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| viernes noviembre 15, 2024

Klein Halevi: hasta que los palestinos no acepten que estamos aquí para quedarnos, no hay nada que hacer


Yosi Klein Halevi es un periodista israelo-americano, autor de libros notables como Like Dreamers [Como soñadores] y Memoirs of a Jewish Extremist [Memorias de un extremista judío]. Su más reciente título, Letters to my Palestinian Neighbor [Cartas a mi vecino palestino], figura en la lista de los más vendidos del New York Times. Estuvimos conversando sobre su nuevo libro, el conjunto de su obra y las identidades israelí y palestina. Lo que sigue es la transcripción, editada en aras de la claridad y la extensión.

¿Cuáles cree que son los elementos unificadores en su obra? Es de muy amplio espectro, pero parece haber un elemento común: la educación en la moderación.

Sí, pero una forma específica de moderación: una búsqueda de equilibrio entre mantener una profunda conexión con mi historia judía y una peligrosa curiosidad por el otro.

¿Peligrosa?

La curiosidad es peligrosa. Teniendo en cuenta su perspectiva, los fundamentalistas de todas las religiones hacen bien en temerla e intentar suprimirla. La curiosidad es el primer paso hacia la empatía. En cuanto tienes curiosidad por el otro, estás saliendo de tu propio universo autorreferencial. Para mí la pregunta siempre ha sido: ¿Cómo seguir la curiosidad y dar el paso hacia la empatía sin perder la esencia de tu propio ser, tus lealtades específicas? Mis libros tratan sobre esta tensión entre ser fiel a ti mismo e intentar entender la verdad de los otros, aunque esas verdades entren en conflicto con la tuya.

Ese es justo el objeto de su libro At the Entrance to the Garden of Eden: A Jew’s Search for Hope with Christians and Muslims in the Holy Land [“En la entrada al Jardín del Edén: un judío en busca de esperanza con los cristianos y los musulmanes de Tierra Santa”].

Garden of Eden es la expresión más clara, para mí, de cómo la curiosidad conduce a la empatía.Like Dreamers es también un intento de entender al otro, pues explora los mundos interiores de dos narrativas opuestas, las de la derecha y la izquierda israelíes.

También describiría el conjunto de mi obra como un esfuerzo por entender la identidad judía después del Holocausto y la creación de Israel; por entender cómo me ha afectado personalmente este momento de la historia judía –como hijo de un superviviente del Holocausto, como judío estadounidense que se fue a vivir a Israel– y cómo nos ha afectado como pueblo. Y una parte crucial de esta nueva realidad judía es nuestra compleja relación con el mundo no judío. En mi primer libro, Memoirs of a Jewish Extremist, contaba que me crié en una comunidad de supervivientes ortodoxos del Holocausto en Brooklyn que no quería sino que el resto del mundo la dejara en paz. Para la comunidad en la que crecí, “el mundo” era un lugar hostil. “El mundo” creó Auschwitz. Así que la respuesta de esos supervivientes ortodoxos fue replegarse sobre sí mismos, casi cavar un foso entre los vecinos y nuestro ser judío. Para mí, era un desarrollo natural pasar de ahí a la derecha judía, y seguir adentrándome cada vez más en la derecha… hasta que ya no había dónde ir. Empecé en Betar, el movimiento juvenil nacionalista de Zeev Jabotinsky y Menájem Beguin, y después me afilié a la Liga de Defensa Judía de Meir Kahane. Cuando era adolescente, buscaba la manera más potente de responder al Holocausto. Es impresionante recordar los 60, cuando alcancé la mayoría de edad, y reparar en que sólo dos generaciones separaban a la mía del Holocausto.

Así que la pregunta más acuciante de mi vida era: ¿cuál puede ser la respuesta más fundamental de la generación inmediatamente posterior a la Shoá y a la creación de Israel? En aquellos años encontré la respuesta en movimientos que básicamente dividían el mundo en nosotros y ellos, los judíos y todos los demás. Memoirs of a Jewish Extremist recorre mi ruptura con esa mentalidad, un proceso que incluyó enamorarme y casarme con uno de ellos. Mi mujer se convirtió al judaísmo y se vino a vivir conmigo a Israel. Para una persona de mis orígenes, salir de esa extrema insularidad y crear una familia ampliada que unía a mi familia ortodoxa con los yanquis de Connecticut de Sarah… eso fue un regalo que me hizo América.

Lo que me obsesiona de mi propia identidad judía, y de los dilemas que afrontan hoy Israel y el pueblo judío, es el papel de la paradoja. La paradoja fundacional de mi vida es que mi padre pertenecía a la generación de judíos más maldita de la Historia, mientras que yo pertenezco a las más bendecida. Vivo en una época en que los judíos han hecho realidad dos de sus más grandes sueños: el primero era recuperar la soberanía nacional, fantasía improbable durante dos mil años; y el segundo era que al fin encontraríamos un verdadero refugio seguro en la diáspora.

