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| jueves abril 18, 2024

A  salvar la democracia, maestro


Una de las lecciones a aprender de la actual turbulencia global es que “nada es para siempre”. Tras el colapso de la Unión Soviética y el final de la Guerra Fría hizo carrera la idea que la democracia liberal era el sistema a emular y que se instalaba en el Planeta per secula seculorum, “el Final de la Historia”, como lo pregonaba el politólogo estadounidense Francis Fukuyama.

El problema es que la democracia liberal venía atada a otros paquetes: la libertad de mercados y la globalización, constituyéndose estos en el lastre que la está poniendo en peligro. La crisis financiera del 2008 representa quizás el punto de quiebre del sistema; varios países especialmente en Europa no se han logrado recuperar y en aquellos como Estados Unidos las muy positivas cifras macroeconómicas ocultan una realidad en la que amplios sectores de la población han sido excluidos del nuevo entorno económico.

Las clases medias, soporte y pilar de las democracias, sienten que su zona de confort hace agua lo que se convierte en caldo de cultivo para populismos de todos los pelambres que con sus fórmulas simples se constituyen en la gran amenaza al sistema democrático. La izquierda y derecha extremas se unen en la misma retórica anti-sistema y en un mismo accionar para socavar las libertades democráticas. Víctor Orban, primer ministro derechista de Hungría, y Nicolás Maduro de la izquierda son gemelos políticos, aplican las mismas medicinas para sedar la democracia, eso sí, manteniendo un esquema electoral sesgado y tramposo.

Además siempre estuvo China, mejorando sustancialmente la situación económica de sus 1300 millones de habitantes sin necesidad de recurrir a la democracia, o Vietnam o la misma Rusia de Putin hasta que las sanciones y el precio del petróleo hundieron su economía empujándolo a adoptar medidas más autocráticas.

Los pasos para limitar y en últimas a acabar con la democracia están en la cartilla: cooptar el poder judicial, coartar a los medios independientes y crear medios afines, deslegitimar a la oposición política y las instituciones democráticas, premiar a los amigos y castigar a los enemigos, polarizar la sociedad entre “nosotros y ellos” y eludir el debate a través de acusaciones espurias.

Aún es prematuro pronosticar si el presidente electo de Estados Unidos Donald Trump va en la misma dirección, si los pesos y contrapesos existentes en el sistema político norteamericano son lo suficientemente sólidos para evitar excesos en el ultra presidencialista sistema americano o si el mismo Trump una vez en la oficina oval actúa dentro de los parámetros dictados por la praxis democrática.

Sin embargo lo que sí es un hecho es que la democracia liberal en el mundo se queda sin defensores de peso, lo que le ha permitido a dictadorzuelos de nuevo cuño; Ortega en Nicaragua, Duterte en Filipinas, Erdogan en Turquía y un largo etcétera, actuar con impunidad internacional. Rusia y China se constituyen en los nuevos faros de políticos alrededor del planeta mientras Merkel en Alemania y Trudeau en Canadá, defensores acérrimos de los valores democráticos, aparecen como ‘mosco en leche’ en la nueva geopolítica global.

Sólo los pueblos podrán defender sus democracias pero en las fragmentadas sociedades del Siglo XXI con el resurgir de los tribalismos, el nacionalismo exacerbado, los extremismos religiosos y el sálvese quien pueda, no está claro que esta sea una prioridad de la sociedad como lo fue en Europa Oriental tras la caída del muro, en los inicios de la primavera árabe o en América Latina en la última década del siglo pasado.

 
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