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| miércoles abril 24, 2024

Una distinción plena de música.

Con el Profesor Edwin Seroussi, Premio Israel en Musicología 2018.


Una de las más destacadas tradiciones de Iom Haatzmaut, el Día de la Independencia de Israel, es la entrega de la máxima distinción que da el Estado, el Premio Israel, a ciudadanos destacados en sus respectivas áreas de actividad. El honor siempre es enorme y tratándose este año de las celebraciones por los 70 años, especialmente simbólico.

 

Pues entre los galardonados este año, estuvo el musicólogo uruguayo-israelí Profesor Edwin Seroussi.

Días antes de la emotiva ceremonia, nos recibió en su casa. Fue un placer escucharlo y aprender.

De jovencito, Edwin Seroussi se interesaba más que nada por la música moderna. A los 18 años, al llegar a Israel, quería ser violinista internacional. Hoy puede resumir casi 20 años al frente del Centro de Investigación de Música Judía,  el brazo investigador del Departamento de Musicología de la Universidad Hebrea, que se ocupa de la documentación y de la publicación de tradiciones musicales judías.

Y aquí está su “bebé”: la publicación no sólo de libros sino también de bandas sonoras, en las que no sólo está la música, sino las historias de las comunidades en cuyo seno vivieron.  “En cierta medida soy un antropólogo de la música”, dice el Profesor Seroussi.

Este es el resumen del diálogo mantenido días atrás junto al enorme piano que era de su mamá, la pianista Raquel Bargman que fue también miembro del coro del SODRE.

 

P: Edwin, esta entrevista es todo un honor…en este Iom Haatzmaut recibes el máximo galardón que da el Estado de Israel a quienes se destacan en sus respectivas áreas de actividad. En tu caso, musicología. ¿Qué te significa esto?

 

R: Es una gran alegría. Sólo unas pocas veces se ha otorgado el premio en el tema musicología y además suele darse este galardón a gente de un poco más de edad que yo. Pero la verdad es que lo más emocionante es que el premio, aunque es personal por lo que uno hizo, va más allá de la labor investigadora, académica. Creo que también es por la actividad pública en el campo de educación y la inclusión de la música, y especialmente la considerada oriental. Toda una generación de artistas, músicos y educadores que participaron en este campo, sintieron con razón como si ellos también hubieran recibido este reconocimiento.

 

NO POR LA IDENTIDAD

P:¿Qué te atrajo a ti en ese mundo de la música étnica oriental? ¿Tuvo algo que ver con el hecho que parte de tu identidad es sefaradí?

R: A mí me interesó siempre porque es buena, no porque sea oriental.

Además, tengo esa imagen de sefaradí, pero en realidad en mi composición genética yo soy tres cuartos ashkenazi. Me causa mucha gracia porque en la familia de mi mamá, los Bargman, eran de Polonia. Entonces yo nací con idish y parte de mi familia hablaba en ruso. Mi abuela materna nació en Egipto pero era ashkenazí, porque su familia eran inmigrantes rusos que emigraron a Alejandría.  El único sefaradí era mi abuelo…

 

P: El gran Don Elías Seroussi…

R: Exacto. Entonces el asunto de la identidad étnica no fue lo que me llevó a dedicarme a esto. Al contrario, la oportunidad de haber crecido en dos círculos culinarios, de sonidos, de lenguas -un día escuchás árabe que mis abuelos hablaban entre sí y otro día escuchás idish – enriquece.

Y lo que hay de fondo en mi interés, entre otras cosas, es la sociedad multicultural en la que vivimos. Creo que fomentar esa educación musical multicultural generalmente lleva a más tolerancia social.

 

LA MÚSICA COMO PUENTE

P: En una región con tantas tensiones, ese no es un elemento a desdeñar.

R: Es que justamente muchas de las músicas que son dominantes en Israel son compartidas con los que, nominalmente, son los enemigos de Israel. Entonces hay algo aquí de una posibilidad de diálogo, de entendimiento, que generalmente es mucho más en potencia que en realidad; pero sí hay varios encuentros que se han realizado en el pasado de los cuales he sido participante, como productor o como académico, en esos encuentros interreligiosos.

 

P: Qué lindo. Contame un poquito más de eso.

R: Uno de los proyectos que inicié fue la Escuela de Música que traducido al español podríamos llamarle “de raíces”. Se juntaron varios elementos. Eran los tiempos del proceso de Oslo , o sea un nuevo ambiente geopolítico. También había más dinero porque el gobierno de Rabin  aumentó mucho el presupuesto dedicado a la cultura. Además, llegó  la inmigración de la Unión Soviética en la que no sólo vinieron rusos sino también muchos inmigrantes de las repúblicas islámicas, donde la música era oriental. Ahí llegaron  grandes maestros judíos de Uzbekistán y de Daguestán que trajeron con ellos una riqueza musical y una formación pedagógica que no existía aquí en la música oriental.

