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| viernes marzo 29, 2024

Parasha Vaieji


parasha

Iaacob pasó los últimos 17 años de su vida en Egipto. Cuando sintió que estaba próximo el día de su muerte conjuró a Iosef para que lo sepultara en la Mearat Hamajpelá, donde estaban sepultados Abraham y Sará, Itzjak y Rivka y Lea.

Posteriormente Iosef se presenta con sus dos hijos, Menashé y Efraim para que su padre los bendiga. Al apoyar las manos sobre las cabezas de los muchachos Iaacob cruza los brazos, apoyando la mano derecha sobre la cabeza de Efraim (el menor) y la izquierda sobre la cabeza de Menashé (el mayor). Cuando Iosef intenta corregir esto, Iaacob le informa que si bien Menashé tendrá una descendencia importante (Gideón y las hijas de Tzelofjad), la de Efraim será más importante (Ieoshua, el sucesor de Moshé).

Luego convoca sus doce hijos con la intención de revelarles el momento de la redención, pero el espíritu de profecía se aparta de él y en cambio bendice a las tribus.

Iaacob muere a los 147 años y sus hijos lo sepultan en la Mearat Hamajpelá, en la tierra de Canaan.

Luego del sepelio de Iaacob los hermanos temían que ahora que no estaba el padre Iosef quisiera vengarse, pero éste los tranquiliza al respecto, y sigue velando por ellos y por sus familias hasta su muerte a los 110 años, tras prometer que Di-s los redimirá del exilio y conjurar a sus hermanos para que cuando eso se produzca, lleven sus restos de vuelta a Canaan.

 

DIEZ AÑOS MENOS

 

Iosef estaba destinado a vivir 120 años, sin embargo murió a los 110. ¿Por qué le fueron arrebatados esos 10 años? Nuestros Sabios explican muy bien esto. Cinco veces los hermanos se refirieron a su padre como “tu siervo”, y como había un intérprete entre ellos, Iosef escuchó esto 10 veces. Iosef era un tzadik, eso es indiscutible, pero el simple hecho de permitir que el honor de su padre fuera menoscabado provocó que fuera castigado y perdiera 10 años de su vida.

¿Comprenden ahora el valor de honrar a los padres?

 

Puertas y murallas

 

Las murallas encierran, separan, aíslan. Las murallas te cortan del mundo.

Pero una muralla rota significa peligro. Si está conteniendo un río, va a comenzar a entrar agua. Si está asegurando una frontera, enemigos o extranjeros infiltrarán sus brechas. Una muralla rota significa vulnerabilidad, exposición, pérdida de identidad.

Entonces ¿qué es lo que necesitamos? Necesitamos murallas con puertas.

Necesitamos murallas fuertes, con puertas que se abran y cierren. Puertas que estén abiertas durante el día y cerradas en la noche. Puertas que se abran para permitir a la gente entrar y salir para intercambiar ideas y mercaderías; puertas que también se cierren, para salvaguardar la ciudad y repeler fuerzas dañinas y destructivas.

Cuan bueno es si tu ciudad, tu comunidad, tu familia, tu propio cuerpo y tu propia alma, tienen murallas fuertes con puertas que funcionen apropiadamente, de forma que estés seguro en tu propia identidad, protegiendo lo que es lo mejor y más preciado dentro de ti mismo, y abierto al mundo para dar y recibir, aprender y enseñar.

El 10 de Tevet (este año el viernes 13 de diciembre) del año judío 3336 (425 AEC), los ejércitos del Rey Nabucodonosor de Babilonia sitiaron las murallas de Jerusalén, abriendo eventualmente una brecha en los muros que protegían la ciudad santa, destruyendo el Templo Sagrado y enviando al pueblo judío al exilio.

Cada año, observamos el 10 de Tevet como un día de ayuno, arrepentimiento y retorno, un día dedicado a salvaguardar las murallas de nuestra identidad, reparando sus brechas, y asegurándonos que sus puertas funcionen apropiadamente…

. (Extraído de www.es.chabad.org)

 

Jerusalen Sitiada

Hoy, 2425 años después, Jerusalén está nuevamente en estado de sitio.

Por Yanki Tauber

 

En unos pocos días, los judíos alrededor del mundo ayunarán, harán duelo y rezarán, recordando el día (10 de Tevet del calendario judío) en que comenzó el sitio a Jerusalén por los ejércitos del emperador babilónico Nabucodonosor, que llevó a la conquista de la ciudad, la destrucción del Templo Sagrado, y la expulsión del pueblo de Israel de su tierra.

Hoy, 2425 años después, Jerusalén está nuevamente en estado de sitio. Ah si, puedes subirte al auto y manejar al oeste a Tel Aviv (aunque aventurarse al norte, este o sur es un asunto distinto), y los supermercados están surtidos de cereales instantáneos y yogures dietéticos. Pero es un sitio tan terrible y mortal como cualquier otro que haya conocido la ciudad.

Mientras estoy sentado escribiendo estas palabras a corta distancia del centro de Jerusalén, puedo escuchar tiros a las casas de apartamentos de Guilo, dos barrios más allá, de la aldea árabe vecina de Beit Jalla. Dentro y alrededor de la ciudad y a través del país, el enemigo arroja piedras, balas y bombas a soldados judíos y autobuses de escuela. Mientras los seis niños Dovidovitch contemplan la pérdida de su madre y Tehillah Cohen de 8 años contempla la pérdida de sus dos piernas, los diplomáticos corren a toda prisa impulsando “declaraciones oficiales” y los comentaristas de televisión y los columnistas de diarios insultan a los judíos por rehusarse a bajar las armas y subirse a los vagones de ganado como buenos niños y niñas. Los asesinos están motivados por el odio, los expertos y políticos por la vanidad y la ingenuidad; juntos, podrían arrancar el corazón de Israel de su cuerpo.

Pero aun más aterrador es la forma en que la historia se repite. El Talmud describe como, en vez de unirse contra un enemigo en común, las facciones judías lucharon unas contra otras en la Jerusalén sitiada. “A causa del odio gratuito entre judíos,” concluye el Talmud, “Jerusalén fue destruida.”

¿Por qué, pregunta el Rebe de Lubavitch, el Talmud insiste en que el odio era “gratuito”? ¿No había razones, tanto ideológicas como pragmáticas, para la división entre los judíos? Pero ninguna razón, explica el Rebe, es razón suficiente para el odio. Nuestro destino en común corre mucho más profundo que cualquier causa posible de animosidad. Todo el odio, entonces, es odio gratuito.

Así que, si el “odio gratuito” fue la causa de la destrucción, continúa el Rebe, su remedio es el “amor gratuito”, nuestro redescubrimiento de la unidad intrínseca que está por encima de todas las razones para la discordia y el antagonismo.

Reza por Jerusalén, alienta y ayuda a sus defensores, y muestra amor a tu prójimo, no importa cuanto el o ella difieran de ti. Porque si hay una virtud redentora de estar bajo sitio, es la oportunidad de darnos cuenta que, en esto, estamos todos juntos. (www.es.chabad.org)

 
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