Grafico: Los expulsados de Sefarad
Hace muchos años, un gran músico amigo me pidió escribir unas palabras para el cuadernillo de su disco en torno a la tradición musical sefardí. A pesar de que mis antepasados directos son originarios del este de Europa, todo judío se siente heredero del destino de todas y cada una de las comunidades de las diásporas, de modo análogo a cómo todos sentimos como propio el dolor por los asesinados durante el nazismo. En aquel breve artículo, no obstante, reflejé mis sensaciones acuñando una expresión, la España “desefardizada”, en la que había que rebuscar las huellas en piedras ocultas entre la maleza o en lápidas reutilizadas en murallas y otras construcciones para encontrar los vestigios. Aquel pasado había sido borrado de la memoria colectiva, aunque (por paradójico que parezca) persistía idealizado entre los descendientes de quienes fueron ofendidos, negándole el derecho a seguir viviendo en lo que fue su hogar durante siglos.
Coincidía el lanzamiento de la producción musical con los fastos en recuerdo del año 1492, glorioso para los habitantes de unas tierras que sólo a partir de entonces empezaron a compartir un destino, nombre y lengua común, aunque nefasto para aquellos a los que se negó el derecho de compartirlo. Sin embargo, aquella efeméride también sirvió para inspirar una arqueología más activa en el propio esqueleto ibérico y al descubrimiento del legado que la presencia judía en la “isla de conejos” (el apelativo “I-shfaním” que los primeros colonizadores fenicios y hebreos dieron a estas tierras y del que deriva el propio nombre de España) ha dejado en su identidad. Hoy día el olvido se revierte en búsqueda, estudio, investigación, recuperación de unas raíces que ni siquiera el tiempo y la crueldad inquisitoria ha logrado erradicar. Iberia se “resefardiza” e intenta restañar las heridas injustamente infligidas restituyendo ciudadanías y asociándose con los custodios de la lengua en el largo exilio, aunque aún queda un largo camino para cerrar algunas heridas. Entre ellas, quizás la principal: que hemos rehecho una y otra vez nuestras vidas en las diásporas de otras diásporas y que muchos (la mayoría de los que ostentan la palabra Sefarad entre sus señas más profundas) viven hoy en israel una realidad muchas veces incomprendida e insolidaria de los mismos que pretenden reivindicar su hermandad histórica.
El camino a la reconciliación con el pasado pasa por la confianza del compromiso con el presente del pariente que se pretende que se vuelva a sentir en casa. Será infructuoso hacerlo si se apoyan las tesis de quienes, a través de una retórica de deslegitimización, pretenden una nueva expulsión. No es compatible sentir nostalgia por el legado judío en nuestro país y atacar al hogar que han logrado construir. Por esta vía, a la que desgraciadamente acuden muchas corrientes políticas por motivos básicamente demagógicos, estamos pasando de la España “desefardizada” de hace unas décadas a una militante anti-israelí, antisionista y (sinceramente) antisemita.
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