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| viernes marzo 29, 2024

El vociferante coro del mal


Las personas que salieron a gritar en Irán contra Estados Unidos e Israel están clamando a gritos que no se llegue a ningún acuerdo entre Occidente y su país en materia nuclear, y mientras lanzan bombas fonéticas al aire de su rencor no piensan en el proverbio bíblico, que para ellos no parece existir, que reza: : ´´De qué le sirve al encantador si la serpiente le muerde antes de ser encantada.´´ Le sirve y nos sirve, diríamos, para que se vea a las claras la naturaleza venenosa de la serpiente, lo que no implica ninguna clase de prevención. Lamentablemente el buenismo de europeos y norteamericanos, rusos y chinos, no convertirá a la serpiente en un ofidio inocuo. Todo lo contrario, lo alentará a seguir acumulando veneno. Aquí el encantador es muy en especial Obama, cándido y falso idealista. Esos oscuros ayatolás, que no han ofrecido al mundo más que muerte y basura mental, continúan centrados en su odio y su desprecio. Llaman arrogantes a los demás cuando su propia arrogancia intelectual no conoce límites; emponzoñan el mundo a través de Siria, Hezbolá y cualquier grupúsculo shiíta que se enrede en la eterna lucha contra los sunitas, y se creen, por ello, la patraña de su ideología letal como si fuera la panacea que el mundo está esperando desde hace siglos.

Es realmente triste, desolador, que el mundo libre no comprenda que Irán es la verdadera amenaza que pende sobre nosotros. No sólo por la insistencia en su programa nuclear que bien sabemos no tiene nada que ver con la paz, sino porque su palabra, su mensaje es la intolerancia misma, difundida ahora en América Latina y en expansión ante los ojos mismos de los falsos revolucionarios tipo Maduro, quien simplemente querría un imperio a su gusto, un poder absoluto como pretende ser el suyo, en cuyo seno todo el que disiente es un enemigo jurado y debe ser perseguido. Veámoslo con claridad: ¿han dado algo valioso los iraníes desde que los tiranos teocráticos están en el gobierno? ¿Han creado bienes, reciclado el agua, aumentando la producción agrícola, inventado fármacos valiosos, liberado a la mujer de una esclavitud ancestral? Valen más unos simples versos de Hafiz o de Omar Khayam escritos hace siglos que todos los discursos de los teólogos iraníes de los últimos treinta años.

Lo único efectivo que han hecho es instaurar el miedo, gritar contra otros, quemar banderas, insultar, gesticular, despreciar, simular una falsa hermandad que no sienten y prometerle a la masa venganzas inauditas, rabias interminables, odios infinitos. Pero nosotros no vemos eso, o no queremos verlo en Europa y en otros lugares. Vemos películas iraníes que nos cuentan todo lo que sucede en el interior del dragón mientras sus creadores están presos o son perseguidos y las premiamos para tranquilizar nuestra conciencia. Oímos el dolor de los oprimidos que claman en Irán pero no parece importarnos demasiado. Hay prisa por firmar unos papeles y pasar a otro tema.

Los jóvenes descorbatados de Occidente se parecen peligrosamente a los líderes iraníes, que también odian la corbata aunque lleven el cuello cerrado: ambos creen en revoluciones que sólo traen y traerán desgracia a la sociedad, más deudas, más desajustes y por supuesto menos riqueza. Pan para hoy y hambre para mañana. Quien no quiera ver en el irascible y viejo Khomeiny todas las luchas y castigos que se abaten sobre el Islam actual, no descubrirá nunca la causa de un despropósito sin fin. Lo peor de la propaganda es que acaba deformando la realidad sin haberla entendido en profundidad.

 
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