Participaron muchos estudiantes  ashkenazies que aprendieron música uzbeki y árabe. Se juntaron también israelíes veteranos de segunda generación de inmigrantes a Israel, especialmente de Irak que es una comunidad que tenía un aparato musical muy sofisticado. Los hijos de los músicos iraquíes judíos eran parte de un grupo que empezó, y también árabes israelíes.

 

P: Suena a todo un nuevo mundo que se fue armando en la educación musical en Israel.

R: Sin duda. Ese  proyecto duró muchos años. Y de él salió un subproyecto de preparar maestros para las escuelas; se preparaban personas que ya eran maestros de música occidental y aprendían música no occidental, y con todo el dinero que teníamos compramos cientos de instrumentos para las escuelas de Israel. Hubo una época en la que yo era una persona muy famosa en las tiendas de instrumentos musicales en Estambul porque mandábamos órdenes de cientos de instrumentos para los chicos israelíes. El Ministerio de Educación simplemente alquilaba los instrumentos a las escuelas y así se desarrolló este programa.

También hicimos el Diálogo Musical del Mediterráneo, unos talleres en los cuales invitábamos músicos de todos los países del Mediterráneo: de Marruecos a Azerbaiyán, y los maestros venían a Israel por una semana y media. Literalmente cientos de músicos israelíes jóvenes venían a estos talleres y vivían juntos durante una semana y media, y se estudiaban con los maestros que venían del exterior. Después había conciertos.

 

P: Eso, entiendo, se terminó, pero no desapareció la exposición a música vinculada culturalmente, digamos, al “otro lado”.

R: Claro que no. La Academia de Música en Jerusalem, que es una institución independiente pero físicamente funciona en un edificio de la Universidad Hebrea, tiene un departamento de música oriental en el cual la mayoría de los estudiantes son árabes y los maestros también. Y dan el título de Bachelor Musical Arts y ha creado una generación de grandes músicos árabes y también judíos. Lo importante es que todas las actividades que hicimos en los años 90 generaron el interés en las músicas no occidentales a todo nivel, e instituciones empezaron a desarrollar sus propios programas.

 

INOLVIDABLE

P: Los encuentros con la gente por la música te habrán deparado muchas emociones. ¿Podrías darnos un ejemplo?

R: Claro, muchísimas emociones. Te cuento una sobre el así llamado “Reverendo” Samuel Benaroya, jazán, que llegó como inmigrante a Estados Unidos en los años 50. Nació en la ciudad de Edirne, en Turquía, en la frontera entre Turquía, Grecia y Bulgaria de hoy, una ciudad muy importante en la historia de la música judía oriental porque era un centro de música judía . Cantaba en la sinagoga central, de los marranos de Portugual.

Toda la familia de Benaroya eran cantores, con un repertorio antiquísimo de canciones religiosas judías.

Cuando yo me empecé a interesar en este tema de la tradición hebrea otomana, o sea  música turca de la época imperial cantada en hebreo, a finales de los años 80, me dijeron que ya nadie se acuerda de eso. Pero como yo siempre digo, la memoria cultural nunca se borra, sino que se transforma. Un chico norteamericano que me había oído hablar de esto en Jerusalem, me dijo «en Seattle, está el reverendo Benaroya que sabe cantar este material». Él me mandó grabaciones desde allí y después viajé personalmente para conocer al reverendo Benaroya y a su familia, y lo grabé en su casa.

Cuando me encontré al fin con él, ya tenía 83 años. «Yo vengo de Israel interesado por su canto», le dije. Un detalle: él era albino, y a su edad, la mayoría de los albinos son ciegos. Me senté y le pedí que me cantara. Para cantar él se sacó los lentes y tomó una lupa pequeña y cantaba con la lupa enfrente del libro. Cuando empezó a cantar me dijo «Aquí mi comunidad no tiene ningún interés en esto. Es viejo, es antiguo, es pesado, es música turca que ya nadie quiere escuchar».

Era música de origen turco, pero un repertorio compartido entre judíos y musulmanes. «Yo no he cantado estas piezas hace 50 años», me dijo. Y cuando empezó a cantar, yo veía las lágrimas que le caían sobre el libro.  Fue una gran emoción, porque además, yo conocía el nombre de su familia de manuscritos hebreos antiguos que había leído en Jerusalem. Así que  en momentos así uno siente que valió la pena todo el trabajo.

Hoy en día lo más fascinante es que los repertorios que casi habían desparecido, están ahora plasmados en un CD titulado Ottoman Hebrew Music cantada por el Reverendo, que publicamos en Jerusalem. Hoy este repertorio es cantado por gente joven en conciertos de Israel y en Turquía.

