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| sábado abril 20, 2024

La muerte de la pequeña Layla y la pésima política de comunicación de Israel


Si en algo están de acuerdo sus defensores es en que Israel ha perdido la guerra de las relaciones públicas en lo relativo a las manifestaciones violentas del 14 de mayo en Gaza. Todo el mundo, desde el Consejo de Seguridad de la ONU a un instituto de Nueva York, guardó luto por los 62 palestinos muertos como si fuesen víctimas inocentes, aunque 53 de ellos pertenecieran a organizaciones terroristas. Y como Hamás planea otras manifestaciones, se ha estado debatiendo si la guerra de las relaciones públicas es imposible de ganar o si la diplomacia pública de Israel es simplemente incompetente.

La respuesta correcta es: las dos cosas. Y nada lo ilustra mejor que la historia de la bebé palestina que supuestamente mató Israel con gas lacrimógeno.

Los críticos presentaron inmediatamente la muerte de la bebé de ocho meses Layla Gandur como prueba de la maldad de Israel. Como refirió The New York Times, “la historia se propagó por todo el mundo, sirviendo de foco para la indignación por las tácticas militares de Israel, desproporcionadamente violentas según sus críticos”. Por su parte, The Times of Israel informó de que “el vídeo de su funeral apareció en los telediarios y las portadas de todo el mundo”.

Pues bien, poco después, un doctor gazatí dijo que lo más probable es que la cría muriera de unproblema cardíaco congénito en vez de por algo que le hiciera Israel, teoría que al parecer aceptó posteriormente incluso el hamasista Ministerio de Sanidad de Gaza, que una semana después retiró a Gandur de su lista de fallecidos a manos de Israel.

Lo que pasó la semana siguiente fue surrealista: los portavoces oficiales y los defensores de Israel en el extranjero difundieron la explicación del médico como si importara si Gandur había muerto por el gas lacrimógeno o por una cardiopatía congénita. Dicho de otro modo: Israel y sus defensores aceptaron implícitamente el punto de vista de las turbas antiisraelíes. Si la bebé hubiese muerto por el gas lacrimógeno israelí, es de presumir que Israel habría sido legítimamente considerado culpable.

En lo que deberían haber insistido es en que la historia de Gandur demuestra lo deshonestos que son quienes acusan a Israel de hacer un uso desproporcionado de la fuerza. Al fin y al cabo, desde que empezaron las manifestaciones semanales en la frontera de Gaza, en marzo, han proclamado que no niegan el derecho de Israel a proteger su frontera, sino que simplemente exigen que se limite adoptar medidas no letales de control de multitudes en vez de recurrir a la fuerza letal. Como dijo The New York Times en un editorial de abril: “Israel tiene derecho a defender su frontera, pero ante civiles desarmados sólo puede hacerlo con las tácticas no letales de mantenimiento del orden habituales”.

Dejemos de momento a un lado la mentira de los “civiles desarmados”. La cuestión más importante es que el gas lacrimógeno es exactamente el tipo de recurso no letal de control de multitudes habitualmente utilizado por las fuerzas del orden. Así que, si los críticos fueran sinceros al hablar del derecho de Israel a defender sus fronteras con medios no letales, la muerte de un bebé durante una manifestación violenta sería en todo caso una tragedia, pero no responsabilidad de Israel. Sería culpa de los familiares que la llevaron deliberadamente a esa manifestación violenta pese a saber que Israel estaba utilizando medidas de control de multitudes para impedir que los manifestantes violaran su frontera.

En su lugar, los críticos trataron la muerte de Gandur como prueba de la maldad de Israel. O sea, que en realidad estaban diciendo que Israel no tenía derecho a defender su frontera –ni siquiera con medios no letales como el gas lacrimógeno–, salvo que pudiera garantizar la hazaña imposible de que ningún palestino muriera bajo ninguna circunstancia. Así las cosas, Israel no puede ganar la guerra de las relaciones públicas de ninguna de las maneras, al menos a los ojos de esa parte de sus críticos.

Pero muchas personas sí entienden que dejar una frontera desprotegida ante multitudes enardecidas no es una opción viable. Si la diplomacia pública israelí hubiese sido mínimamente competente, habría dejado claras las implicaciones lógicas de culpar a Israel de la muerte de Gandur.

Los críticos podrían replicar que ni siquiera debería usarse el gas lacrimógeno contra manifestantes completamente pacíficos. Pero, como dejó claro el New York Times, Gandur no estaba en una manifestación pacífica cuando falleció. Fue trasladada deliberadamente de una manifestación pacífica a otra violenta.

Como en otras ocasiones, el 14 de mayo hubo en realidad dos manifestaciones. Una de ellas, que era en gran medida pacífica, tuvo lugar a unos centenares de metros de la valla fronteriza. La otra, que se hizo directamente contra la valla, era cualquier cosa menos pacífica: miembros de organizaciones terroristas arrojaron a los soldados israelíes bombas, cócteles molotov y piedras con hondas; volaron cometas incendiarias para prender fuego a los campos israelíes (sólo entre el 13 de abril y el 27 de mayo, unas 300 cometas provocaron cien incendios, destruyeron más de 120 hectáreas y causado daños por valor de millones de shékels); causaron daños a la valla e intentaron atravesarla. Esos eran los manifestantes a los que se dirigieron las medidas de Israel, desde el gas lacrimógeno al uso de munición real cuando se consideró necesario, como prueba el hecho de que 53 de los 62 muertos pertenecieran a organizaciones terroristas.

La bebé Layla estaba en la manifestación no violenta, a la que le había llevado un tío suyo de 12 años, que creía equivocadamente que su madre estaba allí. Al percatarse del error, actuó de manera responsable y la mantuvo en la zona no violenta hasta el final de la tarde, cuando Layla empezó a llorar. Después, con la intención de entregarla a algún familiar mayor, “empezó a abrirse paso a empujones entre la multitud, buscando a su abuela, Heyam Omar, que estaba entre la muchedumbre, bajo una nube de humo negro, gritando a los soldados que estaban al otro lado de la valla”, informó el NYT. Asustado por el llanto de Layla, la llevó deliberadamente a la parte más violenta de la manifestación, donde Israel estaba ejerciendo su legítimo derecho a la defensa propia y donde no debió haber jamás ningún bebé. Y murió.

Pero aunque la hubiese matado el gas lacrimógeno israelí, no se puede culpar a Israel de su muerte, salvo que se parta de la premisa de que Israel no tenía ningún derecho a defender su frontera contra ataques violentos de ese tipo, ni siquiera con el menos letal de los medios. Eso, por supuesto, es lo que piensan muchos críticos de Israel. Y es en este punto donde Israel y sus defensores deberían haber insistido.

© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio

 
Comentarios

Con respecto a la bebe que murio , es un error de ISRAEL Y DE TODOS LOS TESTIGOS que la vieron y no hicieron NADA para rescatarla y sacarla alejandola del lugar, Herror humano, imperdonable.-SEA QUIEN SEA.-

Israel debe enviar de manera directa notas, solicitadas o cartas de lectores a los principales medios de comunicación del mundo y explicar en detalle cada situación y así desmentir las inmundas actitudes antisemitas.
No es tan difícil. Debe ser política de Estado.

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