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| viernes abril 19, 2024

Mitt Romney sale al mundo


Julián Schvindlerman

Comunidades – 8/8/12

Una de las mayores debilidades del presidente Barack Obama radica en su concepto de la política exterior, y uno de sus más grandes errores en este campo ha sido ofender gratuitamente a aliados y así dañar innecesariamente las relaciones internacionales de los Estados Unidos. Sus críticos destacan tres casos -Polonia, Gran Bretaña e Israel- con justa razón.

 

En 2008, Varsovia acordó con Washington albergar bases de misiles antimisiles en su suelo. El propósito era que actuaran como escudo protector contra las amenazas de Irán principalmente. Rusia vio ello como un desafío a su soberanía y como una invasión estadounidense de una antigua esfera de influencia moscovita. El gobierno ruso llegó a amenazar a Polonia con un ataque nuclear si procedía con sus planes pero el gobierno polaco se mantuvo firme y accedió al requerimiento de la Administración Bush. Al año siguiente, específicamente el 17 de septiembre del 2009, el sucesor en la Casa Blanca, Barack Obama, canceló ese acuerdo unilateralmente con vistas a apaciguar la ira de Rusia y resetear la relación. Para los polacos la traición fue doble. No solamente quedaron expuestos ante el poder de Rusia sino que la decisión estadounidense fue anunciada en el 70 aniversario de la invasión soviética de Polonia. A esta debacle estratégica, Obama agregó un par de insultos diplomáticos posteriores al hablar de “campos de la muerte polacos” (hubo campos de la muerte alemanes en territorio ocupado polaco) y al ir a jugar golf el día del funeral del presidente polaco Lech Kaczynski.

 

Gran Bretaña y los Estados Unidos han mantenido tradicionalmente una relación histórica y sólida. Juntos combatieron al comunismo y al nazismo el siglo pasado, nada menos. En la época Bush, Londres obsequió a su aliado transatlántico un busto de Winston Churchill que fue exhibido en la Casa Blanca. Hasta que Obama ganó las elecciones y en uno de sus primeros actos presidenciales devolvió el regalo a la embajada británica, dónde aún permanece. Cuando la Argentina lanzó una campaña mundial por las islas Malvinas, la Administración Obama sorprendió a los británicos al adoptar una postura supuestamente neutral, llamando a las Falkland, Malvinas, algo inusual para un gobierno norteamericano. El propio Obama apeló a ese término preferido de los argentinos sólo que, en una gaffe excepcional -observada por Charles Krauthammer en el Washington Post– habló de las islas Maldivas, equivocando la ubicación geográfica de las Malvinas/Falklands en unos doce mil kilómetros.

 

Desde 1967 en adelante, Israel ha sido el principal y más confiable aliado estadounidense en el Oriente Medio. Ambas naciones han forjado una relación sumamente especial y única. Ella ha tenido altibajos, naturalmente, en tanto que los intereses globales de una superpotencia no siempre coinciden con los de un país pequeño, cuyas preocupaciones se centran en la región del Medio Oriente principalmente. Pero bajo el gobierno de Obama las tensiones han sido la norma y la calidez, la excepción. La actitud personal del presidente hacia su par israelí actual ha sido fría e incluso parca. “Tú estás cansado de él, pero yo debo lidiar con [Netanyahu] todos los días” se oyó decir a un Obama desprevenido en una conversación privada con Nicolás Sarkozy. “Las fronteras de Israel y Palestina deberían basarse en las líneas de 1967 con intercambios mutuamente acordados” afirmó públicamente el presidente estadounidense en vísperas de recibir a Binyamín Netanyahu tiempo atrás, a sabiendas del rechazo del líder del Likud a esa idea. En ocasiones, Obama se negó a ofrecer conferencias de prensa conjuntas con el premier israelí y llevó la crítica tradicional de su país hacia los asentamientos israelíes a extremos notables.

 

No extraña, entonces, que en su primera gira internacional, el candidato republicano a la presidencia Mitt Romney haya elegido visitar precisamente estas tres naciones despreciadas por la Administración Demócrata. Fue en Israel donde más claramente se notaron las diferencias entre uno y otro.  

 

Romney declaró que Jerusalem es la capital de Israel y definió al país como “una nación que comenzó con una promesa antigua hecha en esta tierra”. Aseguró que “no podemos permanecer callados en tanto aquellos que buscan socavar a Israel expresan sus críticas. Y ciertamente no deberíamos sumarnos a esas críticas”. Declaró que “tenemos una obligación solemne y un imperativo moral de negar a los líderes de Irán los medios para avanzar con sus intenciones malévolas”.  Y auguró que “en tanto permanezcamos juntos, no hay amenaza que no podamos superar y muy poco que no podamos conseguir”. El contraste con los pronunciamientos y las actitudes de Obama no es apenas acentuado. Es dramático.

 

Para concluir, una a favor de Barack. Ambos están en campaña, pero mientras que Obama preside un estado, Romney preside un partido. Las responsabilidades son diferentes.  A partir de noviembre veremos si, en caso de triunfar, las declaraciones del republicano coinciden con sus gestiones, o si, en caso de perder, tendremos más -y quizás peor- de lo ya visto en esta Casa Blanca.

 
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