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| martes abril 16, 2024

BDS, antisemitismo y clase


El antisemitismo contemporáneo posee la capacidad de injertarse en una variedad de causas y movimientos. Pero el entorno social y el flujo de la información en los Estados Unidos y Europa está fuertemente condicionadas por la señalización de la virtud entre las élites y, cada vez más, entre sectores de la clase media. El antisemitismo, en parte a través de la antipatía alimentada por el movimiento BDS es principalmente apuntada hacia Israel, y se está convirtiendo en una señal de respetabilidad entre la clase media. Al mismo tiempo, aunque las élites occidentales de izquierda siguen siendo fuertemente anti-nacionalistas, las clases trabajadoras y otras secciones de la clase media se están volviendo más renacionalizadas. Estos y otros conflictos de clase son los que moldearan el antisemitismo en las próximas décadas.

La palabra “clase” se ha convertido en una de las características más importantes de la política global. Tal como era de esperarse, el antisemitismo y el movimiento boicot a Israel están entremezclados en patrones de creencias y comportamiento basados ​​en categorías, pero algunos de estos patrones son nuevos y contra-intuitivos.

Una característica única y singular del movimiento BDS, consistente históricamente con los movimientos antisemitas, es la capacidad de injertarse en otras inquietudes y movimientos contemporáneos. Hace tres o cuatro años en América del Norte, la ecuación era entre el floreciente movimiento Black Lives Matters y la experiencia palestina bajo la “ocupación” israelí, y pasar de allí a supuestas conexiones entre la violencia “policial” estadounidense e israelí.

El año pasado la crisis migratoria en la frontera sur de los Estados Unidos fue la causa más ilustre, junto a los “campos de concentración” estadounidenses comparando a la “prisión a la intemperie” palestina de Gaza. Ahora, con el surgimiento del tema sobre el “cambio climático” (redefinido de la frase “calentamiento global”) como el más reciente pánico moral, el movimiento BDS ha comenzado a comparar los presagios del daño climático con la “crisis” ambiental en Gaza.

Es tentador descartar tal descarado secuestro de la agenda como otra variante de la tan parodiada izquierda banal de “el mundo se acaba mañana; la mujer y las minorías son las más golpeadas”. Pero el patrón indica que el movimiento BDS ve una ventaja en dicha estrategia. La asociación muy bien documentada de organizaciones similares tales como IfNotNow con incubadoras que entrenan y recaudan fondos para una variedad de causas de la extrema izquierda demuestra que al menos algunas secciones del movimiento BDS son instrumentos de amplio espectro para la movilización social. Que estos estén dirigidos contra los judíos y los intereses judíos demuestra aún más que la agitación antisemita sigue siendo una estrategia revolucionaria e útil. Y como siempre, los judíos tienen la opción de unirse a la revolución por la “justicia” o ser condenados por su adhesión tribal a causas locales retrógradas.

Cada vez hay más pruebas que dentro de los ciertos entornos sociales y de información en Occidente saturados de virtud, tales estrategias están siendo algo exitosas con miembros de la clase media predominantemente blanca consciente de la imagen presentada a otros. Las actitudes de clase están siendo establecidas por cierto número limitado de fuentes del sector élite, entrelazando a los de medios de comunicación, de educación y a las ONG, es decir, las universidades en las áreas costeras, celebridades, presentadores de la televisión en los programas nocturnos, organizaciones de “derechos humanos”, activistas minoritarios y cada vez más, maestros del K-12. Las percepciones de agravio, reales e imaginarias son los principales impulsores en una carrera armamentista de victimización, donde la noción confiablemente maleable de “justicia social” ha sido convertida para ser usada como arma contra los cimientos de la propia clase media.

Inspirados por percepciones de activistas y de la élite – un salón de espejos – elementos de la clase media se han esforzado enormemente en complacencia con el propósito de demostrar que son “progresistas”. A su vez, han secuestrado cada vez más el discurso y las instituciones liberales para probar exactamente cuán “anti-racistas” son, denunciando a lo alto el “privilegio de los blancos” y en el proceso expiando cualquier culpa que sientan por tal privilegio. Este fenómeno de las premisas estudiantiles por excelencia se ha extendido hacia la política local, hacia el mundo corporativo y cada vez más hacia la vida cotidiana como elemento de estilo.

