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| jueves diciembre 4, 2025

Casi un millón de judíos fueron expulsados de tierras árabes, incluyendo a mi familia

Sarah Sassoon*


Enciendo velas por las cosas sobre las que mi familia nunca habló.

Cada 30 de noviembre se conmemora Yom HaPlitim, el Día de los Refugiados, que recuerda la expulsión de casi un millón de judíos de tierras árabes. Mi padre iraquí y todos mis abuelos se cuentan entre ellos. Sin embargo, mientras crecía en Sydney, Australia, nunca supe que alguna vez fueron refugiados. Nunca supe que vivieron en campamentos de tiendas de campaña cuando llegaron a Israel, el único país al que se les permitió huir en 1951, y el único que los acogería.

Cuando una vez le pregunté a mi padre sobre su llegada a la maabará (el campo de absorción de refugiados) a los 5 años de edad con una sola maleta, insistió en que nunca había estado en una. Casi se enojó conmigo por preguntarle. De niña, veía a mi abuela encender siete velas en un plato forrado con papel de aluminio. Eran una forma de protección. No sabía de qué se protegía. Solo ahora, al encender mis propias velas en tiempos de oscuridad, lo entiendo.

Mis abuelos en Bagdad en 1951, antes de huir a Israel. Mi abuela estaba embarazada y llegó a Israel con un bebé (Foto: archivo familiar)

Mi familia pertenecía a una comunidad judía babilónica de 2600 años de antigüedad. En la década de 1920, Bagdad era un centro cosmopolita que resurgía tras el abandono al que lo habían sometido los otomanos. Incluso San Francisco fue llamado en su día «El Bagdad de la Bahía», un guiño a la ciudad mítica y resplandeciente que conocieron mis abuelos. Los judíos eran su corazón.

En 1917, un tercio de Bagdad era judío. Músicos y cantantes como Salima Pashá y los hermanos Al-Kuwaity dieron forma al maqam iraquí. Uno de cada seis escritores era judío. Musulmanes, cristianos, asirios, mandeos y judíos bebían chai y kahwa junto al río Tigris, intercambiando noticias mientras entonaban piezas de tawli, todo bajo la proclamación del rey Faisal I: “Solo hay un país llamado Iraq, y no hay diferencia entre musulmán, cristiano o judío”.

En aquel Iraq, mi abuela encendía mechas caseras en un qerāyee, cuenco de cristal lleno de agua y aceite de sésamo, que colgaba del techo con delicadas cadenas de plata. Con una sonrisa melancólica, describía a Iraq como su Jardín del Edén, el lugar donde intercambiaba pan con su vecino musulmán.

Entonces, ¿por qué se fueron?

Las sombras envuelven su luz.

En la década de 1930, la propaganda nazi se filtró en Iraq. Profesores alemanes enseñaban en las escuelas públicas iraquíes. El Dr. Fritz Grobba, embajador alemán, cultivó el nacionalismo árabe y el sentimiento antijudío. Mi lucha de Hitler se tradujo al árabe, y la propaganda de Radio Berlín se difundía por las ondas iraquíes. Enseñar hebreo estaba prohibido, excepto la Biblia y la oración. En 1941, Grobba regresó en secreto para apoyar el golpe de Estado pronazi de Rashid Ali al-Gaylani, junto con el mufti de Jerusalén, Haj Amin al-Husseini.

El golpe de Estado pronazi obligó a los judíos a esconderse tras sus persianas. Mi abuelo me recordaba el alivio que sintieron cuando los británicos hicieron retroceder a los rebeldes. Pero el día en que el regente depuesto por el golpe, Abdul al-Ilah, regresó para ocupar el puesto que le correspondía, y las tropas británicas se alinearon al otro lado del Tigris, era el 1 de junio de 1941, la festividad de Shavuot. Mientras los judíos paseaban por la ciudad vestidos de blanco, comenzaron los gritos: ¡Idhbah al-Yahud! (¡Asesinen a los judíos!).

Fue el Farhud, un pogromo de dos días. Fueron asesinados 180 judíos que pudieron ser identificados; muchos más, sin identificar, fueron sepultados en una fosa común, y cientos fueron violados y heridos. Casas y negocios fueron destruidos. Mi abuelo nunca me contó que su primo se hizo el muerto junto a su madre asesinada para sobrevivir; lo descubrí más tarde en sus memorias.

“Fue como el 7 de octubre”, me dijo la abuela política bagdadí de mi hermana. La comparación es insoportable e innegable.

El 7 de octubre, la nuera de mi vecino se encontró entre los 1200 asesinados. El hijo de un amigo fue uno de los 251 rehenes llevados a Gaza. Cayeron cohetes: unos 3000 en las primeras horas. Encendí velas por los muertos, los desaparecidos, los aterrorizados.

Después del 7 de octubre, escuché los lemas que se gritaban en París, Sydney y Nueva York: ecos de lo que mis abuelos escucharon en Bagdad. Desde ese día, he perdido la cuenta de las ensordecedoras sirenas, ya que más de 30.000 cohetes y proyectiles fueron lanzados desde Gaza, Líbano, Yemen y otros frentes respaldados por Irán hacia Israel. Y entonces, el propio Irán desató más de 300 misiles y drones en una sola noche de abril de 2024. El mayor intento de destrucción de judíos desde el Holocausto (y luego Irán lo repitió en octubre).