Cualquiera de esos dos acontecimientos –la creación de un Estado judío y la emergencia de la diáspora más exitosa de la historia judía– habría sido suficiente para cambiar la vida judía durante generaciones. Pues bien, se lograron casi simultáneamente. Nací con esa doble bendición. Como hijo de un superviviente, no soy hijo de la destrucción sino del renacimiento. Por tanto, mi punto de partida es la extraordinaria capacidad del pueblo judío para pasar del punto más bajo de su historia al que se podría considerar el más exitoso.

Su último libro, Letters to my Palestinian Neighbor, empieza con la geografía. Usted escribe a sus vecinos sentado en su balcón de la Colina Francesa de Jerusalén Oriental, desde el que se ven, al otro lado de la barrera de seguridad, los barrios árabes de la ciudad. Lleva viviendo ahí tres décadas, desde mucho antes de que esa barrera se levantara para poner fin a la segunda intifada. Cuando está sentado en ese balcón, ¿Qué piensa? ¿Cuál es su mayor esperanza sobre lo que pueda lograr esta colección de cartas?

Letters es un intento de contar un relato israelí al público más difícil: mis vecinos palestinos. Escribí Letters porque creo que no habrá posibilidad de reconciliación si el mundo árabe sigue negando y distorsionando la historia judía; si el mundo árabe, y la sociedad palestina en particular, sigue socavando nuestra legitimidad, nuestra condición de nativos. En todo Oriente Medio es normal creer que los judíos se inventaron su historia, que Israel no es más que una intrusión colonialista. Tú no haces la paz con el colonialismo, sino que lo destruyes.

El libro se ha traducido al árabe, y esa versión está disponible en internet como descarga gratuita. He empezado a recibir respuestas. Van desde lo predecible –“Os expulsaremos de Palestina, no sois más que unos ladrones, sionazis”– a la curiosidad e incluso la gratitud. Espero encontrar a alguien al otro lado del muro que esté dispuesto a mantener una conversación conmigo, como israelí, distinta del discurso patológico de los últimos 70 años. Espero iniciar una conversación sobre el lugar de Israel en Oriente Medio, sobre nuestro arraigo aquí, sobre nuestro futuro compartido. No me hago grandes ilusiones: sólo soy un escritor, no un político. El trabajo de un escritor es contar una historia. Yo estoy contando una historia a mis vecinos que creo que necesitan escuchar.

Letters es un intento de formular un relato israelí y judío para el siglo XXI. Los judíos están contando una historia de Israel del siglo XX. Esa historia eurocéntrica empieza con los pogromos en Europa, con el gran poema de Bialik, “En la ciudad de la matanza”, y culmina con el Holocausto. Obviamente, esa es una parte importante de la historia israelí. Pero si es la única que contamos, distorsionamos la realidad israelí. Una mayoría de judíos israelíes no es de ascendencia europea, sino que proviene de familias que se fueron de una parte de Oriente Medio y llegaron a otra, que se marcharon o huyeron o fueron expulsados de países donde los judíos habían vivido durante siglos, milenios. Una mayoría de israelíes proviene de familias no tocadas directamente por el Holocausto. Se puede entender por qué los judíos estadounidenses, de los cuales una inmensa mayoría son askenazíes, siguen contando una historia judía europea sobre Israel. Pero ese no es el Israel en el que vivo.

Una narrativa israelí centrada en el Holocausto nos hace vulnerables a las acusaciones de que los palestinos han pagado el precio por lo que Europa hizo a los judíos. Esa versión del conflicto también ignora la centralidad de la Tierra de Israel para el judaísmo y el pueblo judío. No sólo volvimos a casa porque necesitábamos un refugio seguro, volvimos porque es nuestra casa. En el libro defino el sionismo como el punto de unión entre la necesidad y el anhelo. Hemos contado la historia del sionismo de la necesidad, pero no la del sionismo del anhelo. Hemos olvidado cómo contar esa historia, incluso a nosotros mismos; una historia increíble sobre cómo los judíos mantuvieron una especie de condición de nativos de una patria que perdieron pero nunca cedieron. Y esa es la historia que tenemos que empezar a contar otra vez, al mundo árabe y también a nosotros mismos.

En Letters to my Palestinian Neighbor escribe que para usted no hay “Margen Occidental” sino Judea y Samaria. “Los judíos de Judea no son forasteros, pero, como numerosos israelíes, estoy dispuesto a que se divida el territorio si me convenzo que la contraprestación será la paz, no más terrorismo”. Para muchos israelíes, y desde luego para muchos colonos, esta división sería un fracaso del sionismo.

Como la mayoría de los israelíes, soy una persona profundamente patriótica, que ama el Estado y la Tierra de Israel, toda ella, desde el Jordán hasta el Mediterráneo. Al mismo tiempo, creo que tenemos que buscar alternativas al actual estancamiento con los palestinos, por nuestro bien y por el de ellos.

Los colonos han planteado argumentos muy sólidos, con los que estoy de acuerdo. No somos “ocupantes” en ninguna parte de la Tierra de Israel. Pero sí estamos ocupando a otro pueblo que comparte el territorio con nosotros.

