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| jueves abril 25, 2024

El despertar del gigante suní


Michael Weiss

Elmed.io

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sunis

«‘Nasrala la jodió’, me dijo recientemente una fuente bien relacionada. ‘Despertó al gigante suní. Los saudíes se tomaron la invasión de Qusair por parte de Hezbolá como algo personal'»

«La radio del Ejército israelí informó hace dos semanas de que agentes de la inteligencia francesa estaban trabajando con sus homólogos saudíes para adiestrar a los rebeldes en tácticas y armamento de acuerdo con el Ministerio de Defensa turco»

«Habiendo determinado por tanto que la crisis siria no entraba dentro de los «intereses nacionales» de Estados Unidos, la Administración se olvidó convenientemente de los intereses nacionales de sus aliados, los cuales se lamentan unánimemente del vacío geopolítico dejado por una presencia americana que se desvanece, y temen enormemente a los elementos que corren a llenar ese vacío»

El pasado 15 de junio el rey Abdalá de Arabia Saudí interrumpió sus vacaciones de verano en Marruecos y voló de regreso a Riad; no sólo para reunirse con sus asesores de seguridad nacional, sino para coordinar una nueva estrategia con la que ganar la guerra en Siria. Una que englobe a los países de mayoría suní que se han alineado contra Irán, Hezbolá y el régimen de Asad. Al reino wahabita se le ha acabado la paciencia con los intentos de resolver la crisis siria por medio de la diplomacia. A la campaña de varios Estados de la región en apoyo de los elementos moderados del Ejército Libre Sirio se unirán ahora los hediondos llamamientos a la yihad procedentes de los sectores clericales de El Cairo, Doha, La Meca y más allá. Los mulás sólo pueden culparse a sí mismos. «Nasrala la jodió», me dijo recientemente una fuente bien relacionada. «Despertó al gigante suní. Los saudíes se tomaron la invasión de Qusair por parte de Hezbolá como algo personal».

Pese a que ha tardado en llegar, y a que se ha puesto de manifiesto en los choques entre Hamás y Hezbolá en el Líbano y Siria, esta gran reorientación ha cuajado de forma inequívoca durante las últimas semanas. Un día después de que el monarca saudí regresara a Riad, el presidente egipcio, Mohamed Morsi, cortó todos los lazos diplomáticos con Damasco y solicitó una zona de exclusión aérea en Siria; no hizo ningún misterio del motivo de esta decisión:

Hezbolá debe abandonar Siria. Hablo en serio. No hay espacio ni lugar para Hezbolá en Siria.

Posteriormente, el lunes 17 de junio, fue el turno para que Abdalá de Jordania lanzara una nota conminatoria, aunque de carácter más nacionalista. Pese a que se estaba dirigiendo a los cadetes de la academia militar Mutah en una ceremonia de graduación, en realidad el monarca hachemita hablaba a Barack Obama y Bashar al Asad:

Si el mundo no se moviliza o nos ayuda en la cuestión [de Siria] como debería, o si este asunto se convierte en un peligro para nuestro país, somos capaces de tomar en cualquier momento medidas en defensa de nuestra tierra y de los intereses de nuestro pueblo.

A diferencia de Morsi, que no tiene que vérselas con medio millón de refugiados sirios, la capacidad disuasoria de Abdalá no se limita a declarar a alguien persona non grata ni a la mera retórica. La operación Eager Lion –maniobras militares de 12 días en las que participan Estados Unidos y 19 países árabes y europeos– se está llevando a cabo actualmente en Jordania. Unos 8.000 efectivos –incluidos comandos del Líbano e Irak que, sin duda, se enfrentarán a algunos de sus compatriotas en caso de ser desplegados en Siria– están recibiendo lecciones sobre seguridad fronteriza, gestión de refugiados, contrainsurgencia y lucha antiterrorista. En Jordania se han quedado baterías de misiles Patriot y entre 12 y 24 cazas F-16 norteamericanos, a modo de póliza de seguros multilateral contra provocaciones sirias, iraníes o de Hezbolá. Este Abdalá está más en sincronía que nunca con su homónimo del sur.

Si hicieran falta más pruebas de la nueva firmeza de Riad en lo relacionado con el fin del régimen de Asad, no hay más que leer una reciente columna de Yamal Jashogui, un periodista al que se considera muy próximo al príncipe Turki al Faisal, antiguo director general de la inteligencia saudí, que ha descrito a Hezbolá y a la brigada chií iraquí en Siria Abu Fadhl al Abás como las «garras de acero» de Irán.

El 15 de junio Jashogui publicó en Al Hayat un artículo, titulado «La expansión del Creciente Chií», que sólo puede describirse como algo entre un llamamiento apasionado y un sueño febril suní. El periodista comienza advirtiendo de la progresiva hegemonía de Irán en el Levante, un Irán movido por intereses energéticos y comerciales tanto como por ideología. Según él, esto es lo que ocurrirá si se consiente la victoria de Asad:

El Ministerio iraní del Petróleo sacará mapas de los cajones para construir un oleoducto que transportará petróleo y gas iraní desde Abadán (a través de Irak) hasta Tartus. El Ministerio iraní de Carreteras y Transportes desempolvará los planos de la Dirección Nacional de Ferrocarriles para construir un nuevo ramal de Teherán a Damasco, y posiblemente a Beirut. ¿Por qué no? El viento sopla a su favor, y no estoy haciendo una montaña de un grano de arena.