Shafiq Ades durante su juicio, y siendo conducido a la ejecución en la horca frente a su villa en Basora en 1948
(Fotos: archivo fotográfico del Centro del Patrimonio Judío Babilónico, Or Yehuda, Israel)

«Pero no pasó nada», me dice un amigo austríaco.

Aprieto los dientes y enciendo otra vela, con todo lo que no puedo decir.

¿Dónde está la ira judía?

Cuando era una adolescente angustiada, mi abuela me enseñó que la ira estaba prohibida. «Sé feliz», me ordenó, añadiendo una cucharada extra de azúcar a mi té de cardamomo. Mi padre insistía en que nunca mirara atrás, que nunca me quejara. Pero bajo la ira está el dolor. Bajo el dolor está el recuerdo.

A finales de la década de 1940, la vida judía en Iraq ya era insostenible. Los judíos eran despedidos de sus empleos públicos, excluidos de las universidades, acosados, arrestados; la acusación siempre era «espía sionista». Nadie era inmune. En 1948, Shafiq Ades, uno de los hombres más ricos de Iraq, fue ahorcado frente a su casa en Basora tras un juicio-farsa en el que se le acusaba de ser un espía sionista. Fue ahorcado dos veces ante multitudes que vitoreaban, me contó mi abuelo. ¿Su verdadero delito? Ser judío.

Miles, como mis tíos abuelos, huyeron a través del desierto hacia Israel a través de Irán. Si los atrapaban, los encarcelaban.

El 21 de mayo de 2025, dos jóvenes diplomáticos judíos fueron acribillados a tiros frente al Museo Judío de Washington DC por un hombre armado que gritó: «¡Palestina libre, libre!». Enciendo una mecha por el futuro extinguido de esa pareja que estaba comprometida. La mecha me quema las yemas de los dedos.

¿Dónde están seguros los judíos?

En 1950, Iraq aprobó la Ley de Desnaturalización: los judíos solo podían salir del país si renunciaban a su ciudadanía y al derecho a regresar. Poco después, sus propiedades eran confiscadas. Mis abuelos se fueron con cinco hijos, una maleta y 50 dinares. Su qerāyee de cristal no cabía.

«¿Volverías alguna vez a Bagdad?», le pregunté a mi abuelo mientras veíamos por televisión el humo de las bombas sobre su ciudad durante la Guerra del Golfo. Negó con la cabeza. «No».

Cuando enciendo mis velas, suelo rezar por milagros. Al fin y al cabo, mi abuela creía en los ángeles.

Cuenco Qerāyee donde tradicionalmente se encendían las velas en Iraq
(Foto: Centro del Patrimonio Judío Babilónico, Or Yehuda, Israel)

10 de octubre de 2025: alto el fuego. Mi corazón rebosa de un alivio agridulce: los rehenes regresan, incluido el cuerpo de Daniel Pérez, el hijo de nuestros queridos amigos. Ahora respiramos mejor, y aun así, todavía quedan dos cadáveres de rehenes: Ran Gvili, de 24 años, un agente de élite de la policía antiterrorista que, a pesar de tener el hombro roto en un accidente de moto, fue a combatir el 7 de octubre; y Sudthisak Rinthalak, de 43 años, un trabajador agrícola tailandés, que se encontraba entre los extranjeros capturados. Rezo para que regresen con sus familias para que reciban el entierro digno que merecen.

Y enciendo mis velas. El destello de la cerilla enciende algo que no puedo expresar. No sé cómo detenerlo.

Hoy, cuando publico mis siete velas en línea, iraquíes y otras personas de todo el Medio Oriente me escriben en privado. Me dicen que me consideran iraquí. Extrañan a sus judíos. Anhelan no ser un representante iraní. Sueñan con unirse a los Acuerdos de Abraham. Sus mensajes son valientes: en Iraq, el contacto con israelíes puede ser castigado con la muerte. Me llenan de esperanza.

Quizá uno de ellos sea el nieto del barbero de mi abuelo, un musulmán al que no le importaba que lo acusaran de asociarse con “sionistas” e insistió en hacerle a mi abuelo un último corte de pelo antes de huir, un acto que mi abuelo registró cuidadosamente en sus memorias. Mi abuelo no escribió con ira, sino con un profundo dolor, relatando su vida. Tratando de comprender: ¿cómo surgió tal odio a los judíos en su amado Iraq?

Hoy, solo tres judíos viven en Iraq. La antigua comunidad de judíos babilónicos ha desaparecido. Actualmente, más de la mitad de los habitantes de Israel son descendientes de judíos que huyeron de tierras árabes, incluyéndome a mí y a mis hijos.

Este Yom HaPlitim, enciendo mis velas no solo por los refugiados judíos de tierras árabes, sino por los silenciados de todo el Medio Oriente. Por los vecinos iraquíes que salvaron judíos durante el Farhud. Por los árabes y beduinos israelíes que salvaron judíos el 7 de octubre. Enciendo por el futuro: el fin del islam radical. Enciendo por la humanidad, la normalización y la prosperidad entre árabes y judíos. Un nuevo Medio Oriente.

Para mí, este día no es para detenerme en la ira judía; más bien, celebro la resiliencia y la esperanza judías: la luz de mi abuela.

*Escritora, poeta y educadora israelí nacida en Australia.
Fuente: The Times of Israel.
Traducción Sami Rozenbaum, Nuevo Mundo Israelita

 
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