Jordania es el Estado más artificial creado en Oriente Medio tras los acuerdos de Sykes-Picot (1916) y Sevres (1919). Y, con la excepción de Israel, ha sido el más estable, pacífico y avanzado de la zona. Ha tenido valor estratégico tanto para Occidente como para los países del Golfo, y el de Amán fue de los pocos regímenes despóticos de la zona que no sufrió grandes convulsiones durante la Primavera Árabe.
Jordania funcionaba, es cierto, pero puede que las reformas económicas que está llevando a cabo den al traste con el equilibrio y la paz social de los que se ha venido ufanando.
Desde principios de año han estallado protestas generalizadas por todo el país debido a la subida masiva de precios, fruto de un programa de reformas impulsado por el temido FMI. El impuesto sobre los carburantes se ha disparado hasta un 30%, y el precio de productos básicos como el pan se ha duplicado. A principios de mes, el rey Abdalá nombró primer ministro al reputado economista –exdirectivo del Banco Mundial– Omar al Razaz para aplacar las protestas y calmar la situación.
Son medidas necesarias, puesto que las arcas públicas ya no pueden permitirse subsidiarlo todo. Actualmente, Amán emplea un 9% del PIB en subvencionar comida, combustible y agua, mientras que sólo el 3% de la población paga impuesto sobre la renta, la tasa de paro asciende al 18% y uno de cada tres jordanos es funcionario. La deuda pública es ya de 86.358 millones de dólares, un 95% del PIB. “Nuestra economía está asediada”, ha dicho el viceprimer ministro, Jafar Hasán.
¿Cómo ha podido Jordania mantener este ritmo de gasto con tan poca presión impositiva, y por qué ahora tiene que cambiar este modelo? La respuesta, como siempre en Oriente Medio, es la misma: la geopolítica. “Es una tormenta perfecta”, dice el periodista jordano Osama al Sharif, y tiene toda la razón.
En el año 2010, Jordania mandaba el 20% de sus exportaciones a Siria e Iraq, pero la guerra civil en el primero de esos países y la irrupción en ambos del Estado Islámico pusieron brusco fin a ese estado de cosas. Arabia Saudí acudió en socorro de su vecino y absorbió la mayor parte de las exportaciones jordanas, pero estas descendieron al mismo ritmo que el precio del petróleo.
Sea como fuere, el comercio exterior no es suficiente, ni de lejos, para hacer cuadrar las cuentas. Podemos añadir a la ecuación los 800.000 jordanos que trabajan en el Golfo, pero tampoco salen los números.
La situación de Jordania la ha convertido en un socio estratégico para Occidente y para los países suníes del Golfo Pérsico, y no se ha dudado en tirar de chequera para asegurar la estabilidad del reino hachemita. En febrero, por ejemplo, EEUU se comprometió a una ayuda de 6.400 millones de dólares de ayuda en los próximos cinco años. Jordania acoge hoy a 650.000 refugiados sirios y ha gastado en ellos unos 10.000 millones de dólares. En 2011, el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) dio a Jordania 5.000 millones de dólares para capear la Primavera Árabe; en aquel entonces, el rey subió los salarios y los subsidios y consiguió que las protestas amainaran.
Este domingo, Arabia Saudí y los demás Estados del GCC se reunieron en La Meca para acordar un paquete de ayudas a su aliado jordano. Desde luego, no quieren que Jordania caiga, y mucho menos quieren volver a vivir episodios como la Primavera Árabe, y todo parece indicar que tirarán de chequera de nuevo.
Sin embargo, inyectar dinero en la economía jordana sin las preceptivas reformas e inversiones será pan para hoy y hambre para mañana. La dependencia de la ayuda exterior ha propiciado que un país con muy pocos recursos naturales –es uno de los países con menos agua del planeta– no haya invertido en sectores o industrias para compensar sus carencias. Actualmente, Jordania tiene planeado construir una suerte de pequeño Dubai en Abdali, una ciudad cerca de Amán, la capital, y también se ha diseñado una zona de libre comercio en el Golfo de Aqaba; el problema es que, al decir del propio viceprimer ministro jordano, “tenemos muchos planes, pero no habilidad para implementarlos”. Las reformas apadrinadas por el FMI son necesarias; no obstante, si no abordan los problemas estructurales, serán insuficientes.
La estabilidad de Jordania es un bien mayor para occidentales y suníes, y están demostrándolo con sus ingentes ayudas económicas; pero, como avisa John Hilterman, del International Crisis Group, “es un juego peligroso: no siempre se puede controlar lo que sucede, como vimos en 2011”.
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