Jashogui concluye que, a diferencia del cuidadoso equilibrio mantenido por Hafez al Asadentre intereses chiíes y suníes, el peligroso Bashar se ha sometido por completo a Irán y a su peón libanés.

Por tanto, ahora Arabia Saudí debe hacer algo, aunque sea sola. La seguridad del reino está en juego. Sería bueno que Estados Unidos se uniera a una alianza liderada por los saudíes para derrocar a Asad y devolver Siria al redil árabe. Pero eso no debería ser una condición previa para actuar. Que Arabia Saudí encabece a quienes se hallen a bordo. [Las negritas son mías].

Según Elizabeth O’Bagy, directora de política del Grupo de Trabajo de Emergencia Sirio y una de las principales analistas del Instituto de Estudios Bélicos, los saudíes celebraron hace unos días una reunión a puerta cerrada con el general Salim Idris, líder del Mando Superior del Ejército Libre Sirio, en la que le ofrecieron hacer lo que hiciera falta para ayudarle a derrotar a Asad y a su creciente ejército de milicias sectarias chiíes y alauíes. Pero, al tratarse de una promesa saudí, ese «lo que haga falta» puede definirse de forma relativa: según O’Bagy, el debate se limitó a armas, más recursos y apoyo logístico, aunque parte del material ya ha empezado a aparecer.

Una fuente anónima del Golfo citada por Reuters afirma que los saudíes han empezado a enviar a Siria misiles antiaéreos portátiles. Por otro lado, al menos 50 misiles antitanque Konkurs, de fabricación rusa, aparecieron en Alepo a mediados de junio, como confirmó el corresponsal del Daily Telegraph Richard Spencer (los Konkurs son especialmente útiles para destruir tanques T-72, el modelo más reciente de la era soviética empleado por el Ejército sirio).

Más intrigante todavía resulta ser la potencia occidental que, evidentemente, está facilitando esta campaña: Francia. La radio del Ejército israelí informó hace dos semanas de que agentes de la inteligencia francesa estaban trabajando con sus homólogos saudíes para adiestrar a los rebeldes en tácticas y armamento de acuerdo con el Ministerio de Defensa turco. El ministro saudí de Exteriores, príncipe Saud al Faisal, y el director delMujabarat (servicios de inteligencia), príncipe Bandar ben Sultán (que también fue embajador de Arabia Saudí en Estados Unidos y asesor de seguridad nacional del rey Abdulá), han viajado últimamente a París, en urgentes accesos de diplomacia itinerante.

«Los franceses han sido muy, pero que muy proactivos presionando en pro de una mayor acción», me dijo O’Bagy. «Tienen un montón de gente verdaderamente activa sobre el terreno». La misma fuente del Golfo que habló a Reuters de los misiles antiaéreos destinados a Siria dijo también que éstos «se obtuvieron de proveedores en Francia y Bélgica, y Francia pagó para enviarlos a la región». El Gobierno de Hollande mantiene que no ha decidido aún si armará o no a los rebeldes, pero aquí debe señalarse, como ha hecho O’Bagy en otros sitios, que Estados Unidos estaba suministrando armas antes de que hace unos días anunciara, de forma ambigua, que (quizá) iba a empezar a hacerlo.

De hecho, la armonía franco-saudí proporciona un muy necesario contexto para la adhesión de la Administración Obama al statu quo ante, lo que algunos comentaristas han descrito de forma muy divertida empleando un lenguaje pseudoapocalíptico. La Casa Blanca sigue estando interesada tan sólo en guiar el proceso, sin implicarse directamente en él. Todo el mundo, desde el jefe del Estado Mayor Conjunto, general Martin Dempsey, hasta el presidente, ha rechazado enérgicamente la idea de ataques aéreos o de una zona de exclusión aérea. (Estos realistas no se dan cuenta de que la forma más segura de limitar los argumentos para armar al Ejército Libre Sirio es destruir la capacidad de reabastecimiento del régimen de sus fuentes iraníes y rusas. Ah, pero eso supondría tener que lanzar bombas, y eso no podemos hacerlo, ¿verdad?).

Habiendo determinado por tanto que la crisis siria no entraba dentro de los «intereses nacionales» de Estados Unidos, la Administración se olvidó convenientemente de los intereses nacionales de sus aliados, los cuales se lamentan unánimemente del vacío geopolítico dejado por una presencia americana que se desvanece, y temen enormemente a los elementos que corren a llenar ese vacío. Así que, en vez de eso, Washington parlotea con Moscú sobre Ginebra II, una conferencia concebida para que se parezca a la última media hora de Rocky IV, mientras la guerra sobre el terreno no cesa. Entre 3.000 y 4.000 combatientes de Hezbolá, apoyados por miembros de la Guardia Revolucionaria iraní, se encuentran en Alepo dispuestos a tratar de repetir su última victoria en Qusair.

Hay que darle la enhorabuena. Estados Unidos acaba de ganarse una localidad a pie de pista para asistir a la clase de enfrentamiento internacional entre suníes y chiíes que precisamente quería evitar.

https://now.mmedia.me/lb/en/commentaryanalysis/the-awakening-sunni-giant

*Columnista de NOW y bloguero de World Affairs.

 
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