La gran lección que mi padre extrajo del Holocausto es que los judíos tienen que afrontar la realidad sin pensamientos ilusorios. La crítica que hacía mi padre a cómo ocurrió el Holocausto, qué poco preparados estaban los judíos para lo que se les venía encima, era que se engañaron a sí mismos y no pudieron afrontar a dónde conducía el proceso gradual de lo que ahora denominamos Solución Final. La enseñanza para hoy del énfasis de mi padre en esto de afrontar la realidad es que, si se aplica al dilema palestino, tanto la izquierda como la derecha israelíes están suspendiendo el test. Los izquierdistas tienden a minimizar la amenaza a la que se enfrenta Israel, el nivel de hostilidad y negación de nuestro derecho a existir tan extendido en la sociedad palestina y el resto de Oriente Medio. Y los derechistas tienden a negar las consecuencias políticas, demográficas y morales de gobernar permanentemente sobre otro pueblo. Los derechistas suelen decir que no hay tal ocupación porque los palestinos tienen una cierta forma de autogobierno; muchos llegan a decir que los palestinos no son un pueblo en absoluto. Así es como la derecha niega la realidad. Fui soldado en Gaza, sé que la ocupación y la identidad nacional palestina son reales. El dilema de Israel es muy doloroso precisamente porque la izquierda tiene razón sobre los peligros de la ocupación y la derecha sobre los peligros de un proceso de paz ilusorio con un movimiento nacional palestino que niega nuestro derecho a existir. Como muchos israelíes, nos veo como Goliat y David a un tiempo. Somos Goliat para los palestinos, pero David para los mundos árabe y musulmán.

Dicho de otro modo: tengo dos pesadillas a cuenta del Estado palestino. Una es que no haya Estado palestino y el statu quo se mantenga indefinidamente, y la otra es que haya un Estado palestino que caiga en manos de Hamás e Israel no pueda defenderse adecuadamente en un Oriente Medio en desintegración.

No conozco ningún otro país que se enfrente a este tipo de dilema desgarrador. Los ideólogos duros de la derecha y la izquierda trivializan nuestro dilema presentando el argumento del rival como carente de fundamento.

Un argumento importante que defiende en el libro es que Israel hace la paz desde una posición de fuerza. Lo respalda con el ejemplo de Menájem Beguin y Egipto. Lo que falta, obviamente, son los palestinos. El argumento es sensato, parece, en lo que respecta a la paz entre países. Pero respecto a los palestinos… al fin y al cabo Yafo no era parte de la identidad egipcia. Ni siquiera era necesariamente exclusiva de Israel. ¿Cómo podría aplicarse esta defensa de la paz mediante la fuerza a la paz con los palestinos?

Tiene razón: el conflicto afecta a la identidad palestina como no lo hacía con la de nuestros otros vecinos. El movimiento nacional palestino, en todas sus facciones, tiende a ver el acuerdo como una traición a la justicia. Lo que hemos visto en la frontera de Gaza estas últimas semanas es la expresión de los problemas de la identidad nacional palestina. ¿Por qué los palestinos que viven en Palestina exigen el derecho de retorno a un país que ya no es Palestina? ¿El retorno desde dónde a dónde? ¿Dejar Gaza –Palestina– e ir a Israel? Y, más aún, ¿por qué hay campos de refugiados en Gaza, es decir, en Palestina? ¿No están ya en casa? ¿O es que el derecho al retorno sólo se interpreta literalmente como el retorno a los hogares perdidos en la guerra, hace setenta años? Esos hogares nunca los van a recuperar; en la mayoría de los casos ni siquiera existen. Ningún Gobierno israelí accederá al suicidio nacional de permitir que los descendientes de los refugiados se instalen en el Estado judío. La exigencia palestina del derecho al retorno a Israel es una expresión del rechazo del derecho de Israel a existir.

Así que esto también quiere decir que usted no está conforme con o se resigna al statu quo,con unos palestinos que no aceptan su legitimidad.

Creo que ese rechazo es la fuente del conflicto. Si hubiese algún indicio de que siquiera una parte del pueblo palestino está cuestionando públicamente el relato oficial sobre Israel y el pueblo judío de que somos ladrones y colonialistas y mentirosos que nos hemos inventado nuestra propia historia… Si hubiese al menos algún indicio de que eso se está debatiendo en la sociedad palestina, llegaría el momento en que muchos en Israel diríamos: “Vale, quizá sí tengamos un socio”. A falta de cualquier debate en la sociedad palestina sobre la legitimidad de Israel, es difícil discutir el consenso israelí de que no hay un socio para la paz entre los líderes palestinos. No veo al actual Gobierno israelí como socio para una solución de dos Estados, pero hemos tenido Gobiernos que eran socios para un acuerdo que pusiera fin a la ocupación y fueron despreciados por los líderes palestinos.

Mi libro se dirige a ese rechazo del relato judío en el espacio público palestino. No lo he escrito con ninguna gran esperanza de transformar la realidad entre israelíes y palestinos. Pero sí espero dar forma a un tipo distinto de conversación.    

© Versión original (en inglés): The Weekly Standard
© Versión en español: Revista El Medio

 
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