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| jueves abril 25, 2024

Ben Gurión haciendo el pino en la playa


En 1957, tres israelíes fueron a la playa de Herzliya e hicieron historia. Una historia divertida, al menos. Se trataba del entonces primer ministro David ben Gurión, el médico Moshe Feldenkrais y el fotógrafo Paul Goldman. Guiado por el Dr. Feldenkrais, Ben Gurión, con 71 años y vistiendo maya solamente, hizo una impecable vertical frente al Mediterráneo, y Goldman captó el momento para la posteridad.

El relato de este episodio es bien simple, aunque colorido. El premier israelí tenía fuertes dolores y decidió adoptar el llamado Método Feldenkrais, así bautizado en honor a su inventor. Feldenkrais era ingeniero, físico e inventor, y un gran amante de las artes marciales. Nacido en Ucrania, emigrado a Palestina y doctorado en Francia, se interesó por el jiu-jitsu y se relacionó con el profesor Kano, creador del judo. Feldenkrais fue uno de los fundadores del Club Jiu-Jitsu de París y uno de los primeros europeos en obtener un cinturón negro de judo. El estallido de la Segunda Guerra Mundial lo halló en la capital francesa, de la que escapó rumbo a Gran Bretaña, donde realizó investigaciones sobre submarinos para la Corona. Tras sufrir una lesión de rodilla y recibir un diagnóstico complicado para la cirugía, inició una larga exploración sobre el vínculo entre movimiento y conciencia. De regreso a Israel en los años 50, incursionó en el estudio de la anatomía y la fisiología, el desarrollo infantil, la ciencia del movimiento, la evolución, la psicología y los enfoques somáticos.

Feldenkrais prometió a Ben Gurión que lo curaría de sus dolores y le aseguró que algún día podría hacer la vertical en la playa, que el premier frecuentaba para hacer ejercicio. Llegado el momento, convocaron a un fotógrafo para inmortalizar la ocasión.

Aquí entró en escena Paul Goldman. Oriundo de Hungría, emigró a Palestina en 1940 y se dedicó a tomar fotografías de la vida cotidiana en el Israel preestatal como freelance para medios locales e internacionales. Murió en la pobreza y el anonimato. En 1999, la revista Time pidió a su corresponsal en Israel, David Rubinger, que hallase esa foto conocida por muchos pero largamente desaparecida. Rubinger descubrió las fotos de Goldman guardadas en cajas de zapatos, catalogadas en húngaro, en el departamento que habitaban su viuda y su hija. La instantánea legendaria tenía el número 4410.

Sólo entones Goldman alcanzó la fama. “A diferencia de la generación de fotoperiodistas que lo seguirían, Goldman era un caballero demasiado grande como para poner una lente ante la cara de cualquiera”, afirma Liel Leibovitz. “Mantiene la distancia, y, como muchos de sus retratados eran los Padres Fundadores de Israel –desde David ben Gurión hasta Menajem Beguin–, esa distancia se traduce perfectamente en respeto”.

En 2015, la Municipalidad de Tel Aviv encomendó la construcción de una estatua basada en esa fotografía icónica y la instaló en un lugar de la playa de la ciudad frecuentado por el fundador de Israel. Me topé con ella días atrás ,mientras recorría el paseo costero y, como con seguridad les ha de suceder a quienes se dan de bruces con esa escultura inesperada, no pude evitar sonreír por la auténtica jutzpá de los israelíes. Al desconocer el trasfondo de esta obra, pensé que sólo a ellos se les podría ocurrir mostrar al Padre de la Nación de esa manera. Pero, como con casi todo en este país, siempre hay una historia interesante detrás de lo aparente, y afortunadamente me fue revelada.

La ubicación de esta simpática estatua, sin embargo, podría tener un costado menos agradable. Como Lahav Harkov ha expuesto en The Jerusalem Post, extrañamente fue ubicada a poca distancia del memorial del Altalena, el buque del Irgún que Ben Gurión ordenó hundir en junio de 1948. Esa milicia, comandada por Menajem Beguin, llevaba armas francesas a Israel para la guerra por la independencia en curso. Beguin había informado al Gobierno oficial, liderado por Ben Gurión, del arribo de esas armas, y ambos habían pactado que el 20% de las mismas quedaría en manos del Irgún, que estaba negociando su disolución y la incorporación de sus miembros a la oficial Haganá, pero las quería para la lucha por Jerusalem. Según algunos historiadores, hubo un desacuerdo de última hora; según otros, una vendetta del socialista Ben Gurión contra el revisionista Beguin. Lo cierto es que el líder israelí ordenó al Ejército abrir fuego contra el Altalena, que llevaba a bordo unos 900 combatientes del Irgún, muchos de ellos sobrevivientes del Holocausto. Yitzhak Rabin fue el militar responsable del hundimiento del buque. Para evitar una guerra civil, Beguin ordenó a su tropa que no respondiese al ataque.

Así las cosas, ver una graciosa estatua de Ben Gurión en maya haciendo la vertical a poca distancia del memorial que recuerda a los 16 judíos muertos bajo sus órdenes aporta un ángulo incómodo. Con singular ironía, un miembro de la derecha israelí declaró que la obra puede ser vista como un indeseado tributo simbólico a algunas de las políticas invertidas de Ben Gurión. “No podemos negar el gran mérito de Ben Gurión. Solo él pudo declarar el establecimiento del Estado, y lo hizo con coraje, con gran liderazgo”, ha dicho Yosi Ahimeir, director general del Centro Jabotinsky. “En el camino, hizo cosas terribles. A veces Ben Gurión se paraba sobre las dos piernas. Pero a veces se paraba sobre la cabeza”.

Una escultura irreverente y un monumento triste nos recuerdan qué tan frágil es la frontera entre lo luminoso y lo oscuro en Israel, y cuánta historia carga a sus espaldas.

 
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