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| viernes marzo 29, 2024

La ‘jutzpá’ judía y el espíritu de la innovación


Santiago Navajas

elmed.io

luz

¿Qué tienen en común Suiza, EEUU, Singapur, Chile, la India e Israel? Países de muy distintas zonas del mundo, con tamaños y poblaciones muy diferentes, de culturas, historias y religiones distintas, sin embargo comparten una característica común: son potencias –regionales o mundiales– en innovación.
Israel es el líder sin competencia en la zona de África del Norte y Asia Occidental, pero con algunos indicadores que lo sitúan, además, entre los tres países más innovadores del mundo.  Y eso porque es la economía que más invierte en innovación, sobre todo en capital riesgo, lo que a su vez le ha permitido tener la mayor cantidad de empresas tecnológicas per cápita, una start-up (empresa de nueva creación que se define por su perfil innovador) por cada 1.844 habitantes, y contar con más empresas de tecnología en el Nasdaq que todos las naciones europeas… ¡juntas! Aunque últimamente China lo ha desbancado como el país con más presencia en el célebre índice, obsérvese lo que significa estar comparando un gigante de mucho más de 1.000 millones de habitantes con un país que apenas tiene ocho.

No son los materiales ni los únicos ni los más determinantes factores a la hora de explicar el éxito innovador de Israel, sino, sobre todo, un rasgo de la idiosincrasia judía que ha hecho triunfar a los israelitas en varios lugares del mundo en el terreno de la cultura.

Chutzpá es un término yiddish, adoptado por otros idiomas –como el inglés– que alude a la audacia en un sentido negativo o positivo. Hace referencia a un delicado equilibrio entre la insolencia y el arrojo, entre la impertinencia verbal y el ardor intelectual. Mientras que en el uso común chutzpá resulta tener un componente peyorativo, sin embargo en el mundo de los negocios se emplea sobre todo como sinónimo de coraje y arrogancia. Para entendernos, desde un punto de vista culto sería algo parecido a la hybris de la cultura clásica, mientras que en español cotidiano se podría traducir coloquialmente por tener cojones.
Esta característica de descaro y osadía, de autoconfianza desafiante, ha sido un rasgo que ha desarrollado el judío habitual, enfrentado a una historia de persecuciones, matanzas y agresiones. El judío, cuya misma supervivencia estaba en juego por el mero hecho de pertenecer a la tribu de Israel, no podía perder el tiempo siendo gentil. De ahí que el desarrollo de la chutzpá haya sido un mecanismo para sobrevivir basado en la táctica de que la mejor defensa es un buen ataque. En este sentido, la chutzpá es un elemento cultural que ha definido el perfil psico-sociológico de Israel y catalizado la innovación en el país, junto a –no lo olvidemos– otros factores igualmente decisivos en la tradición judía, como el amor por el intelecto y la ambición material, que han operado en la cultura hebrea favoreciendo el desarrollo de una civilización capitalista a fuer de democrática, rara avis en un entorno caracterizado por dictaduras y atraso tecno-económico que puede funcionar, salvando las distancias y algunos rasgos 

no extrapolables, como un modelo para todo Oriente Medio (y más allá).

Si Max Weber publicó La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Dan Senor y Saul Singer escribieron su equivalente, “el talante judaico y el espíritu de la innovación”, en Start-Up Nation. El milagro económico de Israel.

Es interesante constatar que, mientras Weber no asoció directamente el surgimiento del capitalismo con los judíos, algunos de su círculo académico sí lo hicieron. Especialmente Werner Sombart creía que “la raza judía” estaba particularmente predispuesta al capitalismo, porque sus miembros no sólo eran “egoístas” dotados de una fuerte voluntad, sino que, sobre todo, eran propensos al pensamiento abstracto, de ahí su facilidad para la música, la filosofía… o las finanzas y la innovación. Sin embargo, lo que en Sombart se teñía de antisemitismo puede ser interpretado precisamente como una de las fuerzas culturales del judaísmo. Weber, por su parte, distinguía entre el protestantismo y el judaísmo como fuentes del capitalismo. Pero mientras que el primero se asociaría a un capitalismo más bien industrial basado en la austeridad, el judaísmo llevaría a un capitalismo más especulativo y de alto riesgo, orientado a las finanzas.

