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| sábado abril 20, 2024

La Palmera Transparente


 

Sobre la energía

En la  Varsovia de antes de la guerra y el exterminio, una noche de verano, dos compañeros de la casa de estudios llamada Or ganuz, luz oculta, discutían acerca del versículo de Ezequiel 1:4  en el que figura la palabra hebrea ha-jashmal  animando al Carro, concepto que algunas versiones de la Biblia dan como resplandor y otras como energía.

-Sospecho-dijo el más joven de ellos, Rabí Eliezer-que esa visión debió de haber sido, para el profeta, como asomarse a un volcán en erupción: de inclinarse demasiado sobre ella no hubiera podido contarlo.

Espesa y cargada de aguas, una tormenta se cernía sobre la ciudad y un ligero pero picante aroma a ozono hablaba de cercanas contiendas atmosféricas.

-¿Y si se tratase-se interrogó en voz alta Rabí Mordejai, acabando de morder una cereza negra-, después de todo, de una epifanía alegre y no del premonitorio espectro de un desastre? Cuando das vuelta la expresión ha-jashmal  se transforma en le-simjáh: para la alegría.

Un relámpago rubricó sus palabras.

-En ese caso-sonrió, sorprendido, Rabí Eliezer- de todos los peligros que corren los que ´´bajan en el Carro´´ el mayor de ellos radicaría en la dificultad de convertir tragedia en comedia, y en saber, en esencia, cuál de las dos opciones expresivas es más solidaria, pues ningún profeta ni maestro actúa para si mismo.

-Mira la bombilla eléctrica-sostuvo Rabí Mordejai dejando de lado el hueso de la cereza, paladeando los restos de su oscuro zumo y señalando el techo de la habitación. Se veía, a las claras, que seguía su propia línea de razonamiento.- Es por su hermética transparencia, por su  forma frutal y cristalina que nos llega la luz, ya que si pusieras los dedos directamente sobre los polos la descarga podría causarte un disgusto además de no agregar un ápice de brillo a tu cotidiana opacidad. La bombilla es el vehículo, la lucidez que es necesario alcanzar para que vengan a visitarnos, con ruido de alas, el león, el toro, el águila y el ángel.

-Entonces no había bombillas-dijo, con sorna, Rabí Eliezer.

Los quebrados resplandores de un nuevo relámpago cruzaron, zizagueantes, la ventana junto a la cual conversaban los estudiantes.

-Y sin embargo la electricidad o misteriosa fuente de energía estaba allí desde el principio, como el relámpago que acabas de percibir.

-A propósito-dijo Rabí Eliezer a su amigo Mordejai-,¿qué quieres decir con ser visitado por el león, el toro, el águila y el ángel? Eso supondría que entre el profeta Ezequiel y nosotros no hay diferencias.

-Los nombres-respondió el de las cerezas-preceden a los seres y las cosas, pero si, además, como en este caso, la fortuna quiere que les sobrevivan, habría que buscar en ellos el mensaje oculto que originalmente traían. Así, por ejemplo, el león traía un espejo; el toro una canción y el águila un desprendimiento.

-No te entiendo-suspiró Rabí Eliezer, abriendo la ventana para dejar entrar con más nitidez el goteante discurso de la lluvia.

-El león trae un espejo para que observes en él, más que tu propia fuerza, el arte de no hacer nada a la sombra de los árboles, pues vale más un sólo acto preciso que la mucha e imprecisa agitación. El toro trae una canción para que bailes tus torpezas y aprendas a ser un acróbata sobre tus propios abismos. Y, por fin, el águila te enseña que desprenderse del que se ha sido es el más elemental requisito del vuelo, pues las huellas del cielo no quedan en el aire que atraviesas sino en el corazón intrépido del que se sabe viajero, de donde, y si aceptas las visitas del león, el toro, el águila y ese doble de ti mismo que es el hombre-ángel que viene en el Carro, no puedes perderte. Nunca puedes perderte. En cada tragedia ves una comedia y en cada comedia el temblor de un dolor contenido.

Mario Satz

 
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