 

LO INSUSTITUIBLE, ESCUCHAR LA MÚSICA

P: Sin quitar valor en absoluto a la investigación académica e histórica de la música en sus diferentes expresiones ¿no es lo central, para que la música te llegue al corazón, poder escucharla, quizás también tocarla?

R: Absolutamente.  Por eso mi investigación es principalmente con tradición oral, el encuentro humano con la persona que se acuerda de la música. Dentro de poco viajamos con mis estudiantes al moshav Shtula que está en la frontera con Líbano. La mayoría de sus habitantes son de Kurdistán. Es que de casualidad tengo dos estudiantes de musicología que son de allí. Entonces vamos a entrevistar a la gente que hace la música en el lugar. Así que mi trabajo de investigación tiene que ver, primero que nada, con el sonido emitido por seres humanos; no con partituras o libros, no trabajo de bibliotecas sino trabajo de campo.

 

P: La música como expresión humana y cultural.

R: Claro…Parte  de mi formación es antropológica, soy antropólogo de la música en cierta forma.

 

EL LEGADO URUGUAYO

P: Cuando recién se acababa de anunciar que recibirías el galardón, concediste una entrevista a la radio israelí y allí hablaste de forma muy emotiva de Uruguay, lo que significa para ti y lo que te dio.¿ Qué llevas contigo de Uruguay?

R: Se puede decir en una palabra: educación. Creo, y lo dije en más de una entrevista, que la educación pública que recibimos en Uruguay- yo fui sólo a escuelas públicas- es de un nivel y de una profundidad que prácticamente hoy no existe en ninguna parte del mundo. Creo que el privilegio que tuvimos de estudiar en esos años en las escuelas de Uruguay es la base sobre cual baso mi carrera académica. Muchas veces cuando doy clases y hablo sobre eventos históricos y digo el año de memoria, los alumnos me preguntan «profesor, ¿cómo usted sabe todo esto?» y yo les digo que lo estudié en el liceo y no me olvidé, porque estudiábamos todo de memoria; no había Google.

 

P: Se estudiaba, no se buscaba en la web.

R: Sí, se estudiaba y se sabía. En el liceo Rodó, el nº1 de Montevideo, estudié a los 16 años astronomía, filosofía, literatura del mundo, música –que para mí era la clase más fácil-, física, química. Es una cosa impresionante. Hoy en día no existe una educación así, y eso es una herencia y un regalo de Uruguay que prácticamente puedo decir que tiene su impacto en lo que yo soy y en lo que logré.

 

MÚSICA SEFARADÍ EN URUGUAY

P: Tendrás historias que unen todo este tema de las raíces musicales y la cultura sefaradí en Uruguay ¿verdad?

R:Bueno, te diré que mi introducción a la música otomana hebrea tiene que ver con Isaac Algazi, al que yo llamo el rabino Algazi, aunque algunos  dicen que no era rabino. Él es una historia uruguaya. Era el cantante judío turco prácticamente más reconocido en la época imperial y al principio de la época republicana, o sea después de la primera guerra mundial y hasta el final de los años 20.

Dejó Turquía a principios de los años 30. No sé cómo mi abuelo lo conoció, lo contactó, y lo invitaron en 1935 o 1936 a hacer jazán durante los Iamim Noraim en  Montevideo. Mi tío me contó que vino gente de Buenos Aires para las fiestas porque oficiaba un jazan de tal renombre internacional que ya había grabado discos en 1912. Finalmente él se estableció en Montevideo, donde vivió sus últimos 15 años. Murió y está enterrado en Montevideo. Era de Izmir, como muchos de los judíos turcos de Montevideo.

 

P: ¿Y cuál fue tu propio punto de contacto con todo esto? ¿Sólo el relato de tu familia?

R: No. En 1987 me llama mi tío Máximo y me dice : «Edi, tengo una grabación para ti que creo que te va a interesar». Me dio un cassette que le habían traído de Montevideo y tenía los discos antiguos del rabino Algazi. Yo escuché esa voz y me pregunté de dónde venía. Se lo hice escuchar a un par de jazanim en Jerusalem y se enloquecieron. Recordemos que estamos hablando de un mundo sin grabación digital. Inmediatamente querían publicar las grabaciones, pero la copia estaba tan mal grabada que decidí tratar de conseguir un original.

Me empecé a escribir con la comunidad sefaradí en Montevideo, y les pedí que manden los discos originales. La familia dijo que no los podían mandar pero sí que los podían prestar. Nos lo prestaron y enviaron por correo diplomático del Ministerio de Relaciones Exteriores del Uruguay. Hicimos en Jerusalem una copia ya digital, que en esa época era bastante novedad, y retornamos los discos al Uruguay.

