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| sábado abril 20, 2024

No es sólo terrorismo: es islamismo

No estamos ante un problema de orden público que pueda combatirse elevando un grado el protocolo de alarma policial. Estamos ante un fenómeno de raíces religiosas que arraiga en una comunidad concreta: la musulmana, incluso si los muertos son también musulmanes. 


El viernes del ramadán se ha saldado con una ola de sangre. Este año el mes del ramadán abarca desde el 18 de junio hasta el 17 de julio del calendario cristiano. Es un mes que la tradición musulmana consagra al ayuno y la abstinencia. En cuanto al viernes, como es sabido, es el día santo dentro del islam. En la atmósfera de violencia que el yihadismo contemporáneo ha desplegado allá donde hay musulmanes, la fecha ha sido el pretexto para desencadenar una marea de muerte. Al atentado islamista en Francia se suman los 38 muertos de Túnez, los 56 de Somalia y los 25 de Kuwait. Escenarios: una planta industrial, un hotel turístico, una base de la Unión Africana y una mezquita chií, respectivamente. Las víctimas, cristianos y musulmanes indistintamente. Unos por cristianos, otros por chiíes, otros en fin por “malos musulmanes”. Los objetivos: todo cuanto se oponga al proyecto del califato suní del Estado Islámico y a la implantación de la sharia en el universo mundo.

Los políticos occidentales han reaccionado en su registro habitual: esto no es el islam, sino puro terrorismo. Hora es de decir que eso no es verdad: es terrorismo, por supuesto, pero es un terrorismo islamista, que sólo se explica por la ideología político-religiosa que mueve las manos asesinas. No estamos ante un mero problema de orden público que pueda combatirse elevando un grado el protocolo de alarma policial. Estamos ante un fenómeno de raíces religiosas que arraiga en una comunidad concreta: la musulmana, incluso si con frecuencia los muertos son también musulmanes.

Podemos describir el fenómeno como una triple guerra de religión, una dentro de otra. Hay una guerra entre los islamistas radicales, que quieren restaurar el califato y aplicar a escala universal la ley islámica, y los gobiernos musulmanes que aspiran a mantener su orden estatal. Hay otra guerra entre los musulmanes suníes y los musulmanes chiíes, las dos grandes familias históricas del islam. Hay, además, una tercera guerra que opone al islamismo radical contra la civilización cristiana. El califato del Estado Islámico está ahora mismo en el centro de los tres frentes. Eso le permite disfrutar tanto de las complicidades de otras naciones suníes como de un apoyo quizá no creciente, pero tampoco menguante, entre la población musulmana de todo el mundo.

Esta es la realidad que los gobiernos occidentales se niegan a ver: piensan que basta con abjurar de la propia religión en nombre de la “laicidad” para que la declaración de guerra deje de surtir efecto. Como el niño que cree que, cerrando los ojos, el peligro desaparecerá. No quieren aceptar que nuestra retórica cosmopolita del “mundo global” sólo es válida, en realidad, para nosotros, y que en otros códigos culturales no tiene la menor vigencia. También se equivocan quienes creen que basta con potenciar a los musulmanes “moderados” frente a los radicales de las interpretaciones literales del islam: ignoran que el islam es, ante todo y sobre todo, una doctrina de la interpretación literal, y que en su seno el integrismo no es una desviación, sino una vía de ortodoxia. Podemos seguir escondiendo la cabeza bajo la tierra (o dentro del propio ombligo). No por eso se esfumará el enemigo.

¿Es demasiado fuerte la palabra “enemigo”? No hay otra, sin embargo. Europa tiene que ser consciente que le han declarado la guerra. Y actuar en consecuencia. Para empezar, extremando la vigilancia sobre las comunidades islámicas que viven en nuestro suelo. Además, poniendo en cuestión esa descabellada política norteamericana que, en los últimos años, ha consistido en sembrar de conflictos el interior del mundo musulmán. Y quizá sobre todo, recobrando su propia identidad. Porque seguiremos inermes mientras no recordemos quiénes somos.

 
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