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| jueves abril 25, 2024

La corona de la Torá


-¿Cuál es, rabí, la auténtica corona de la Torá?-preguntó Lo Iadúa, el Desconocido, a su amigo y maestro Rabí Iosl Hakatán.-¿Cuál es esa corona de la que tanto se habla y que muy pocos han visto?

Atravesaban el barrio de Rehavia iluminados por un crepúsculo lleno de golondrinas, chispas negras en un cielo muy azul. Jerusalén, la Jerusalén que ambos amaban era en esa zona un dédalo de pequeñas callejuelas muy arboladas y jardines visitados por bulbules de ojos claros que, en los días de lluvia, contaban en su canto las gotas caídas.

-La corona de los antiguos reyes era un pálido remedo del cielo, con su sol, su luna y sus minúsculas estrellas. Una cabeza que la exhibiera-dijo Rabí Iosl Hakatán-demostraba estar en el centro del acontecer cósmico, convertía a su dueño en un Hijo del Cielo, en el eje de su rotatoria e inagotable belleza. Pero esano es la corona de la Torá.

-¿Cuál es, entonces?-volvió a preguntar el Desconocido.

-La de los reyes puede perderse, pasar a otras manos mientras cae, decapitada, la cabeza que la sostiene. Cuando eso sucede- y sucederá hasta el fin de los tiempos-, su oro, plata y piedras preciosas se fragmentan y dividen entre los envidiosos y los usurpadores. No es ésa la corona de la Torá.

-Se trata de una corona invisible, quizás-razonó el discípulo.

-La corona de los monarcas la hacen los hombres-explicó el maestro-, pero la corona de la Torá la hace el mismo espíritu del estudiante. Sus noches y sus días lo conducen, poco a poco, también a él al centro del acontecer cósmico, transformándolo también a él en un Hijo del Cielo, en el eje de su inagotable belleza. Sin embargo, y a diferencia del poder real, una vez coronado por las enseñanzas de la Torá, llegado al reino de la comprensión, el discípulo devendrá siervo de un saber leal que-a través de su ejercicio-,lo convertirá en rey de sus actos, pudiendo constatar, tarde o temprano, que el oro, la plata y las piedras preciosas retienenla luz que los toca,  mientras que, más etérea pero más profunda, la sabiduría la envuelve y devuelve. Entonces, como la riqueza del coronado por esa corona será impalpable, nadie podrá arrebatarle nada y por eso mismo sobrevivirá a todas sus penurias. Sus labios tendrán la palabra que los demás necesiten, el consuelo siempre dispuesto y un halo de sutil beatitud resplandecerá sobre su cabeza cuando enseñe lo que sabe, alivie lo que duele y borre, arruga por arruga, el sufrimiento ajeno.

-De modo que somos nuestros propios joyeros-dijo el Desconocido.

-Oh, no-dijo el maestro-. Unicamente la Torá es el joyero, pero sólo actúa y engarza sus maravillas cuando la cabeza del discípulo corona sus sentidos.

Mario Satz: El secreto de la miel

 
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Salmo 122 6-9
Pidamos por la paz de Jerusalén: Que vivan en paz los que te aman.
Que haya paz dentro de tus murallas, seguridad en tus fortalezas.
Y ahora, por mis hermanos y por mis amigos te digo: ¡Deseo que tengas paz!
Por la casa del Señor nuestro Dios procuraré tu bienestar.

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