El cambio de actitud ha producido contradicciones muy inusuales. La confiablemente liberal y confortablemente capitalista burguesía estadounidense se le ordena ahora respaldar el socialismo y la guerra de clases; el final de las fronteras, naciones y ciudadanía; el separatismo racial; la destrucción de todas las distinciones de sexo y clases; junto a un pánico moral por el clima que afectará a la sociedad industrial – precisamente como condiciones para permanecer dentro de la ya respetable clase media. Hacer lo contrario es una forma de desviación social que relega a los no-creyentes a la condición de trogloditas “racistas”, de “derecha-alterna”, “estados-republicanos”, destructores de la Tierra y que apoyan a Trump.

Israel, sus partidarios y los judíos en general se encuentran entre las víctimas de este nuevo espacio de la batalla de información, donde los “derechos”, quejas, culpa y “justicia restaurativa” son entes primordiales y donde las naciones y el particularismo étnico son el anatema. Mientras tanto, Israel y los judíos siguen estando en la mira de la extrema derecha, que ahora incluye no solo a los neo-nazis y supremacistas blancos sino también a los extremistas híbridos que combinan los modelos políticos del eco-fascismo y el neo-paganismo. La más reciente violencia antisemita se ha generado desde este sector, así como también del fundamentalismo musulmán, pero esto pudiera cambiar. La violencia proveniente de la Izquierda fue prominente en Europa y en Norteamérica luego de los sucesos de 1968 y debería esperarse que ocurra nuevamente, muy en particular si el Presidente Trump gana la reelección en el 2020.

No existe una estrategia simple que se encargue de estas nuevas realidades basadas en clase. Existen indicios dispersos que se están alcanzando límites mientras que miembros aislados de las élites sociales e intelectuales se expresen en contra de “cancelar la cultura”, los trastornos producidos por la justicia social en las áreas de educación y el BDS. Lo excesivo y la exageración han producido reacciones violentas – han sido testigos de las respuestas negativas incluso dentro del Partido Demócrata a la guerra de clases exigida por los principales candidatos presidenciales.

Sin embargo, estos indicios de auto-corrección son insuficientes para declarar que el antisemitismo que se ha injertado en todas y cada una de las causas concebibles ya no preocupa. Los judíos e Israel son fenómenos paranormales que existen fuera del momento histórico y de los parámetros normales de causalidad ya que el antisemitismo es una fuerza que busca rehacer tanto el futuro como el pasado con el propósito de enfatizar y de esta manera combatir a los judíos. Abordar el antisemitismo es por ende, como siempre, una especie propuesta de perder sin la posibilidad de ganar. Expresar preocupación es, para los antisemitas, una provocación y una forma de distracción o disimulo. Este motivo sería doblemente el caso donde Israel se ve involucrado. No se ha encontrado, ni tampoco es probable se encuentre, una estrategia de cambio de forma ni de viaje en el tiempo que contrarreste este antisemitismo.

Una táctica que ilumina el antisemitismo y el BDS precisamente como conceptos élite, los cuales han sido impuestos sobre la clase media y trabajadora poseen cierto atractivo. Los diplomáticos israelíes que hablan en Iowa en lugar de California, dirigiéndose a los agricultores en lugar de a los estudiantes universitarios, puede que tengan alguna utilidad. Los inconvenientes, sin embargo son obvios: tal esfuerzo sería considerado como una guerra de clases “populista” que toma partido contra los mejores intelectuales y cultivadores de la moral en la sociedad. Por lo tanto, sería visto, inevitablemente, como otra de las conspiraciones judías.

Pero la triangulación entre las dimensiones cambiantes de clase es crítica, tanto para Israel como para los judíos en el mundo. Por una parte, puede argumentarse que las predicciones confiables de un mundo abierto y sin fronteras que se mantienen en el centro de las concepciones “globalistas” de izquierda son erróneas. El revivido nacionalismo – impulsado por un gobierno palpablemente imperioso e incompetente de las instituciones élite, la des-industrialización generalizada, crisis migratorias titánicas, la des-cristianización, el colapso familiar y la consiguiente pérdida de identidad y de significado – puede que sea el futuro para la mayoría de las sociedades.

