATO para reabastecer a Israel durante la Guerra de Yom Kippur.

Recuerden el reconocimiento de la OLP, por parte de las Naciones Unidas en 1974, aun cuando el Acuerdo de la OLP exige la destrucción de Israel (miembro de la ONU). Especialmente revelador —no, obsceno—son las repetidas condenas de Israel en el Consejo de Seguridad (incluso con la cooperación de EEUU).

Aquí está la antigua hidra de antisemitismo, la cual, los sionistas políticos, pensaban obviarían estableciendo un estado secular democrático en la Tierra de Israel. El  Holocausto había desacreditado el odio abierto hacia los judíos pero, como observó un escritor, “la queja Palestina permitió  que,  el anti-semitismo latente, fuese canalizado hacia un criticismo ‘respetable’ hacia Israel que fue sagazmente distinguido del mundo judío.”

Contrario a nociones prevalentes, no es obvio que –  la situación de Israel-  sería peor bajo un gobierno conformado por judíos “obstinados,” por recordar cómo se les llamó bíblicamente. Aunque extraño;  a la Israel moderna, también, se le llama obstinada—“intransigencia” es la etiqueta actual—aun cuando su gobierno fue patéticamente permisivo.

Cualesquiera sea lo que se piense sobre el acuerdo con Egipto, tener que entregar al Sinaí, incluyendo sus campos petroleros, bases aéreas estratégicas y $15 billones en infraestructura, sin poder permanecer en el más pequeño asentamiento ( Yamit);  haber sacrificado todo por lo que Anwar Sadat  llamó, con desdén,  “un pedazo de papel,” es apenas una muestra de intransigencia. Si el gobierno de Israel fuese  más obstinado, si no hubiese sacrificado tanto frente a una dictadura que convirtió ese pedazo de papel en una pantomima, quizá no estaría, ahora, presionado a sacrificar su patria, Judea y Samaria.

Lo que despierta la nación—desconocido para ellos mismos—no es la intransigencia judía, sino la dolencia judía. Decir de las naciones, incluso como hicieron Menajem Begin y Yitzjak Shamir—por no mencionar a sus sucesores—que “todo es negociable,” es confesar que nada es sagrado. En efecto, Israel puede ser comprada (postura apenas consistente con el judaísmo auténtico). Pero,  continuar con negociaciones,  incluso cuando todos saben que, dada su táctica inicial,  serán retiradas a diestro y siniestro,  con seguridad  incitará a la irritación y hostilidad. Tal humillación propia aleja a los amigos (que admiran la fortaleza), e incita a los enemigos (que aprovechan  las debilidades).

Para que el gobierno de Israel cultive una reputación de intransigencia en cuanto a la herencia de su pueblo, y para ser merecedor de tal notoriedad, no es necesario suscitar la enemistad de naciones, en especial si tal intransigencia fuese moderada con una medida de sabiduría bíblica.

Después de todo, cuando el gobierno de Francia actúa de forma francesa—cínica y condescendiente, algunos dirían —ninguna otra nación se expide sobre el hecho. Tampoco se preocupa ninguna otra oficina de asuntos exteriores por aquello que, por años, caracterizó la política externa de Inglaterra: la hipocresía. Además, cuando a un musulmán, en Arabia Saudita, le amputan una mano por robo, no se escucha ni una palabra de oprobio del Departamento de Estado Americano. Amputar las manos de los ladrones es una costumbre saudita. La razón subyacente de tal indiferencia sublime es esta: se espera que los gobiernos se conformen a la herencia de su pueblo. Esa es una obvia precondición para la comprensión internacional, para relaciones estables y cordiales entre estados independientes. Cuando cualquier gobierno deja de actuar de forma autentica, o sea según  la tradición de su nación, eso causa confusión y, a veces, hostilidad en las capitales extranjeras.

Contraste al gobierno de Israel. Lejos de actuar de forma distintivamente judía, emula a la América democrática. Apenas se desvía un poco de los principios igualitarios y liberales de los Estados Unidos, la ira de Washington se desborda sobre el Estado Judío de Israel. En Israel el dogma de la democracia—más inmune a cuestionamientos que cualquier otra religión— produjo  la más absurda anomalía; ¡el único lugar en el Medio Oriente donde la OLP tiene  su propia prensa es en Jerusalén! ¡Y lo que es más, durante la primera Guerra del Golfo Pérsico la prensa árabe tenia la libertad de publicar propaganda pro-iraquí y anti-americana mientras que, Israel, era bombardeada por misiles Scud!

Fuente: INFOPUBLICO

ATT.CIDIPAL

Difusión: www.porisrael.org

 

 
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