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| martes abril 16, 2024

Ver la luz, ser la luz

La palmera transparente


Mientras era empujado hacia el abismo una fría mañana de mayo de 1944, Rabí Ismáj Atid repasaba en su imaginación el relato que le hubiera gustado escribir acerca de la espantosa agonía del general Vespasiano, el responsable de la destrucción de Jerusalén a quien la locura devoró el cerebro en algún apartado rincón del Imperio Romano.´´ Qué tontería, pensó, que al caminar hacia mi propia muerte recuerde a ese verdugo. Debería haber aprendido ya que ninguna extinción paga el precio de la extinción, y que ningún castigo, por merecido que sea, reconstruye una vida´´. Los rostros macilentos que lo rodeaban parecían estar más allá de todo pensamiento, rayados fantasmas de sí mismos. La mayoría de aquellas almas estaban muertas antes de entregar sus cuerpos a los letales efluvios del gas. Como muertos estaban sus seres queridos.

Rabí Ismáj Atid miró el cielo buscando alguna señal, algún signo de aquella demencia que aniquilaba a la especie humana entera y no sólo al pueblo judío. Por encima del horror destinado a unos la primavera insistía en llevar perfumes a otros, como si al Creador del universo, ese ser a quien él todavía llamaba Dios y al que amaba más allá de toda explicación, le interesase continuar aromatizando el aire con esencias florales por encima de la peste a carne quemada. “Qué nimiedad, se dijo Rabí Ismáj Atid, pensar en escribir algo sobre Vespasiano y la destrucción del Templo de Jerusalén, después de todo un relato del pasado, cuando el presente derrama tanta desolación sobre el futuro.”

Y entonces vio la palmera transparente que, hecha de delgadísimas nubes, ascendía hacia el azul desde las mortíferas chimeneas. Y en ella las tibias almas de los justos, el etéreo corazón de los inocentes ascendiendo al cielo y dibujando en la radiante luz de la mañana ramas y espádices, y vio un tronco tan alto y blanco que parecía hecho del algodón de los sueños de los niños carbonizados mientras dos lágrimas de fuego le deformaban la percepción con su fluir atónito y callado. Era hermosa como la vida y terrible como la muerte no deseada aquella palmera que esbozaba una especie de milagro póstumo en el horizonte devastado por las hordas de la guerra. Siguiendo un orden recto, una misteriosa aspiración, en los anillos de su tronco viajaban nombres propios y recuerdos indelebles, sonrisas, palabras de amor, promesas, y las almas persistían y persistían entre las ramas del pálido humo confiriéndose unas a otras un brillo tan intenso como inolvidable. ¿Acaso era él, Rabí Ismáj Atid, el único en verlas?

Antes de entrar en la cámara de gas Rabí Ismáj Atid formuló un deseo en voz baja:
-Que esa tenue, vacilante palmera transparente tenga un destino digno de memoria, y que los justos que la articulan digan a los ángeles que esperan volver, regresar en los rayos del sol. Toda la oscuridad del universo no vencerá, Señor, la luz de tus estrellas.

Mario Satz: La palmera transparente

 
Comentarios

Al leer este escalofriante pasaje, acuden a mi mente, las siguientes estrófas que escribiera en su dia, el que fuera superviviente de la Shoá, y prémio Nobel de la paz; Elie Wiesel, las cuales dicen asi;
«El principio
el fin
todos los caminos del mundo
todos los clamóres de la humanidad
llevan hacia ese lugar maldito
he aqui el reino de la noche
donde se oculta el Rostro de Di-s
y un cielo en llámas
se convierte en el cementério
de un pueblo evaporado» …

Me cabe añadir por último, que al igual que sucediera con este rabino, la fé (Emunáh) nos sostiene aún en la prueba mas dura, en medio de la mas desoladora de las adversidades, de la cual El Eterno nos recatará finalmente, por Amor de Su Nómbre ….»Amen»

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