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| viernes marzo 29, 2024

Por qué los kurdos deberían fascinar a los liberales occidentales (Parte 1)


Un calendario árabe tamaño póster tirado en el suelo en la calle, junto a la puerta de acero de una vivienda familiar en el norte de Irak. Marca el año 2013, y en él aparece un extraño collagede altos y relucientes edificios, una montaña y un arcoíris, y un paisaje nevado. Su mensaje es de felicidad y serenidad. Aún sigue ahí en 2016, casi como nuevo, cerca de los escombros en los que se sospecha que hay mezclados explosivos colocados por el Estado Islámico.

Tendido sobre una llanura junto al río Jazir, Wardak está hoy prácticamente desierta. La aldea era el hogar de los kakais, una pequeña minoría religiosa iraquí de unas 75.000 personas que profesa una fe antigua y reservada. A finales de mayo, Wardak fue liberada del control del ISIS por los peshmergas, las fuerzas armadas del Gobierno Regional del Kurdistán (GRK), en el norte de Irak. En 2009 fue el objetivo de un camión bomba de Al Qaeda, en la ola de atentados que ese año mató a cientos de personas de las minorías cristiana, chabaquí, kakai y yazidí en los alrededores de Mosul. Antes de que el ISIS lanzara un ataque por sorpresa en la zona en agosto de 2014, los kakais nunca sospecharon que la guerra de Siria o el caos de Irak les iba a obligar a huir de todos sus pueblos.

“Había algunas familias kakais en Mosul, y huyeron a las líneas de los peshmergas”, recuerda Habeb Kakei, líder local. “A medianoche, cuando atacaba el ISIS, la gente empezaba a correr hacia Erbil”, la capital del GRK. Diez mil personas huyeron durante la noche de 3 de agosto. El éxodo masivo era una continuación de la limpieza étnica que el ISIS ya había perpetrado contra los cristianos de Mosul en junio. Como los kakais, los cristianos asirios del norte de Irak eran una comunidad nativa con casi 2.000 años de antigüedad. En junio de 2014, el ISIS les obligó a huir de la llanura de Nínive, donde representaban en torno al 40 por ciento de la población. Sin embargo, los kakais y los cristianos corrieron mejor suerte que los yazidíes, otro grupo religioso nativo que el ISIS sometió a genocidio y esclavitud masiva.

Cuando visité las fosas comunes yazidíes de Sinyar, en diciembre de 2015, y las aldeas kakais en julio de 2016, me impactó lo que vi. Los extremistas islamistas habían cometido un genocidio –cultural, religioso y demográfico–, y hubo un despertar entre los kurdos y otros grupos minoritarios, que ahora reconocen la necesidad de defender a las minorías del extremismo.

Uno no puede evitar ver paralelismos entre el Holocausto y la forma en que el ISIS apunta contra las minorías. No fue una matanza espontánea, como un pogromo, sino una operación bien planificada. El ISIS declaró kafires (infieles) a grupos como los yazidíes; separó a los hombres de las mujeres, y a éstas las vendió como esclavas. Incluso engañaron a la gente con falsas esperanzas, diciéndoles que se convirtieran al islam antes de asesinar a los hombres y a las mujeres mayores, mientras que a las jóvenes las subieron a autobuses destinados a los mercado de esclavas de Mosul y Raqa, capital del ISIS.

Al igual que las familias eran separadas en Auschwitz antes que se las llevaran, o que en Ucrania obligaban a los judíos a cavar sus propias tumbas, los hombres yazidíes fueron llevados a los fosos que habían cavado las excavadoras y fusilados. El ISIS publica triunfalmente los vídeos. Hoy se pueden encontrar las balas de los AK-47 y M-16 que abatieron a esos hombres. En las fosas comunes se pueden ver cráneos con agujeros de bala, que la lluvia ha ido dejando al descubierto en los últimos dos años, y huesos decolorados por el sol. Hasta ahora se han encontrado unas 20 fosas comunes, y 3.500 mujeres y niños yazidíes siguen retenidos como esclavos de los islamistas.

Como en todos los lugares donde el ISIS ha tomado como blanco a las minorías, las víctimas encontraron refugio entre los kurdos, que son mayoritariamente musulmanes suníes. En los últimos dos años, los peshmergas han creado unidades para los voluntarios reclutados de entre las minorías. En ellas hay más de 1.200 hombres kakais, miles de yazidíes y cristianos que combatieron junto a la Fuerza de la Llanura del Nínive y otras unidades cristianas. Todas las minorías de la región han tomado las armas para combatir al ISIS, y muchas han formado sus propias unidades en los peshmergas, ocupándose de varias secciones en el frente contra el enemigo.

Los kakais saben que los males del extremismo islamista no comenzaron con el ISIS, sino que se han ido filtrando durante una década. “Mucha gente se convirtió en objetivo en 2003, y en diciembre de 2004 [los terroristas] volaron un lugar sagrado”, recuerda Habeb. “En septiembre de 2009, Al Qaeda mandó dos vehículos llenos de gas y TNT para volar el pueblo de Wardak”. Habeb nos explica cómo los camiones cargados de explosivos trataron de atravesar un puente sobre un arroyo. Un kakai del lugar y sus amigos utilizaron pequeñas armas para detener al camión, y uno de los más mayores presume de haber matado al conductor de Al Qaeda. Guarda una pistola plateada del calibre 45 en el chaleco, tal vez la misma que utilizó entonces. A pesar de los intentos de estos hombres de defender su pueblo, unas veinte personas fueron asesinadas y otras 140, heridas. En 2009, los vecinos construyeron zanjas alrededor del pueblo para defenderse de los yihadistas. “La comunidad internacional y Europa deben reconocer lo que nos ha ocurrido como un genocidio”, dice Habeb. “Allí vivían cristianos y chabaquíes, y también turcomanos. Vivíamos juntos en paz, compartimos el mismo frente y tenemos un enemigo común: los árabes y los terroristas”. Habeb quiere que sus pueblos sean parte del KRG y estén protegidos por las fuerzas kurdas.

En los pueblos recuperados hay minas y explosivos dejados por el ISIS. El objetivo no era sólo destruir los lugares de culto de las minorías religiosas, que fueron dinamitados, sino causar el mayor número posible de muertes cuando la gente regresara. Los equipos desminadores de los peshmergas hallaron túneles de más de 2.000 metros de longitud. Cuando eché un ojo por un túnel que había en la sala de estar de una casa, a esa negritud intensa que olía a podredumbre y muerte, un kakai mayor asintió con la cabeza y dijo: “Es como Gaza, es como Hamás”. Cuando estuve en Sinyar en diciembre de 2015 con los equipos desminadores kurdos, también pusieron el ejemplo de Gaza para referirse al uso de túneles del terror contra civiles.

© Versión en inglés: The Tower
© Versión en español: Revista El Medio

 
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