Mientras era empujado hacia el abismo una fría mañana de mayo de 1944, Rabí Ismáj Atid repasaba en su imaginación el relato que le hubiera gustado escribir acerca de la espantosa agonía del general Vespasiano, el responsable de la destrucción de Jerusalén a quien la locura devoró el cerebro en algún apartado rincón del Imperio Romano.´´ Qué tontería, pensó, que al caminar hacia mi propia muerte recuerde a ese verdugo. Debería haber aprendido ya que ninguna extinción paga el precio ...