Había un rasgo fundamental en la orientación judía al capitalismo, como vieron tanto Weber como Sombart, que también tiene que ver con la situación de Israel analizada por Senor y Singer: la condición de la comunidad judía, minoritaria y marginada dentro de Alemania, por ejemplo, y el acoso en que vive ese pequeño país, rodeado de potencias belicosas. Como las de Suiza o Singapur, otros países pequeños, las empresas de Israel llevan incorporado en su código memético aquello de “piensa localmente, actúa globalmente”: para ellas, la necesidad de exportar es acuciante.

Hemos mencionado algunas características que son extrapolables, porque son neutras culturalmente, al resto de países y regiones, mientras que otras son estrictamente idiosincráticas de la peculiaridad israelí. El problema está en copiar lo más obvio: una estructura poligonera al estilo de Silicon Wadi, el equivalente israelí de Silicon Valley, área de alta concentración de empresas de alta tecnología, sería como empezar el edificio de la innovación por el tejado. Entonces, ¿qué?

Algunas características serían relativamente fáciles de trasplantar (lo que no quiere decir que no fuese complicado llevarlas a la práctica, por inercias malignas e intereses creados), como la coordinación entre universidades, centros tecnológicos, administraciones y emprendedores. Así como el favorecer que los jóvenes viajen al extranjero, una estupenda manera de que se empapen de otras ideas y costumbres que les hagan ampliar su horizonte vital, algo decisivo a la hora de emprender y que, con programas de intercambio de estudiantes como el Erasmus, se está consiguiendo en Europa. De esta forma, se desarrollaría una visión cosmopolita en línea con el lema “piensa localmente, actúa globalmente” del que hablábamos antes.

En el medio plazo, y con un cambio de orientación en el sistema educativo, también se podría adoptar un sistema meritocrático combinado con un entrenamiento para el fracaso, entendido dicho fracaso como un medio de aprendizaje para futuras aventuras (vitales y empresariales) en lugar de como debo para la frustración y la impotencia. Y es que si el capitalismo es un proceso de “destrucción creadora”, como lo describió Joseph Schumpeter, la actitud que pone en funcionamiento dicha dinámica es la de un fracaso constructivo.

Igualmente, cabe diseñar programas selectivos de importación de talento, favoreciendo la llegada de inmigrantes altamente cualificados que aporten una prima de riesgo e inteligencia, características en las que suelen participar aquellos que se atreven a alejarse de la red de seguridad de sus patrias de origen. Se podría otorgar un visado de talento temporal para unos años, o bien directamente conceder la doble nacionalidad a personas poseedoras de un gran capital intelectual. Dicha inmigración cualificada, además, repercutiría en un incremento de la diversidad cultural que sería muy beneficiosa, en cuanto que multiplicaría las perspectivas con las que afrontar los problemas.

Desde el punto geoestratégico, Israel ha asumido que la fuente principal de energía en el mundo, el petróleo, está en gran parte en manos de sus enemigos, con lo que ha desarrollado un modelo energético propio basado en fuentes alternativas y que ha tenido como consecuencia la innovación más radical del mundo en automóviles eléctricos, sin las medias tintas de los coches híbridos, y una gran apuesta por la energía solar.

Sin embargo, también hay factores casi imposibles de trasladar desde el modelo israelí, como el papel de un Ejército en el que todos deben participar y que hace también las veces de crisol, y donde se interioriza un sentimiento jerárquico muy fuerte que es compatible con un cuestionamiento de la autoridad basado en la argumentación. Como señalan Senor y Singer en su libro:

Es en lo militar donde muchos israelíes aprenden a dirigir gente, improvisar, estar orientados a objetivos, trabajar en equipo y ayudar a su país.

Será una casualidad, pero lo cierto es que, de los países líderes en innovación mencionados al principio, Israel, Suiza, Singapur y Chile tienen establecida alguna modalidad de servicio militar obligatorio, lo que quizás repercuta en un tipo de eficiencia comunitarista, del mismo modo que la investigación en I+D+i militar suele tener beneficiosas repercusiones en la tecnología de aplicación civil.

En cualquier caso, Israel se constituye como uno de los modelos posibles de innovación tecnológica, lo que no significa que su extrapolación se deba hacer de forma automática, sino tras establecer un adecuado marco de adaptación a las circunstancias de cada entorno socio-cultural. Lo que sí debe considerarse es que dicho modelo de innovación sea asumido como una asíntota a la que acercarse, empezando por importar ese concepto tan peculiar y necesario en un entorno fuertemente competitivo: el de chutzpá.

http://elmed.io/la-chutzpa-judia-y-el-espiritu-de-la-innovacion/

 
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