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| jueves abril 18, 2024

Una salida a lo israelí… ¿Es posible en la Argentina?


No se abandona el populismo sin ajustar los gastos del Estado y no hay modelo de desarrollo sustentable en un contexto inflacionario Crédito: Alfredo Sabat

EL AVIV.- Jaime Yelin es argentino y fue diputado en Israel por el centrista Kajol Lavan. Emigró en los años 70 y ahora vive en un kibutz frente a la Franja de Gaza, donde opera el grupo extremista Hamas. Se trata de una de las fronteras más calientes del mundo, en la que, desde 2001 hasta la fecha, cayeron 16.000 cohetes. El 12 septiembre pasado cayó el último. Sin embargo, cuando el exdiputado se encuentra con esta columnista, lanza: «¡Qué despelote que tienen ustedes allá!». Y alerta: «¡Y el que van a tener!». El argentino parece haber naturalizado el peligro, como nosotros nuestro propio fracaso económico. Israel devino una potencia tecnológica en medio de la guerra.

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En algún momento, en el gobierno de Macri hubo un debate en torno a proyectar una «salida a lo israelí». La había propuesto el entonces vicejefe de Gabinete Mario Quintana, pero finalmente no prosperó. Otro seducido por ese modelo es Marco Lavagna, porque, remarca, combina medidas ortodoxas y heterodoxas. Pero ¿en qué consiste el » milagro israelí«? ¿Es posible copiar algo de ese esquema, que logró bajar una hiperinflación del 500% en un año y ubicó al país en la senda del desarrollo? «El fenómeno israelí es multicausal. Se produjo en una sociedad muy diferente de la argentina. No creo que se pueda copiar, pero sí aprender de los errores», interpreta el economista de la Universidad de Tel Aviv Manuel Trajtenberg, un cordobés que vive en Israel desde 1969 y asesora en temas puntuales a Benjamin Netanyahu.

En 1984, Israel se acercó el abismo y, fruto de esa crisis, elaboró un «nunca más» que logró desactivar para siempre la inflación. Lo hizo con un alto consenso político y social que incluyó la autolimitación de los propios sindicatos y medidas drásticas: congelamiento salarial por un tiempo y un acuerdo de precios y salarios. A esos recortes, que en la Argentina llamaríamos ajuste de shock, se les logró dar una mística: el sacrificio era una inversión para el futuro. También se logró internalizar una férrea cultura del equilibrio fiscal, diseñada por un gobierno de unidad nacional que sostuvo el cambio de paradigma durante seis años. Tanto se internalizó ese nuevo equilibrio que a un ministro de Finanzas de Netanyahu se le arruinó la carrera política cuando, en un minibrote de populismo, llevó el déficit del 2 al 3,5%. Nunca más es nunca más.

Uno de los secretos del modelo israelí es que logró sostener un mismo rumbo durante los últimos 35 años. Un programa con el que viene creciendo a un 4% anual con bajo déficit y ahora con inflación negativa. «En eso nos parecemos a los alemanes -explica Trajtenberg-. Para ellos, inflación es sinónimo de Hitler, porque el nazismo solo pudo surgir en un contexto inflacionario». Aquellos sacrificios fueron rindiendo sus frutos. Israel tiene hoy un ingreso per cápita cercano a los 42.000 dólares del PBI. Un israelí promedio gana 2500 dólares y el salario mínimo es de 1500, en un país que hizo del emprendedorismo una política de Estado, a través de la industria de las startups: emprendimientos con un componente de innovación que, a principios de los 90, tuvieron al Estado como su socio principal. «En un momento nos preguntamos, ¿en qué somos buenos? Y decidimos que nuestra ventaja comparativa era la generación de ideas», explica el periodista y politólogo Gabriel Ben Tasgal. Israel es el país que más invierte en desarrollo tecnológico y científico, con un 4,1% de su PBI.

En los 80, los israelíes tomaron conciencia de que la visión socialista con la que se había fundado el país, basada en el esquema de producción de los kibutz, había fracasado. Cuando se desató la hiperinflación, que al año siguiente lograron bajar al 25% y en los posteriores, a un dígito, la economía tenía los tips típicos del populismo: un Estado pesado, sindicatos que bloqueaban reformas y un monopolio en servicios públicos que disparaba el costo de vida. Se reconfiguró el pacto social y se creó una nueva moneda: el shequel. Ese barajar y dar de nuevo fue extirpando la memoria inflacionaria y reconfigurando las expectativas. Lentamente lograron, tal vez, el principal milagro: que la gente confiara y dejara de comprar dólares para protegerse de la inflación.

