Lanzado a pleno en su campaña presidencial, en agosto de 2007, el entonces senador Barack Obama efectuó un enérgico discurso en el Centro Internacional Woodrow Wilson al que acompaño con una apasionada promesa ante los académicos allí presentes. En su exposición Obama prometió librar y ganar (en caso de ser electo) como futuro presidente de los EE.UU., lo que denominó como guerra contra el terrorismo. Lo que pocos entendieron en ese momento, fue que Obama se refería a la guerra en Afganistán y no a Irak.
En la visión del actual presidente estadounidense el «Dossier Irak» solo permite una opción: salir rápidamente de allí, pero antes, se debería acabar con la corrupción, deberían celebrarse elecciones libres y asegurar un gobierno central estable en Irak. Esto último, a pruebas vistas de la realidad en la mesopotámica asiática, ha salido completamente al revés. Los EE.UU. se están marchando de Irak, en el país no hay un gobierno fuerte, la seguridad es inexistente y la corrupción alcanza superiores niveles a los conocidos en la era del derrocado dictador Saddam Hussein.
Dos años más tarde habiendo gastado 230 mil millones de dólares y sufrido más de 700 muertos, la ciudadanía norteamericana percibe que ninguno de estos objetivos se han cumplido y no hay ninguna garantía de que la ultima solicitud de 65 mil millones adicionales requeridos por Obama para lo que denomina «la campaña en Afganistán» sea lo ultimo que los ciudadanos estadounidenses deban aportar a la nueva administración. Lo mismo ocurre con el número de 17.000 soldados adicionales que requiere el nuevo despliegue de tropas en Afganistán. Los analistas militares, el Pentágono y los jefes de operaciones convergen en la idea que para alcanzar las metas de Obama en Afganistán se necesitara hacer mucho mas de lo que habla el presidente y que ello costará miles de millones más como también desplazar miles de soldados estadounidenses adicionales (con el lógico incremento de bajas). Desde sus primeros discursos y hasta el presente la administración Obama se ha mostrado tercamente convencida de que la guerra de Afganistán puede ser ganada sin importar el costo hoy, ya no se muestra tan seguro y no descarta una nueva retirada como en Irak. El presidente está dispuesto a jugarse la credibilidad de su administración, no importa el precio a pagar, aunque este pueda ser muy alto.
En agosto pasado una encuesta del periódico Washington Post reveló que hoy es mayor el número de estadounidenses que sostiene que la guerra en Afganistán es una locura si previamente se abandona a los iraquíes a su suerte y no se cierra ese asunto. La mayoría de los partidarios más fervientes de Obama han comenzado a pensar lo mismo y lo dicen sin ruborizarse aunque sus dichos abran el juego a las posiciones del Partido Republicano. No cabe duda que esto apunta a obtener cierto rédito, o al menos, reducir las pérdidas potenciales de los demócratas en las elecciones de mediados de 2010 y como estrategia política de corto alcance es útil para distraer la atención del controversial paquete de la reforma de la salud que esta llevando adelante Obama.
A mediados de septiembre la cadena de noticias ABC informo sobre el Dossier enviado al secretario de Defensa, Robert Gates por parte del general del Ejército estadounidense y comandante de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad en Afganistán (ISAF), Stanley McChrystal, el informe asegura como de extrema necesidad y solicita con urgencia el envío de más tropas a Afganistán para no perder la guerra que desde hace ocho años se esta librando contra el terrorismo. En el documento de 66 páginas y del cual el presidente Barack Obama tiene una copia en su despacho, McChrystal señala que: «nos exponemos a una derrota si no disponemos de más soldados y equipo para el combate». Allegados al Presidente Obama aseguran desde el anonimato que este documento ha puesto a Obama entre la espada y la pared, pues de acceder a lo requerido por el general McChrystal su popularidad se iría a pique frente de sus votantes, y si no lo hace, Obama seria el responsable del sacrificio estéril de los últimos 8 años en ese frente de guerra contra el terrorismo.
Con la queja de los demócratas, los liberales y la progresia (cada vez más fuerte) sobre la traición de Obama y sus incumplidas promesas de replegar la campaña en la lucha contra el taliban, Afganistán se cierne sobre el presidente Obama como el Vietnam de su administración.
