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| martes marzo 19, 2024

Segunda emancipación


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Durante el operativo «Margen Protector» llevadó a cabo en Gaza por Israel en respuesta a los ataques de Hamás contra poblaciones civiles del país, fueron los países latinoamericanos, mayormente de izquierda, los que tomaron una actitud prejuiciosa contra el Estado judío y definieron por sus propias manos lo que era justicia antes de tener veredicto alguno.

Brasil, Ecuador, Chile y Perú, llamaron a «consultas» a sus embajadores en Tel Aviv en protesta por lo que ellos consideran una acción «desproporcionada» israelí que causó muertes de inocentes palestinos.

Estas y otras naciones calificaron la operación militar de Israel como «genocidio», como si su accionar no fuese un acto de autodefensa o como si el objetivo de remover a Hamás, una organización terrorista mega-asesina, no fuese un objetivo legítimo más allá de los daños colaterales que cualquier guerra causa.

Chile siguió los pasos de Brasil en nombre del Derecho Internacional, ignorando que la guerra de Israel contra Hamás es totalmente legítima y legal, ya que esta organización terrorista puso en peligro de muerte a su población, violó múltiples ceses de fuego y uso cínicamente la población palestina como escudos humanos.

Ni hablar que, además, Hamás obstruye de forma constante cualquier intento de negociación entre Israel y la Autoridad Palestina intimidando y debilitando a ésta y reclamando la eliminación del Estado judío.

Pero aquí se sumaron otros asuntos que simplemente van más allá de una movida diplomática. El Gobierno uruguayo, sin retirar a su embajador, calificó la acción israelí de «genocida». Su canciller, Luis Almagro, reprochó a la comunidad judía por su apoyo a Israel, declarando que los judíos deberían ser los primeros en criticarlo. En Argentina, los diputados oficialistas se apresuraron a condenar la muerte de inocentes civiles en Gaza sin siquiera mencionar a Hamás. Los medios oficiales o semioficiales entrevistaron ciudadanos israelíes de opinión minoritaria y marginal que no vacilaron en hacer generalizaciones negativas y sin fundamentos sobre la sociedad civil israelí y sus instituciones, «confirmando» que los israelíes son los «malos» de la película.

No podemos olvidar al Gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, cuyos organismos oficiales y semi-oficiales son abiertamente antisemitas. Es más, el presidente venezolano instó a la comunidad judía a pronunciarse contra Israel, lo que llevó al Centro Wiesenthal a apelar a la Organización de Estados Americanos (OEA) para defender los derechos de los ciudadanos judíos. O sea, ésto refleja el carácter discriminatorio con que Venezuela y otros países se manejan hacia sus propios ciudadanos.

Pues bien, digámoslo así, contrariamente a Europa, donde las manifestaciones antisemitas son iniciadas por ciertos grupos, en América Latina están directa e indirectamente estimuladas por sus propios gobiernos.

Y para quienes sostienen que oponerse a Israel no es lo mismo que antisemitismo, vale la pena aclarar algo. Si bien la fría definición hace distinción entre ambos, la realidad es que la mayoría de los judíos del mundo ve a Israel como el único Estado judío aunque no viva allí. Los judíos no sólo en su mayoría son sionistas sino que difamar al único Estado judío y ponerlo bajo un marco crítico al cual no se somete a ningún otro país, es de por sí una actitud discriminatoria y ciertamente antisemita.

Por otro lado, tratar de aislar al Estado de Israel de los judíos es algo típico de aquellos pseudo-socialistas y otros que, intolerantes del nacionalismo judío, intentaban separar al judío individual del colectivo judío. Pero sólo lo hacían con judíos, ya que siempre toleraron la independencia o autonomía de otras naciones o pueblos.

La pseudoizquierda identificó históricamente al judío con la burguesía y definió su identidad, cultura y tradición como algo religioso, separatista e incluso arrogante. Así también rechazó al Movimiento Sionista por promover separatismo nacional, pese a que el sionismo emergió paralelamente a otros movimientos nacionales que buscaron – y encontraron – su libre determinación.

