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| jueves marzo 28, 2024

Campaña contra el ISIS. ¿Más de lo mismo?


Durante la campaña electoral, Donald Trump fue implacablemente crítico con los Gobiernos de Irak y Estados Unidos por anunciar la ofensiva sobre Mosul antes de que se produjera. En uno de los debates dijo:

¿Qué pasó con el factor sorpresa? (…) Douglas MacArthur y George Patton [se estarán] revolviendo en sus tumbas al ver la estupidez de nuestro país.

Así que ahora que Trump es presidente, lo lógico es que el Gobierno iraquí haya dejado deanticipar ofensivas, ¿verdad? Pero el 19 de febrero el primer ministro, Haider al Abadi, anunció al mundo entero que las fuerzas iraquíes, tras haber liberado el este de Mosul, iban a atacar el oeste de la ciudad. No hubo la más mínima queja por parte de la Casa Blanca.

Esta es una pequeña prueba de que, dejando a un lado la retórica y las bravatas, hay mucha más continuidad que cambio en la campaña contra el ISIS. De hecho, no ha cambiado casi nada en los campos de batalla de Siria e Irak desde que Trump llegó a la Presidencia. A los asesores estadounidenses se les permite ahora acercarse más a la línea de fuego, pero eso fue una decisión tomada por el presidente Obama antes de abandonar el cargo.

¿Y qué hay de la promesa de Trump de proponer un nuevo plan para “aplastar y destruir” al ISIS como un paso hacia su objetivo de “arrancar completamente de la faz de la Tierra (…) elterrorismo islámico radical“?  El secretario de Defensa, James Mattis, ha presentado un plan con un abanico de opciones para acelerar la campaña contra el ISIS. Pero, a juzgar por estainformación del Washington Post, en buena medida será más de lo mismo:

El plan del Pentágono para el inminente asalto de Raqa, capital del Estado Islámico en Sira, requiere una importante participación militar de EEUU, incluyendo un aumento de las fuerzas de operaciones especiales, helicópteros de ataque y el suministro de armas a las fuerzas sirias kurdas y árabes que combaten sobre el terreno, según funcionarios estadounidenses (…).

Los oficiales involucrados en su planificación han propuesto aumentar el límite del tamaño del contingente militar estadounidense en Siria, que consiste actualmente en unos 500 instructores y asesores de operaciones especiales para el conjunto de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS). Aunque los estadounidenses no estarían directamente implicados en el combate sobre el terreno, la propuesta les permitiría trabajar más cerca de la línea de fuego, y Washington delegaría más autoridad a los militares en la toma de decisiones.

La propuesta de aumentar el máximo de botas sobre el terreno es una medida muy acertada. Los rígidos límites al número de soldados eran, junto a la arbitrariedad de las fechas límite para la retirada de tropas, uno de los tics más nocivos de la Administración Obama en lo que respecta al uso de la fuerza. También es muy acertada la medida de delegar más autoridad, lo que reduce el número de decisiones que tiene que tomar personalmente el presidente. Pero esto no es ni mucho menos un cambio radical. El papel de EEUU en la ofensiva sobre Raqa (¡también anunciada de antemano!) parece ser similar al que desempeña en Mosul, donde realiza labores de asesoramiento y procura artillería y ataques aéreos, pero sin liderar la ofensiva.

El papel más importante de las fuerzas estadounidenses en el norte de Siria podría ser hacer deparachoques entre los nuestros aliados kurdos (las YPG) y turcos, habida cuenta de que estos últimos están más decididos a luchar contra los primeros que contra el ISIS. Así que no hay señales de alianza alguna con Rusia y Siria al estilo de lo que Trump comentó sin parar durante la campaña electoral; seguramente porque sus asesores militares comprenden que los objetivos de Rusia no coinciden con los de Estados Unidos. Putin no está combatiendo al ISIS: está luchando para mantener en el poder al régimen de Bashar al Asad –respaldado por Irán–.

Hay una buena razón por la que es improbable que Trump cambie drásticamente el plan de Obama para combatir al ISIS. Aunque Obama tardó demasiado en movilizarse contra esta amenaza, su equipo sí puso –tardíamente– en marcha una estrategia que está dando importantes muestras de éxito en Mosul y otros lugares. Eso libera a Trump de tener que tomar cualquier decisión difícil que pudiera llevar a las tropas estadounidenses a complicarse en otra gran contienda. En este caso, las decisiones difíciles no tendrán que ver con la derrota del ISIS, sino con la gestión de lo que suceda después.

El general Joe Dunford, presidente del Estado Mayor Conjunto, ya ha empezado a hablar de la necesidad de que EEUU asuma un compromiso “a largo plazo” para con la seguridad iraquí. De hecho, la única manera de evitar que el ISIS u otra organización terrorista suní vuelva a emerger en Irak es que EEUU aprenda la lección de 2011. Cuando Obama retiró insensatamente todas las tropas de Irak, creó un vacío de seguridad que fue llenado por los extremistas, tanto chiíes como suníes. Una presencia militar continuada de EEUU no garantiza la estabilidad; pero si se garantiza a la minoría suní que no verá otra vez sus derechos pisoteados por los chiíes sectarios apoyados por Irán, habrá más probabilidades de éxito.

Pero esa misión implicaría a EEUU justo en el tipo de intervención en el extranjero a largo plazo que Trump denunció durante la campaña. “Si soy presidente, pondremos un rápido y decisivo fin a la era de la construcción de naciones [nation building]”, prometió en agosto. No tardaremos mucho en descubrir qué imperativo es más importante para Trump: si la derrota del ISIS o el fin del nation building. Si EEUU se aleja de lo segundo, no será capaz de lograr lo primero.

© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio

 
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