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| jueves marzo 28, 2024

La ambivalencia de la victoria


Ana Jerozolimski

Semanario Hebreo. Uruguay

Esta semana se cumplieron 45 años de la Guerra de los Seis Días. Parte de la población israelí veo hoy ese aniversario, como símbolo de redención. La otra parte, como símbolo casi de desgracia nacional.

Para los primeros, la fecha es un motivo de celebración, ya que a raíz de aquella conflagración, Israel llegó a las bíblicas Judea y Samaria (generalmente más conocidas como Cisjordania o la Margen Occidental del Jordán), cuna de la nación judía, que por cierto no nació en Tel Aviv.

Para los otros, lo destacable es que hace 45 años comenzó la ocupación de territorios habitados mayormente por palestinos, lo cual tuvo connotaciones negativas –nefastas afirman no pocos-para el propio Israel.

Unos y otros deben recordar que la guerra de los Seis Días en la cual en efecto fueron conquistados los territorios en cuestión, en disputa hasta hoy, fue impuesta a Israel. El Estado judío no se levantó una buena mañana con la intención de expandir sus fronteras hacia el Este en el frente jordano y hacia el sur en el frente egipcio, sino que se vio empujado a defenderse en una situación en la que sus vecinos prometían una guerra de exterminio.

El Presidente Gamal Abdel Nasser de Egipto, estrella del mundo árabe de entonces, había expulsado a las fuerzas de las Naciones Unidas en la península del Sinaí que supervisaban la separación de fuerzas entre Israel y Egipto (UNEF, United Nations Emergency Force) , había bloqueado el estrecho del Tirán y el Golfo de Aqaba todo y había introducido tropas en el Sinaí. Todo indicaba que los días estaban contados hasta el estallido de una guerra.

El primer tiro técnico fue de Israel, que a fin de garantizar superioridad que le diera ventaja, destruyó por sorpresa, en tierra, a gran parte de la Fuerza Aérea de Egipto. Pero la guerra, de hecho, la había lanzado antes Egipto con los pasos ya mencionados. Lo que hizo Israel, fue tomar  medidas para mejorar su posición al estallar los combates mismos. Cabe recordar que en aquel entonces, el territorio israelí era diminuto. En términos uruguayos podemos recordarlo con facilidad: como el departamento de Tacuarembó. El canciller Aba Eban habló una vez de “fronteras de Auschwitz”, refiriéndose a que las fronteras previas a la guerra del 67, eran tales que podían hacer posible fácilmente la aniquilación de Israel. En su cintura más estrecha…no más de 15 kilómetros de ancho.

De no ser por aquel golpe preventivo a la fuerza militar aérea de Egipto, aviones egipcios habrían estado en un abrir y cerrar de ojos en Tel Aviv y en el centro mismo de Israel.

Israel exhortó al Rey Hussein de Jordania a no intervenir, a no sumarse a Nasser, pero el Presidente egipcio lo engañó pintándole un cuadro que no era cierto, y el monarca cometió el error de abrir fuego sobre Jerusalem, cuya parte occidental estaba bajo gobierno israelí. Ello echó a andar el operativo militar hacia el Este, en cuyo marco Israel tomó control de la Ciudad Vieja de Jerusalem,  liberó  el Muro de los Lamentos y  conquistó  toda Cisjordania, que quedaron perdidas por siempre para Jordania.

Sin embargo, el que Israel se haya tenido que defender en aquella guerra, no quita que sus resultados sean polémicos y que hasta ahora se discuta inclusive en su plano interno, si la gran victoria militar que salvó al país, no lo sumió, por otra parte, en una situación insostenible. La mejor prueba de la problemática de la situación, es que ni siquiera gobiernos conservadores anexaron los territorios a las fronteras soberanas del Estado sino que los dejaron-salvo los  declarados parte de Jerusalem- en una situación jurídica singular y en principio, temporaria.

Ya a pocos días de finalizada la guerra, David Ben Gurion dejó en claro que se debería llegar a un acuerdo en cuyo marco Israel devolvería territorios a los árabes y recibiría garantías de paz en fronteras seguras. Como bien sabemos, lamentablemente, esa no fue la situación.

Consideramos que la culpa inicial al respecto, la tuvo el mundo árabe, que poco después de la guerra, reunido en Khartoum, capital de Sudán, emitió sus nefastamente famosos “tres no”: no al reconocimiento de Israel, no a la paz con Israel y no a las negociaciones con Israel.

Creemos que tendencias de este tono perduran también hoy en el mundo árabe, aunque en forma un tanto menos generalizada que en aquel entonces.

Aún sin olvidar ni por un momento ese pecado original de los árabes-que estamos convencidos es la fuente  de un conflicto que el Estado de Israel no deseó jamás-, también es cierto que las tendencias de carácter que hasta llamaríamos “mesiánico” que envolvieron a parte del público israelí, causaron nuevos problemas. Con el aval explícito y a veces retroactivo de los gobiernos de turno-que, recordemos, en aquel momento no eran de derecha sino laboristas- se fue permitiendo la instalación de ciudadanos israelíes en Judea y Samaria. El primer asentamiento fue en 1969.

