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| sábado abril 20, 2024

Las protestas en Irán y la verdadera cara de Ruhaní


Las protestas que han sacudido Irán en diciembre y los primeros días de enero se han ido apagando luego de que el régimen arrestara a más de 3.000 personas. Toca esperar para saber si estamos ante el inicio de una época de turbulencias o si ha sido apenas un espasmo de descontento seguido de un largo periodo de callado malestar. De una manera u otra, debería acabar de una vez por todas con el mito de que el presidente iraní, Hasán Ruhaní, es una suerte de reformista.

Se sabe que Ruhaní concurrió como sedicente moderado en la farsa electoral de 2013, donde, como siempre ocurre en la República Islámica, sólo los candidatos seleccionados por el “Guía Supremo”, ayatolá Jamenei, pudieron ver sus nombres en las papeletas. Ruhaní era moderado comparado con su rival de la línea dura Bagher Ghalibaf, exmiembro de la Guardia Revolucionaria, pero seguía siendo una criatura del régimen que había tomado parte en casi cada una de las represiones contra manifestantes y disidentes perpetradas desde el triunfo de la revolución contra el Sah, en 1979.

Aun así, los policy makers occidentales lo han venido tratando como un reformista, un moderado sincero desde hace cuatro años; y así han querido igualmente retratarlo legiones de periodistas. La mayoría de los reporteros no especializados en Oriente Medio no tienen más que un conocimiento superficial de la política iraní, en el mejor de los casos, así que veamos qué pasaría si todo eso hubiera tenido lugar en Occidente en vez de en una tierra extraña de la otra punta del mundo.

Imaginen que en las elecciones presidenciales de 2024 los norteamericanos sólo pudieran elegir entre dos candidatos, ambos seleccionados por Donald Trump. Pongamos que uno de ellos fuera el excandidato republicano al Senado Roy Moore, de Alabama, caído en desgracia tras ser acusado de asalto sexual a menores y destituido en dos ocasiones por la Corte Suprema de Alabama; y que el otro fuera el sheriff Joe Arpaio, de Arizona, acusado de abuso de poder y de violación de los derechos civiles, recientemente indultado por Trump tras ser condenado por desacato. Nadie con dos dedos de frente vería en esa contienda otra cosa que un fraude, ni describiría a Arpaio como “moderado” sólo porque Moore es aún peor. (Si no les gusta la analogía, pregúntense cómo se sentirían si en la elección de 2024 tuvieran que decidirse por Bernie Sanders o por Elizabeth Warren, luego de que ambos fueran seleccionados por Hillary Clinton y de que todo aquel que se encontrara a la derecha de Warren hubiera sido puesto fuera de la ley o amenazado con la cárcel).

Ahora bien, Ruhaní parecía un auténtico moderado para quien se tomara en serio sus promesas electorales. Prometió promulgar una carta de derechos humanos y una mejoría en las relaciones con Occidente. Decía que combatiría la corrupción y que daría un impulso a la economía. Arrasó entre el electorado juvenil y de clase media, y a quien no supiera nada de él se le podría perdonar que pensara que era un genuino moderado.

Irán sigue sin carta de derechos humanos. Nadie es más libre en Irán ahora que cuando el cargo de Ruhaní lo desempeñaba el bombástico Mahmud Ahmadineyad. La corrupción gubernamental es endémica como siempre. La economía sigue en situación crítica. Las relaciones de Irán con Occidente son algo menos terribles desde que entró en vigor el Plan de Acción Conjunto y Completo, comúnmente conocido como acuerdo nuclear, pero se están deteriorando por el continuo apoyo iraní a ejércitos y milicias terroristas operativos en Siria, Irak, el Líbano y el Yemen y al impulso que ha dado Teherán a su programa de misiles balísticos, nada de lo cual podría haber impedido Ruhaní incluso si hubiera querido hacerlo.

La clave aquí es que no importa lo que piense Ruhaní, porque no es el jefe del Estado iraní. El jefe del Estado iraní es Alí Jamenei. Él es quien decide sobre todo lo que verdaderamente importa. Ruhaní no puede reformar el régimen más de lo que puede el alcalde de Washington DC, Muriel Bowser, supervisar al Gobierno federal de EEUU.

El pueblo iraní entiende esto perfectamente, aunque los distantes observadores extranjeros no lo hagan. Sí, los iraníes lo eligieron a él por un margen de 3 a 1 en 2013, pero sólo porque era el mal menor. Elegir entre Ruhaní y Ghalibaf era como elegir entre que te peguen un tiro o te lancen una bomba atómica. Sin duda, tienes más posibilidades de sobrevivir si te disparan en el abdomen que si te desintegran; pero, vamos, que te habrán pegado un tiro en el abdomen.

El pueblo iraní eligió que le disparasen. Pero tampoco importaba demasiado. Podría haber optado por la bomba atómica o por recibir el impacto de un meteoro gigante: el Gabinete Ruhaní está conformado por estrictos tipos de línea dura respaldados por Jamenei.

Ruhaní prometió durante su campaña, hace cinco años, que los presos políticos serían liberados. Piensen en ello un momento. Dejen que se decante la contradicción. ¿Qué clase de países tienen presos políticos? Sólo los que padecen dictaduras. ¿En qué clase de países las promesas electorales tienen algún significado? Sólo en las democracias.

Las promesas electorales en una dictadura no valen un comino, así que por supuesto que los presos políticos no han sido liberados. De hecho, sólo en las últimas semanas se ha detenido a miles de opositores.

Lo mismo cabe decir de la promesa de Ruhaní de rebajar la beligerancia de la política exterior iraní. En diciembre se pasó una hora en el Parlamento defendiendo un aumento del presupuesto de la Guardia Revolucionaria que hará que sea tres veces superior al del Ejército regular. La Guardia Revolucionaria existe para 1) proteger al Gobierno del Ejército y 2) replicarse, como un virus, en países como el Líbano y Siria por medio de su principal satélite terrorista, Hezbolá.

Los iraníes iracundos corearon todo tipo de proclamas antes de que las manifestaciones fueran reprimidas; proclamas como “Dejad Siria en paz, haced algo por mí” o “Reformistas y halcones: el juego se ha acabado”. El juego no se ha acabado, pero al menos ha llegado la hora de que lospolicy makers occidentales escuchen al pueblo iraní y comprendan de una vez quién y qué es Hasán Ruhaní.

© Versión original (en inglés): World Affairs
© Versión en español: Revista El Medio

 
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