Los judíos, por supuesto, son acusados ​​simultáneamente de incitar al “globalismo” como medio de “derrotar” a las naciones individuales, así como también de mantener su propio “estado soberano particular” en Israel. Esta unidad de opuestos ilustra la naturaleza holística y nuevamente paranormal del antisemitismo.

Las señales de un retorno a los sentimientos nacionalistas son bastante claras. El Brexit y el movimiento de los “chalecos amarillo” en Francia muestran tales instintos incluso entre las clases trabajadoras e incluso las clases medias en el corazón de Europa. En los Estados Unidos, la antipatía reactiva hacia la manera de articular (expresada con dificultad) y característica del Presidente Trump hacia el nacionalismo estadounidense retrasó el que este concepto fuese considerado, al igual que el poderío de la élite hacia el progresismo transnacional. Pero la posible profundidad del sentimiento nacionalista puede ser medida en parte por la estridencia de sus antagonistas. Es revelador que los demócratas, al igual que el partido laborista en Gran Bretaña, hayan reaccionado adoptando las políticas anti-nacionales más imaginables posibles.

Las fronteras abiertas y los extranjeros que votan en las elecciones locales aceleran un cálculo de dimensiones desconocidas. Sostener una forma de privilegio de clase eliminando las condiciones para la existencia nacional y por lo tanto el privilegio es la estrategia laborista más extrañamente consistente y esta se está esparciendo. Queda por ver si la expiación a través de la auto-negación tiene sus límites en Occidente.

Pero la realidad también tiene una forma de afirmarse a sí misma. Hace solo unos años, solamente las clases trabajadoras se dieron cuenta de la destructividad de los acuerdos comerciales y de búsqueda de ganancias corporativas que hicieron desaparecer la industria estadounidense y la llevaron a China y a otras naciones. Esto es ahora mucho más ampliamente reconocido, incluso por industrias que se están reubicando en los Estados Unidos. En un sentido paralelo, la expansión del turismo hacia Israel y las crecientes inversiones son reflejos de una realidad reconocida que Israel es parte aceptada, de hecho un mayor activo, en la comunidad global.

Así que, ¿es el antisemitismo de la clase media en Occidente otra forma de locura multitudinaria, una manía social al estilo burbuja de tulipanes del siglo XXI destinada a colapsar bajo el peso de sus propias inconsistencias y falta de lógica? El propio movimiento BDS, como manifestación específica, puede seguir el camino de otras religiones políticas gracias a su excesiva estridencia, pero es muy poco probable que el entorno de la clase mayor en Occidente cambie rápidamente. No puede descartarse una revolución socialista del tipo propuesto por los candidatos laboristas y demócratas, particularmente con el electorado obsesionado con la auto-imagen y visiones cada vez más cósmicas de “justicia” y de retribución. En ese futuro deshumanizante y desagradable, a los judíos e Israel se les hará que sufran. Mientras tanto, el simple acto de desafiar las expectativas de clase puede que sea la acción más saludable para la gente y en última instancia, para las sociedades y naciones.

 

Alex Joffe es compañero miembro de Shillman-Ingerman en el Foro del Medio Oriente y miembro sénior no-residente en el Centro BESA.

Traducido por Hatzad Hasheni

 
Comentarios

Detras de los que vociféran consignas anti-israelies, estan los que mueven los hilos y aquellos a los que beneficia la propaganda insidiosa y judeófoba protagonizada por este colectivo, y es justamente hacia ésos que hay que apuntar a la hora de exigir responsabilidades, ademas de daños y perjuicios por el infame boicot al que ínstan
contra Israel …

Infame es la existencia misma de esa entidad usurpadora desde hace 70 años, donde usted puede encontrar desde una Ayelet Shaked ofreciendo un «perfume» marca Fascismo o rabinos de sus academias pre-militares reclamando abiertamente que debe volver la esclavitud mientras otro afirma que Hitler tenía razón (este último si tiene una afirmación acertada), como en recientes audios mostrados en su canal 13.

¿Es todo lo que tiene que «ofrecernos» a nivel de comentário?

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