De fondo estaba la euforia de la victoria a pesar de la sensación de intento de exterminio que rodeaba a Israel. Además, la derivada del control de zonas que eran parte de la tierra de Israel bíblica. La sensación de que la presencia física israelí en esas montañas agregaría seguridad, también hizo lo suyo.

El problema, a nuestro entender, no era si había o no derecho histórico. Claro que la zona de Belén, Shilo, Hebron, estaban mucho más conectadas al sentir histórico judío que las modernas Haifa y Tel Aviv. El problema es que la dinámica tiene su historia y que en esos territorios había una población árabe, que hoy llamamos Palestina.

En aquel momento, los árabes locales, palestinos, no hablaban en absoluto de tener su propia entidad nacional. No existía la reivindicación por un Estado palestino independiente y los territorios que Israel conquistó, jamás habían sido parte de un Estado árabe ninguno. Por cierto no de un Estado palestino, que jamás había existido.

Al mismo tiempo, estaba claro que el roce sería inevitable y que si se deseaba tener la posibilidad de llegar eventualmente a un acuerdo con los vecinos de Israel, esto no sería posible con judíos viviendo en los territorios conquistados. Claro que de por medio están también las consideraciones del Derecho internacional sobre la instalación de civiles en territorios controlados militarmente a raíz de una conquista, argumento con el que Israel, de todos modos, discute, señalando que esos territorios no habían sido tomados de un soberano sino de quien los había ocupado en otra guerra, en referencia a Jordania, que los conquistó en 1948.

Con el tiempo, la población judía en los territorios en cuestión  llegó a dimensiones como las actuales, de por lo menos 300.000 personas viviendo en los asentamientos .Hoy es difícil concebir cómo se los podrá desalojar….y parece parte del consenso, que permanezcan bajo control de Israel “bloques” de asentamientos con el grueso de la población judía. La gran pregunta es cómo el queso suizo en el que se convirtió Cisjordania, puede servir de base a un Estado palestino viable y con cierta continuidad territorial.

El controlar los destinos de otro pueblo, es a nuestro criterio, contrario a los intereses de Israel y a sus principios fundacionales. Inclusive si todo se hace por consideraciones de seguridad, es casi inevitable incurrir en acciones en las que justos pagan por pecadores. Moralmente, lo consideramos un serio problema. Y lo analizamos sin entrar ni en el Derecho internacional ni en las posturas oficiales palestinas, sino en lo que consideramos deben ser los intereses de la sociedad israelí, por su propia salud mental.

Los palestinos no han contribuido mucho, claro está, a terminar con esta situación. Durante décadas optaron por el terrorismo en lugar de la negociación. Y en la negociación, rechazaron propuestas de largo alcance que de haber sido aceptadas, les habrían dado la soberanía en la casi totalidad del territorio en el que sostienen desean construir su Estado independiente. Se les ofreció inclusive la división de Jerusalem y que reciban territorios del Estado soberano de Israel a cambio de las pequeñas porciones de Cisjordania que quedarían en manos de Israel  con los asentamientos principales.

Lo rechazaron.

La  profunda división interna en la que viven hoy con Hamas controlando Gaza y el Presidente Abbas en Ramallah, no ayuda. Claro que la negativa a volver a las negociaciones con Israel a menos que se cumplan de antemano condiciones previas que para Israel son temas de fondo en las conversaciones, no acelerará ni el fin de la ocupación ni el hallazgo de una verdadera solución.

En 1967, Israel no tenía más remedio que salir victorioso. Lo contrario, podría haberle costado la vida.

Pero está preso desde entonces de una victoria que no le ha traído paz. Probablemente tampoco la tendría ahora aunque hubiese salido de inmediato de los territorios que conquistó, dado que en Oriente Medio, también hoy continúa interpretándose a veces los gestos de buena voluntad, como señal de debilidad.

Pero de esta encrucijada hay que salir. Todos aquellos que defienden salir del grueso de los territorios en cuestión,  consideran que es por el bien de Israel. Y no piden suicidio sino fortaleza, en otras fronteras, guardia estricta en fronteras reconocidas.

A nosotros nos parece que no tiene ni sentido hablar hoy de retirada total. Es impracticable e irreal. Hay que hallar una fórmula intermedia, que tome en cuenta parte de la realidad creada en el terreno pero también la necesidad de que haya un Estado palestino independiente viable y que pueda funcionar.

El mundo árabe podría ser más que instrumental en la generación de la confianza necesaria para que también un gobierno conservador en Israel se anime a dar pasos riesgosos. Recordemos que saliendo de los territorios del 67, los cohetes  que se disparan hoy de Gaza hacia el sur de Israel, podrían caer en Jerusalem y el aeropuerto internacional Ben Gurion.

El desafío no es fácil. Resolverlo, es clave para Israel.

 
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