Dos veces destruida y dos veces reconstruida, la sinagoga Hurva es un símbolo de la tenaz insistencia del pueblo judío de regresar a su legítima tierra, contra todo pronóstico.Una ceremonia de reinauguración se celebrará hoy, la víspera del primer día de Nissan, por que la Sinagoga Hurva (literalmente «ruina») está ubicada en el centro del Barrio Judío de la Ciudad Vieja de Jerusalén.
Más que una casa de oración, la Hurva era un lugar para los principales acontecimientos históricos – la visita de Hertzl en Jerusalén, una ceremonia de reclutamiento para la Legión Judía de Ze’ev Jabotinsky, el honrar al Alto Comisionado británico Sir Herbert Samuel, pro-sionista – que condujo al restablecimiento de la soberanía judía.
Simboliza, quizá más que cualquier otro sitio, los anhelos del pueblo judío de volver a su patria. Es una prueba concreta de que el judaísmo no puede reducirse únicamente a una fe religiosa abstracta, carente de aspiraciones nacionales, como algunos – en particular los judíos alemanes del siglo XIX intentaron, y los contemporáneos judíos antisionistas intentan, alegar.
Mientras que el Muro Occidental ha sido el punto focal de las oraciones por la redención, la Hurva ha estado en el centro del activismo judío, para mantener una presencia en la Tierra de Israel.
Ya en el segundo siglo, EC, menos de cien años después de la destrucción del Segundo Templo y del fin de la soberanía judía, existía una sinagoga en el sitio de Hurva. Durante la época bizantina, fue ahí que el camino que conducía al barrio judío y al Monte del Templo, se separaba de la plaza principal del mercado, conocido como el Cardo. En el siglo 13 se la llamó el complejo Ashkenazi, por los judíos europeos que habían «retornado» a su patria.
Pero los judíos enfrentaron una constante oposición. En Jerusalem, que era conocida por tener un significado religioso especial para los judíos, un decreto musulmán fue estrictamente aplicado. De acuerdo al historiador Arie Morgenstern, los musulmanes querían «evitar», Dios no lo quiera, la realización de las esperanzas judías en relación con las profecías que preveían el retorno a Sion y la reconstrucción de Jerusalem».
Sin embargo, a finales del siglo XVII, después que la existente sinagoga Ashkenazi se derrumbó, los dirigentes políticos musulmanes les dieron permiso a los judíos para construir. Justo antes de 1700, impulsado por la creencia en una inminente redención mesiánica, el rabino Judah el Piadoso, reunió a alrededor de 1.500 seguidores de Moravia y Alemania, y fue a Jerusalén para construir una casa de oración.
Pero, después de la repentina muerte del rabino, sus desmoralizados seguidores fueron incapaces de costear sus muchas deudas. En 1720, frustrados acreedores musulmanes prendieron fuego a la sinagoga, expulsaron a la comunidad Ashkenazi y les prohibieron regresar.
Sin embargo, las aspiraciones judías no pudieron ser extinguidas. Un siglo más tarde, nació un nuevo renacimiento religioso nacionalista – bajo el liderazgo del rabino Menachem Mendel de Shklov, uno de los más destacados alumnos del Gaón de Vilna. Él veía que la reconstrucción de la Hurva, tenía un significado cabalístico – un tikkun que conduciría a la reconstrucción de toda la ciudad, un precursor de la llegada del Mesías.
Gracias a las asistencias diplomáticas británica y austriaca, a varias agitaciones geopolíticas y a los fondos de Sir Moses Montefiore, de los Rothschild y de comunidades lejanas, como las de San Petersburgo, Bagdad, El Cairo y la India, la construcción comenzó en 1855. El propio arquitecto del sultán otomano, Assad Effendi, concibió un proyecto audaz, que dominaba el horizonte, en un momento en que las casas de oración no musulmanas, debían mostrar deferencia hacia las mezquitas.
Desde el momento en que fue terminada, en 1864, hasta que fue volada por la Legión Jordana durante la Guerra de Independencia de 1948, la Hurva fue, sin duda, la sinagoga más impresionante en la tierra de Israel. Un precursor de la soberanía judía, la construcción coincidió con un flujo renovado de judíos (en 1860 había una mayoría judía en Jerusalem), y su destrucción marcó el establecimiento de un estado judío.
Durante 19 años, hasta la Guerra de los Seis Días, la Hurva permaneció desolada. E incluso después de que Israel tomó el control sobre Jerusalén y aseguró la libertad de culto para todas las religiones, el temor de alterar el delicado equilibrio religioso, paralizó los esfuerzos para reconstruir las ruinas – hasta que se alcanzó el acuerdo de que el edificio de Effendi fuera restaurado, manteniendo así el status quo.
Dos veces destruida y dos veces reconstruida, la Hurva es un símbolo de la tenaz insistencia del pueblo judío de regresar a su legítima tierra, contra todo pronóstico. Llamar a algo que se construye una «ruina», revela una obstinada falta de voluntad de aceptar la actual realidad como inexpugnable.
Esta negativa a ser disuadidos por los reveses, esta inquebrantable esperanza de redención – ya sea física o espiritual – es el secreto del milagro que es el estado judío.
http://www.jpost.com/Opinion/Editorials/Article.aspx?id=170971
Traducción para porisrael.org: José Blumenfeld
Reenvia: www.porisrael.org
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