Es por eso que en muchos casos el socialismo fue intolerante hacia los judíos. Pero también fue más engañoso porque mientras les prometía emancipación, les exigía renunciar a su identidad en lugar de aceptarlos en un marco pluralista como lo hizo, por ejemplo, la sociedad norteamericana, entre otras.

De aquí también el menosprecio hacia Israel. Ninguno de estos gobiernos quiere escuchar la narrativa israelí sobre la guerra contra Hamás. Tampoco el hecho de que esa organización terrorista busca la muerte de los mismos palestinos para lograr que Israel se vea acorralado por la condena internacional, tal cual lo definió el ex presidente norteamericano Bill Clinton. Por otro lado, la muerte de los palestinos cultivará más el odio hacia Israel, garantizando que en las próximas generaciones la guerra continúe.

La izquierda latinoamericana no quiere saber nada de este aspecto irracional del conflicto. Tampoco quiere entender el hecho de que Israel tuvo líderes moderados que extendieron a los palestinos una mano amistosa u ofrecieron generosas ofertas de paz que fueron rechazadas o quedaron sin respuesta.

Culpar sólo a Netanyahu por la ausencia de un acuerdo definitivo es ridículo y es una complicidad con la falta de responsabilidad demostrada por la dirigencia palestina a lo largo del proceso de Oslo.

Pero los gobiernos de izquierda de América Latina no están interesados en la verdad. La región busca la integración territorial, no sólo por motivos económicos. America Latina busca una segunda emancipación, esta vez de Estados Unidos, y toma un curso ideológico y de política exterior autónoma.

Es así que promueve la solidaridad con el Tercer Mundo y hace causa común con otras naciones árabes, musulmanas y africanas, que también son consideradas víctimas del colonialismo y la explotación por parte de los países desarrollados.

Este modo de accionar ya llevó a gran parte de América Latina a varias conferencias cumbres con países árabes que culminaron en apoyo a declaraciones como la «Declaración de Brasilia», en mayo de 2005, que llamó a eliminar sanciones norteamericanas a Siria, país acusado de apoyar al terrorismo y gobernado por un régimen que ya era opresor desde mucho antes que comenzara la interminable guerra civil.

Otra resolución llamó a proteger la integridad territorial de Sudán y elogió al Gobierno de ese país por su asistencia en resolver el problema de la población de Darfur, al mismo tiempo que dicho régimen cometía un atroz genocidio contra los allí residentes.

Otra decisión instó a combatir al terrorismo, pero exhortó a convocar una conferencia internacional que investigue las «causas que lo provocan» (!), como si pudiese encontrársele justificación; una táctica típica de naciones árabes y musulmanas para manejar el terrorismo y transferir la responsabilidad a otro plano. Al no aclarar las causas, no es casualidad que después de 20 años del atentado a la AMIA, no haya nadie detenido, juzgado y encarcelado; sólo víctimas civiles inocentes (eventualmente, en su gran mayoría, judías).

Más aún, los gobiernos de izquierda en América Latina nunca reprocharon o condenaron a Siria por la masacre de casi 200.000 personas, ni siquiera las atrocidades cometidas por El Estado Islámico en Irak y Siria (ISIS), así como las crucifixiones de «infieles» y la conversión forzosa de cristianos.

Esta integración territorial culmina en una fórmula simplista donde los oprimidos siempre son los menos occidentales, aunque sean los provocadores, como Irán, Venezuela, Siria, Libia, Yemen o Sudán, al confrontarse con Occidente, que aparecen como resistencia al colonialismo, pese a ser Estados terroristas o dictaduras fascistas violadoras constantes de los derechos individuales.

Según esa fórmula, el Estado judío es opresor por ser occidental y tener un Ejército fuerte, y Hamás, pese a ser una organización terrorista, tiene razón porque «lucha contra la ocupación», pese a que realmente «lucha por la destrucción de Israel» y logró destruir el proceso de paz.

¿Es esa la independencia de los pueblos de América Latina, la segunda emancipación, la integración soñada por Bolívar, San Martín y Artigas?

 
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