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| martes abril 16, 2024

SHEMOT


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Los Hijos de Israel se multiplican en Egipto. Amenazado por la creciente cantidad de Israelitas, el Faraón los esclaviza y ordena a las parteras hebreas Shifra y Pua matar a todos los varones que nazcan. Cuando ellas no cumplen, manda a su propia gente a arrojar a los bebes hebreos al Nilo.

Iojeved, la hija de Levi, y su marido Amram tienen un hijo. El niño es colocado en un canasto en el río, mientras su hermana, Miriam, observa desde lejos. La hija del Faraón descubre al niño, lo cría como propio y lo llama Moshe.

Ya de joven, Moshe deja el palacio y descubre las dificultades de sus hermanos. Ve a un egipcio golpeando a un hebreo y mata al egipcio. Al otro día ve dos judíos peleando entre ellos; cuando los advierte, éstos revelan lo que Moshe hizo el día anterior, así se ve forzado a huir de Egipto hacia Midián. Allí rescata a las hijas de Itró, se casa con una de ellas – Tzipora, y se vuelve el pastor del ganado de su suegro.

Di-s se aparece a Moshe en una zarza ardiente al pie del Monte Sinaí, y le instruye ir hacia el Faraón y exigirle: «Deja ir a mi pueblo, para que Me sirvan». Aarón, el hermano de Moshe, es designado como su portavoz. En Egipto, Moshe y Aarón reúnen a los ancianos del pueblo de Israel para decirles que el tiempo de la redención llegó. La gente les cree; pero el Faraón se niega a dejarlos ir, intensificando además el sufrimiento del pueblo.

Moshe retorna hacia Di-s y protesta: «¿Por qué has hecho el mal con esta gente?». Di-s le promete que la redención está cercana.

DESCONOCIMIENTO CONSTANTE

8 Un nuevo rey, que no sabía de Iosef, tomó el poder en Egipto. (Éxodo 1:8)

A lo largo de su milenaria historia el pueblo judío ha contribuido al progreso de los países que lo han albergado durante su exilio. España, Polonia, Alemania, Francia. En todos ellos el judío ha dejado su huella, tanto a nivel comercial, como científico, político y artístico. Pero no importa cuánto se haya esforzado, no importa cuan identificado se ha sentido con esos países, siempre surge un “nuevo rey que no sabía de Iosef”, y entonces se producen los ataques, la discriminación, las expulsiones y las masacres, y todo ese esfuerzo puesto por el judío para que ese país progrese queda en la nada.

Moisés regresó a D-os y dijo, “D-os ¿por qué has maltratado a este pueblo?” Éxodo 5:22

En el fondo, Moisés no estaba cuestionando la justicia de D-os, sólo estaba buscando comprenderla. Moisés y el pueblo judío habían heredado su fe en D-os de los patriarcas y matriarcas. Esta fe era realmente muy fuerte, pero para ser redimidos de Egipto y recibir la Torá, no era suficiente que su relación con D-os sea una herencia de sus ancestros, tenían que hacerla propia. Recién cuando uno internaliza esta fe y la hace propia, puede esta permear todo su ser. Irónicamente, la forma en la que transformamos nuestra fe heredada en nuestra propia posesión es por medio de cuestionarla, no por duda o por el mero hecho de cuestionar, sino para comprenderla verdaderamente. Fue por eso que, en respuesta al deseo de Moisés de entender los caminos de Di-s, Di-s le dijo que el propósito del exilio era posibilitar que el pueblo alcance un nivel aún más alto de conciencia Divina que la que podrían alcanzar apoyándose únicamente en su herencia de los patriarcas. (www.es.chabad.org)

La ingratitud te lleva a negar a Dios

“Y se levantó un nuevo rey en Egipto que no conocía a Yosef” (Shemot 1:8).

Rashí cita a nuestros sabios (en Sotá 11a) y explica que no se trataba de un rey nuevo que en verdad no conocía a Yosef, sino el mismo que hizo como si no lo conociera.

La justificación de Rashí es muy simple: Yosef fue una persona increíblemente importante en Egipto: gracias a él Egipto se convirtió en la potencia más rica de su época y gracias a Yosef el faraón mismo acumuló enormes riquezas. Siendo así, ¿cómo es posible que un rey no hubiese sabido de su existencia?

Normalmente los reyes de cualquier país saben de la historia de su propio pueblo, por lo que es improbable suponer que un nuevo rey no hubiese escuchado de Yosef. Debe ser, deducen los sabios, que no era un nuevo rey que no conocía a Yosef, sino el mismo faraón que previamente se había visto beneficiado por él, pero que ahora lo desconoció.

Más adelante en la parashá encontramos que Dios le dice a Moshé que hable con el faraón y le pida que deje salir a los hijos de Israel en libertad. Moshé lo hace y el faraón responde “¿Quién es Dios como para que lo escuche? No conozco a Dios” (Shemot 5:2). También esta pregunta es curiosa: ¿acaso el faraón no conocía a Dios? La mayoría de los comentaristas señalan que sí lo conocía, que sí había escuchado hablar de Dios y sabía quién era. Siendo así, ¿cómo es posible que ahora lo desconociera?

La respuesta es la siguiente: a mayor gratitud que una persona experimenta hacia a aquél que lo benefició, más cercano está en agradecer a Dios por haberlo creado y por todos los beneficios que constantemente nos prodiga. Lo opuesto también es cierto: a mayor ingratitud de una persona, más rápidamente negará a Dios. En otras palabras, cuando una persona es ingrata —inclusive hacia una persona—, eventualmente negará al Creador.

Aunque esta afirmación parece descabellada, no lo es tanto. La creencia en Dios está basada en la gratitud hacia Él. De hecho, esta es la razón por la cual Dios se presentó al inicio de los Diez Mandamientos, en el versículo del cual aprendemos la obligación de creer en Él, como “Yo soy Hashem tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto” y no como “Yo soy Hashem tu Dios que creó el cielo y la tierra”, pues la creación del cielo y la tierra no hubiese evocado en ellos un sentimiento de gratitud tan poderoso como el sacarlos recientemente de la esclavitud egipcia. El Jobot haLebabot escribe que la motivación adecuada que una persona debe tener hacia Dios es la de la gratitud por todas las incontables bendiciones que le concede.

Aunque los mandamientos de la Torá sí están divididos en mitzvot bein Adam leJaberó (mandamientos entre una persona y su prójimo) y las mitzvot bein Adam leMakom (mandamientos entre una persona y el Creador), la personalidad humana no goza de esta distinción. Quien es paciente, lo será con sus compañeros y con Dios; quien es intolerante, lo será con su prójimo y también con lo que recibe de Dios; quien es agradecido, lo será con todos aquellos que lo benefician, ya sea el Creador o cualquier otra persona. Lo mismo aplica para la ingratitud: quien es ingrato hacia alguien, lo será también con Dios, a grado que terminará desconociéndolo.

El faraón empezó a ser ingrato con Iosef al desconocerlo, negando así todo el beneficio que le había proporcionado anteriormente y terminó desconociendo al Creador. (www.aishlatino.com)

 

 

 
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