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| jueves marzo 28, 2024

Nostalgias diaspóricas, paraísos perdidos


 

Durante siglos (si no milenios) los judíos hemos anhelado retornar a Jerusalén. Sin embargo, la dispersión en las diásporas ha sido tan prolongada que ha dado lugar también a nostalgias de retorno a lugares de exilio. ¿Cómo se justifica el vínculo positivo de los sefardíes con los reinos que los expulsaron y expoliaron? Incluso en el propio nombre de SePhaRaD se ha querido ver la huella cabalística de las letras permutadas de PaRDéS, el paraíso perdido. Aunque hubo descendientes de los que habitaron estas tierras que no se lo tomaron así (por ejemplo, piratas que atacaban naves españolas justamente por serlas) y otras comunidades que decidieron pasar página a la herencia cultural y lingüística (especialmente en los países más orientales del Imperio Otomano), fueron muchos los que conservaron la lengua, la gastronomía, el refranero y otros vestigios como un tesoro al que no estaban dispuestos a renunciar. Hasta hoy día.

El exilio hebreo más antiguo que ha perdurado es el de los Beta Israel, israelitas etíopes a los que se supone descendientes de Melenik, hijo del rey Salomón y la reina de Saba. Desde entonces y aislados del resto de las tribus hebreas, soñaron con volver al Templo, cuyo destino desconocían desde hace tres mil años. Tampoco olvidaron a Jerusalén los exiliados en Babilonia durante 70 años, hasta que pudieron reconstruir el Sancta Santorum que siglos después desaparecería por obra de los romanos. Con la derrota definitiva de los últimos insurgentes en Masada, incluso se intentaría borrar de la memoria  el nombre del reino sometido de Judea, sustituyéndolo por el de Palestina (y el de su capital por Colonia Aelia Capitolina). Pero, no olvidamos.

Sefarad no es el único caso de una ingratitud superada. No hay más que pasearse por la Berlín actual para apreciar la cantidad de judíos en sus calles, impensable no sólo inmediatamente tras el Holocausto, sino durante muchas décadas en que aquellos que lograron escapar al delirio ni siquiera visitaban como turistas su antigua patria ni permitían que saliera de sus bocas una sola palabra en su lengua materna. Quizás en el futuro pase lo mismo en lo que fue la Zona de Residencia del Imperio Zarista: la históricamente poco tolerante Ucrania tiene actualmente como jefe de gobierno y de estado a sendos judíos. En cuanto a los originarios de países árabes que se vieron forzados a abandonar tras la declaración de independencia de Israel, algunos gozaron en la breve “primavera” entre los Acuerdos de Oslo de 1993 y la Segunda Intifada recorriendo como turistas los paisajes de su infancia o antepasados en lugares como Marruecos. El resto puede que alberguen en algún recoveco la nostalgia de sus barrios en Alepo, Damasco, El Cairo, Bagdad o Teherán, pero la paz y la convivencia en esa convulsa región puede que sigan postergando por aún más generaciones el dolor de no volver a reconocerse en aquellos aires

 
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