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| jueves marzo 28, 2024

Breve historia del antisemitismo


 

David Mandel

Mi Enfoque

 6 de febrero, 2012,

antisemitismo Nota. Este artículo es un breve resumen de la historia del antisemitismo, no una explicación de esa obsesión, ya que es imposible explicar en términos lógicos un odio irracional.

 

La palabra «Semita» originalmente no se usaba para referirse a judíos y a otros grupos étnicos. Era un término utilizado en la clasificación lingüística de los idiomas para describir un grupo de idiomas de origen común. Fue recién en el año 1879 que adquirió el significado de «judíos», cuando el alemán Wilhelm Marr, le antepuso el prefijo «anti» en su libro «El camino de la victoria del germanismo sobre el judaísmo». Debido que otras naciones, incluyendo los árabes, también hablan idiomas clasificados como «semitas», muchos consideran hoy que el vocablo «antisemitismo» no es suficientemente preciso y debería ser reemplazado por «judeofobia».

Sentimientos de xenofobia hacia extranjeros o hacia personas pertenecientes a otros grupos étnicos se encuentran en todos los países. Esta antipatía se expresa  algunas veces en forma hostil, como fue en el caso de los ciudadanos americanos, durante la Segunda Guerra Mundial, que fueron recluidos por el gobierno de Estados Unidos en campos de prisión por el solo hecho de descender de japoneses. Otras veces, como es el caso de los gallegos en Argentina, la xenofobia se expresa con burlas y chistes (inofensivos, según opinión del que los cuenta, pero ofensivos desde el punto de vista de los gallegos).

 

El antisemitismo va mucho más lejos que la xenofobia. No es una simple antipatía, sino una demonización cuyas consecuencias pueden ser mortales no para el antisemita sino para el objeto de su obsesión. (Esta demonización puede llegar a extremos absurdos y ridículos como sucede en algunos pueblos de la serranía peruana, en los cuales hay pobladores, que, aunque nunca han visto un judío, están convencidos de que tiene cuernos y rabo, al estilo de lo que atribuyen al diablo).

 

En la antigüedad no existía el antisemitismo. Los romanos consideraban, como lo atestiguan varios autores clásicos, que los judíos, (que constituían cerca del 10% de la población del imperio), tenían creencias absurdas, (¡rezan a un Dios invisible!), eran excéntricos, (¡se niegan a comer la carne de cerdo!), y, peor aún, eran flojos y perezosos, (¡descansan un día cada semana!), pero nunca atribuyeron al judío facultades inhumanas o demoníacas.

 

La demonización de los judíos empezó cuando los primeros cristianos se separaron del judaísmo, del cual, hasta ese momento, habían sido una secta, y culparon a los judíos de la muerte de Jesús. Al exculpar a los romanos del arresto y muerte de Jesús, y atribuir la responsabilidad de esos hechos a los judíos, los cristianos tuvieron un doble objetivo: evitar atacar y ofender a las autoridades romanas, y, simultáneamente, consolidar su separación del judaísmo, al cual, desde ese momento y durante los siguientes dos milenios, consideraron enemigo de la nueva religión por no aceptar la divinidad de Jesús. El antisemitismo, expresado en términos religiosos, («judíos deicidas») se originó en las páginas de los Evangelios, especialmente en el Evangelio de Juan, donde se acusa a los judíos de ser hijos del diablo, (Juan 8:24).

 

El antisemitismo, basado en la religión, causó cientos de miles de muertes, conversiones forzosas, y expulsiones durante los siguientes 15 siglos. Pero, paradójicamente, fue la última conversión forzosa masiva de la historia, la que causó que el antisemitismo sufra una mutación, de religioso a racial. Fue en España, a fines del siglo 15, cuando los reyes católicos Fernando e Isabel ofrecieron a los judíos, que habían vivido durante siglos en la península ibérica, una alternativa: la conversión o la expulsión. Gran parte de los judíos escogieron la expulsión, pero otros aceptaron convertirse. Los españoles sospecharon que los «nuevos cristianos», gente que había sido convertida por la fuerza, probablemente no eran sinceros en sus nuevas creencias, y para discriminar contra ellos inventaron la fórmula de «limpieza de sangre», que consistía en exigir a los aspirantes que deseaban ingresar a universidades, ejército, puestos en el gobierno, y otras instituciones, el requisito de descender de «cristianos viejos». Con esto se creó el antisemitismo racial, para el cual no interesan las creencias religiosas, sino el origen étnico de la persona.

 

Durante los siguientes siglos, la religión gradualmente fue perdiendo en Europa la fuerza e influencia que había tenido durante la Edad Media. Los antisemitas abandonaron sus argumentos religiosos, (ya considerados absurdos por gente culta y educada) y los sustituyeron con argumentos raciales, atribuyendo a los judíos características negativas innatas e incambiables. El antisemitismo racial llegó al máximo en la primera mitad del siglo 20, cuando los nazis decidieron que los judíos eran tan inferiores que no tenían derecho a vivir, y pusieron en práctica «la solución final», logrando exterminar a la tercera parte del pueblo judío.

 

El antisemitismo racial cayó en el desprestigio después de que se hicieran públicos los horrendos crímenes de los nazis en la Segunda Guerra Mundial, pero esto no impidió, por ejemplo, que antisemitas polacos masacraran a judíos en Kielce, el 4 de julio de 1946, un año después del final de la guerra.

 

Los antisemitas, desprovistos de los argumentos religiosos y raciales que habían usado anteriormente como pretexto para su odio irracional, decidieron usar argumentos ideológicos, para lo cual asumir como propio el lado palestino en el conflicto árabe-israelí les sirve como objetivo doble: por un lado se congracian con los árabes a quienes compran el petróleo, y por otro lado, pueden expresar, y, a la vez esconder, «decentemente» sus sentimientos antisemitas, exigiendo la desaparición de Israel «por ser un Estado ilegítimo, genocida, practicante de limpieza étnica, opresor, imperialista y colonialista». El sionismo, movimiento de independencia nacional judía, fue condenado como racista por votación mayoritaria de las Naciones Unidas.

 

Los antisemitas no se contentan con encontrar nuevos argumentos para respaldar su odio sino que, cuando lo encuentran útil, reciclan antiguos libelos:

 

·        La acusación medieval de que los judíos mataban a niños cristianos para usar su sangre en la preparación de la matzá de Pesaj fue modernizada.  En el año 2009 un periódico sueco publicó artículos acusando a soldados israelíes de matar palestinos para vender sus órganos.

 

·        El infame panfleto, Los protocolos de los Sabios de Sion, burda adaptación rusa de un librito satírico francés que atacaba a Napoleón III, fue actualizado por los eruditos profesores John Mearsheimer, de la Universidad de Chicago, y Stephen Walt, de la Universidad de Harvard en su libro, El lobby israelí y la política exterior de los Estados Unidos, publicado en el año 2007. Los dos autores acusan al lobby israelí de influenciar la política exterior americana con efectos negativos para los Estados Unidos.

 
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