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| jueves marzo 28, 2024

Los estados de la identidad


En la escuela hemos aprendido que la materia puede encontrarse en tres estados de agregación: sólido, líquido y gaseoso, aunque en circunstancias de altísimas temperaturas (como las que se dan en las estrellas) existe un estado añadido llamado plasma. El filósofo polaco Zygmunt Bauman utilizó estos estados como metáfora de la cohesión social, postulando que la modernidad fue resultado de la “licuación” de unos preceptos que parecían sólidos e inmutables, por ejemplo, el trabajo o el matrimonio para toda la vida. Siguiendo con la analogía, el estado líquido no posee una forma definida, sino que adquiere la del recipiente que lo contiene. Esos contenedores son las ideologías e identidades por las que puede optar, pero a las que ya no está obligado a responder. Por ejemplo, la haskalá judía propone ya a fines del siglo XVIII salir del círculo social cerrado autoimpuesto, manejarse como un ciudadano más (para lo cual resulta indispensable compartir la lengua vernácula), manteniendo una cohesión menor a través del ritual religioso.

Sin embargo, lo que estamos viviendo ahora se asemeja más al tercero de los estados, el gaseoso. En el mundo físico las moléculas ya no están unidas, sino expandidas y con poca fuerza de atracción, lo que se traduce en la pérdida de volumen y forma. No sorprende que la palabra gas provenga etimológicamente de la misma que caos, aunque no se trata de un desorden total y absoluto. Sociológicamente, los individuos dejan espacios libres intermedios entre ellos y, lo más sorprendente: al carecer de forma y volumen, sus moléculas errantes ocuparán los espacios libres dentro de los espacios limitados por la identidad e ideología.

Extrapolando este ejercicio teórico a la realidad actual del judaísmo, no sólo nos sentimos miembros de las sociedades nacionales en que vivimos, sino de causas globales, de la naturaleza al propio destino del universo. Y nuevamente nos abocamos a descubrir en las raíces sólidas y aparentemente inmutables del pasado (textos, tradiciones) las semillas sublimadas (el paso directo de lo sólido a lo gaseoso) de una visión aún menos cohesionada, pero lo suficientemente amorfa para adaptarse a un recipiente universal, que trascienda lo humano y terrenal. Es lo que el historiador israelí Yuval Noah Harari describe como la evolución humana de animales a dioses. Nuestra identidad judía ya no se basa en una Roca sólida de preceptos inmutables, ni en una tradición de estudio e inconformismo social, sino que debería servirnos de manual ético para reconocer la trascendencia del Olam Hazé (este mundo: nuestras acciones en vida) como parte inseparable de nuestro destino irreversible en el Olam Habá (el mundo venidero, que también es el de origen: el propio universo).

 
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