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| viernes abril 19, 2024

Apariencias, desinformación y sobredimensión


Marcelo Wio

Porisrael.org

“En la subcultura posmoderna la verdad ha pasado de moda, y la metáfora, el mito, la convención, el consenso, el poder y la negociación son lo popular”, Mario Bunge

Hay tal sobredimensionamiento y sobreexplotación de la condición de víctimas (sin matices, sin contextualización alguna), y una cierta elevación de la opinión sobre los palestinos que termina por encumbrárselos en un pedestal lisonjero.

Mario Bunge, en Buscar la filosofía en las ciencias sociales, sostiene que “el método de propagación de rumores es éste: un individuo sostiene, afirma o propaga un dato, una falsedad o una profecía que modifica su propio comportamiento y el de los demás de tal manera que finalmente trae consigo el estado de cosas que se preveía”.

A la inversa de Gulliver y los liliputienses, hay que agigantar a unos para que los otros parezcan diminutos e indefensos, y así todas sus acciones contra el gigante todopoderoso y malvado  puedan ser desestimadas, descartadas de crónica de los días. El resultado es una vigorosa fantasía, una poderosa narrativa que emociona, conmociona y añade adeptos. En tanto, los palestinos, como una argamasa informativa internacional y como una conveniencia autóctona surgida de la necesidad de la perpetuación en el poder de un cierto grupo, en de erigirse en la afirmación de sí mismos, lo han hecho como negación del otro. Un eterno reproche exceptuado de actuar creativamente, constructivamente. La acción de la inacción: “hacer” contra Israel para no hacer nada por sí mismos, con el compromiso de un estado propio. Es, sin más, la paralización de una porción de la historia para regocijo de televidentes y lectores de diarios, para moralistas de la emoción y toda una caterva de definidores de lo abyecto y lo trágico, para los corruptos locales y para los que hacen de la muerte su negocio.

Así, no se presentan hechos sino apariencias. Confundir apariencia y hecho no es ni por asomo algo cercano al periodismo, sino más bien al ilusionismo. Y esto es nefasto puesto que los humanos reaccionamos a la manera en que aparecen los hechos ante nosotros, más que a como son en realidad; y los medios acercan al público, envueltos en un manto de suceso, meras apariencias. De hecho, como señala el propio Bunge, “las personas reaccionan a los estímulos sociales percibidos, o aparentes, más que a los estímulos en sí”. Y, si encima se recibe la percepción de lo aparente, la tergiversación más absoluta está asegurada. En definitiva, todo parece seguir el Principio de Lucrecio: “Nada de la nada, y de la nada a la nada”.

Un escenario conveniente para unos y otros. La miríada de ONG (algunas, vale la pena aclararlo, con las mejores intenciones y haciendo una labor encomiable) que ejercen la vanidad del victimismo ajeno socorrido por la propia presteza y entereza moral. Palestina ha devenido en criatura, hija de la UNRWA y la ayuda internacional. Allí parece residir la soberanía: en la lástima, la desmemoria y la irresponsabilidad. Y todo se hace, en definitiva, para que los creadores crean en su propia invención – todo menos exigir nada a cambio -. La complacencia al servicio de la glorificación estatal del terrorismo y la perpetuación del odio, de la corrupción endémica, de las escenificaciones internacionales de capricho e intransigencia. El aplauso del benefactor para el gesto inauténtico del beneficiado. El bochornoso lirismo de un mal padre que premia los desaciertos del hijo creyendo que lo que hace es educación.

 
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