«Justamente, el secreto no es bajar el déficit, sino lograr que la gente te crea», acerca Trajtenberg, y ahí toca un punto clave en el drama argentino: en los últimos 80 años la Argentina lo ha intentado todo y todo ha fracasado, por eso cada «nunca más» que ensaya frente a la inflación nace herido por la memoria negativa del fracaso anterior. Lo que se ha dañado, en el fondo, es la expectativa: el ingrediente emocional sustancial que le da arranque a cualquier programa económico.

Merece la pena detenerse en cómo internalizaron la saludable práctica de no gastar más de lo que se tiene. Fue a través de un rediseño institucional. Dentro del Ministerio de Finanzas se creó un departamento autónomo dedicado exclusivamente a controlar el presupuesto. Se armó con los egresados de mejores promedios, a quienes se los revistió de mística: tenían la misión de «salvar» al país. Así se formó una elite tecnocrática que se va renovando, compuesta por jóvenes cuyo promedio de edad ronda los 35 años. Son los encargados de cuidar las cuentas nacionales, y en esa tarea tienen más poder que el primer ministro.

A diferencia de Jerusalén, donde el conflicto palestino-israelí late en cada esquina, Tel Aviv ha devenido una suerte de pequeña Sillicon Valley de Medio Oriente. Su centro de innovación tecnológica exhibe algunas de sus principales creaciones: la máquina que convierte la humedad del aire en agua potable, la «pastilla» electrónica que reemplaza métodos invasivos como la endoscopia o la colonoscopía, la app Waze.

«Lo que le falta a la Argentina es una buena cultura del fracaso. Allá se esconden las fallas porque se las asocia con la debilidad. Acá es al revés: se muestran porque se considera que una startup exitosa siempre está precedida por muchos intentos fallidos», apunta Daniel Ben Simon Cohen, otro argentino radicado en Israel, donde asesora sobre innovación a países de América Latina.

Y sin embargo todo cielo tiene su pequeño infierno. Ese pequeño «infierno» del «milagro israelí» es la desigualdad. Está entre los 20 países más caros del mundo para vivir, y el 20% de la población árabe es la menos beneficiada por la oleada de bonanza. El Estado israelí acredita una de las cargas tributarias más bajas del mundo (36%) y el tamaño del Estado, efectivamente, se redujo empujando al crecimiento. Pero esa reducción también desmontó parte del Estado de Bienestar, tal como admite Trajtenberg. El economista, vinculado al Partido Laborista, trabaja ahora en la corrección de esa distorsión.

De la receta israelí se pueden extraer al menos dos enseñanzas: no hay salida del populismo sin ajuste de los gastos del Estado y no hay modelo de desarrollo sustentable en un contexto inflacionario. Como sugería el argentino en la Franja de Gaza: la Argentina está ante las puertas de un nuevo abismo económico, pero no aparecen los reflejos colectivos para recalcular.

 

 
Comentarios

Me pase comentando mas de 1 hora y me lo borran de un plumaso, conozco la ARGENTINA, porque alli naci y vivi casi 70 años.es un pais sudamericano, y ahi esta todo dicho.»mejor estar en una silla como empleado publico que producir riquezas, el sueño de un sudamericano es ser empleado publico., con muchos feriados, aunque gane poco, pero sueña con llegar a gerente o director.-Cuando fui a pedir un empleo a las oficinas de la direccion de bosques, con el titulo de bachiller,me dijeron que tengo que asociarme al partido politico del momento y tener un año de antiguedad.Los hijos de familias pudientes, se iban a ciudades grandes a estudiar en launiversidad, yo no era hija de «pudientes», y me fui a la capital federal a comerme el mundo, pero elmundo me comio a mi.-Con el titulo de bachiller, solo pude ser una empleada de un negocio mayorista,.

Mi padre era un anarquista que me hizo leer a kropotkin, a esperar la revolucion social, mientras tanto debia juntar algodon y alfalfa para poder comer todos los dias.- Acompañar a mi madre a vender quesos y cremas que fabricaba ella con la leche que ordeñaba de sus vacas.Mi padre esperando la revolucion social explotaba una finca de 30 hectarias,que solo alcanzaba para subsistir cuando el tiempo lo acompañaba ,si no eran las llubias era la sequia,sus compañeras de siempre.-

Mi padre era admirado por los vecinos, porque sabia leer y escribir y hablar de politica, contra los ricos y contra la plusvalia, hablaba de arreglar el mundo, pero a la familia no era su ambicion de darle mejor bienestar.-

Hasta que los hijos nos cansamos de esperar esa revolucion social y nos fuimos a buscar un porvenir mejor, que no fue facil.-Con el titulo de bachiller y una mano atras y otra adelante.-

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