Gracias a un gran amigo de la familia, otro turco de Izmir, Sami Bonomo-que  tenía una tienda en la calle Colonia- me llegaron varios documentos de la colección de Algazi que él pudo fotocopiar. Así construí mi primer libro, que se llama «De la música de Oriente: vida y obra del rabino Algazi”, que acompaña a las grabaciones. Estas grabaciones después fueron republicadas en Turquía y en Alemania, y en todo el mundo puedes escucharlas en YouTube. Esa fue la conexión otomana, montevideana, y jerosolimitana.

Dicho sea de paso, hay otra presencia musicológica uruguaya en Israel, una cinta con un par de grabaciones folclóricas grabadas por el gran musicólogo uruguayo Lauro Ayestarán en los años 40. Me la dio como regalo para el archivo nacional de Israel, el Dr. Soriano, judío sefaradí que tenía su cargo parte del archivo de Ayestarán, que creo hoy es parte del Museo Nacional de Montevideo.

 

URUGUAY Y EL AMOR POR LA MÚSICA

P:  El amor por la música en general…¿Vino de tu casa?

R: Yo nací con la música desde la leche de mi madre. Mamá era una de las pianistas más importantes de Uruguay, Raquel Bargman. Este piano que tenemos acá al lado en mi comedor, era su piano, con el que yo nací. Es un componente integral de la casa. No me conozco a mi mismo sin este instrumento. Toda la familia de mi madre eran cantantes del coro del Sodre, así que nací en el teatro. Ya a la edad de tres o cuatro años andaba por los corredores del Sodre. No tengo memorias que no incluyen música.

Nosotros nacimos con los tamborileros en Montevideo, con  el sonido de las llamadas y del carnaval. Mi abuela vivía cerca del conventillo Mediomundo, que era el centro de esta actividad. Lo único que me da pena es que por la distancia social que había en aquella época en Montevideo, no me aventuré a ir a los tamborileros para pedirles que me enseñen a tocar el tamboril y a ser parte de las llamadas. Pero ese es un sonido que me emociona muchísimo.

 

P: ¿Y el tango?

R: Es otro aspecto del legado uruguayo: primero que nada las cosas del tango. Mi padre, Luis,  era un gran bailador. Lo invitaban a fiestas para que alegre, porque era un hombre simple y alegre. Las cosas del tango me apasionan y al fin, hace cinco años di un seminario de tango en la Universidad Hebrea, lo que me llevó a interiorizarme con la investigación moderna y actual. Fue un curso magnífico y espero darlo una vez más, por última vez antes de retirarme, a pedido del público. Ese es un aspecto de la música latinoamericana que me fascina.

 

P: ¿Llegaste a vivir ese mundo del tango en Uruguay?

R: Te cuento que yo tenía amigos que tocaban en orquestas de tango pero no podía entrar a los salones de fiestas porque no tenía 18 años. Entonces, como yo era violinista, llevaba el violín y entraba con la orquesta para escuchar el tango, todavía en aquella época tocado en vivo, y la gente bailaba.

Te diré que muchas veces cuento a mis estudiantes sobre Alfredo Zitarrosa, una voz única en la historia, en su nivel de composición, interpretación y de la relación entre la música folclórica y artística. A veces también  lo hago escuchar a estudiantes israelíes. También a Viglietti que tenía una voz muy importante. Me acuerdo de toda esa música,  me quedó en la memoria.Como hoy se puede llegar a todo, cuando me viene un poco de nostalgia los escucho.

 

P: ¿Con qué música no te podés quedar sentado?

R: Ah (risas). Esa no es una pregunta que me puedes hacer a mí, porque primero que nada, yo estoy por profesión muy abierto a tantos estilos diferentes. Pero hay músicas, que por su composición, te hacen mover el cuerpo sin que quieras incluso. Cuando era estudiante en California toqué por varios años en la Universidad, en el Ensamble de Música Latina, tocaba el violín al estilo cubano de los 50 y 60, y todo ese mundo de la salsa es una música que no te puede dejar sentado. Cuando participas tocándola es como entrar en un éxtasis.

 

P: O sea que también bailas

R: Así es. Bailo bastante bien, no tan bien como mi padre. Mi señora baila bastante bien también, así que a veces damos espectáculos.

 

P: Para terminar Edwin ¿Hay música israelí o hay un crisol? 

R: Hay un crisol. También en Uruguay hay varias corrientes de expresión y cada uno encuentra en algo que lo relaciona con la identidad, con lo emocional. En Israel eso es muy especial. No creo que haya muchos países con tantas tradiciones musicales per cápita, con tanta riqueza de posibilidad de crear sonidos.

 

P: Muchísimas gracias Edwin. Ha sido un enorme placer.

R: Gracias a ti.

 
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