Vietnam es la temida palabra que los presidentes Lyndon Johnson, Bill Clinton y George Bush debieron afrontar en sus respectivas administraciones; hablar de Vietnam, Somalia o Irak es lo último que Obama quiere oír. Esa palabra simboliza la guerra fallida y el despilfarro económico sin ninguna esperanza de victoria militar. La palabra «Vietnam» ha sido un punto político de inflexión para casi todos los presidentes estadounidenses, es el término que crispa la opinión pública, altera la economía y genera consternación y fastidio en la ciudadanía. Nadie ignora que en su tiempo, Vietnam obstaculizo el éxito y la puesta en marcha de programas de economía internos, fracturo la cohesión ciudadana y provoco grandes problemas en el Congreso tanto a demócratas como a republicanos. En definitiva, Vietnam es la palabra que resume y simboliza la neurosis pública de guerras impopulares perdidas fuera del campo de batalla.
No es impropio recordar que en 1952, Eisenhower deslizo la posibilidad de visitar Corea en caso de ganar las elecciones; aunque nunca prometió abierta o directamente traer las tropas de regreso si resultaba electo, el compromiso era implícito, y todos entendieron que si era elegido iba a hacer eso. Ike realmente no tenía que hacer esa promesa, el cansancio del público sobre la guerra en ese tiempo era tan grande que el discurso genérico de Ike de visitar las tropas era suficiente para ayudar a hundir Truman. En la mente del ciudadano americano Corea se había convertido en la guerra de Truman, o más exactamente, en el fracaso de Truman para ganar la guerra. Del mismo modo, Richard Nixon aprendió de Ike. Durante la campaña presidencial en 1968, Nixon mostró a la ciudadanía indicios políticos de un «plan secreto» por medio del cual pondría fin a la guerra de Vietnam si era electo. Al igual que Ike, no explicó en detalle su plan, sólo lo mencionaba como su plan secreto. Lo mismo que Eisenhower y realmente no tuvo que exponerlo. El rechazo de la ciudadanía sobre Vietnam, al igual que con Corea, era tan grande que incluso la mínima sugerencia de que Nixon podría poner fin a la guerra despertó el optimismo e inclino a los votantes por él.
Estas dos guerras impopulares hicieron que Truman y los demócratas en 1952, al igual que el presidente Johnson y los demócratas en 1968 dispusieran de un poder inconmensurable, pero a la vez genero un «efecto tsunami» sobre los funcionarios demócratas electos. En los dos años posteriores a las elecciones, los demócratas habían perdido esa ventaja abrumadora y decisiva respecto de los republicanos en el Congreso, ellos dilapidaron también el amplio apoyo del público y su prestigio político. Dos años después de sus inapelables triunfos los dos presidentes demócratas pagaron un alto precio por sus promesas incumplidas y sabemos como acabaron sus administraciones. Algo similar sucedió con el presidente George Bush (hijo) y los republicanos, quienes también pagaron muy caro empantanarse en Irak.
Obama sabe que esta historia puede caerle sobre su reputación y que en los últimos meses esta ultima no deja de ir en picada. Los ciudadanos americanos no olvidan la historia, tampoco sus promesas de campaña presidencial y los propios votantes demócratas y los sectores progresistas que llevaron a Obama al poder se están preguntando si el fracaso y atolladero iraqui de Bush no volverá a repetirse en enormes estragos en la economía y la baja de la moral pública y que ello genere una nueva caída en el prestigio de América a nivel internacional. Tres guerras que disgustaron a la opinión pública de los EE.UU. y ayudaron en la caída de dos presidentes demócratas fuertes e irremediablemente desacreditaron a un presidente republicano precipitando a una gran derrota electoral de su partido en las últimas elecciones.
El presidente no debe perder de visita la historia y los resultados políticos de esas guerras. Obama esta solicitando mas presupuesto y sostiene que desplazara un numero de tropas que es casi el mismo que hoy permanece en Irak, el se marchara de Bagdad, Mosul y otras ciudades iraquíes, pero en términos políticos y militares lo que hará con esa movida será ceder definitivamente el terreno a Al-Qaeda. Habrá que ver como el pueblo americano digiera la decisión de Obama de perder esa guerra en Irak. América es un pueblo solidario con la libertad y no ve con buenos ojos que se abandone a los iraquíes a su suerte y peor aun sin traer a los soldados a sus hogares ya que se los trasladara al vecino Afganistán a otra guerra que es repudiada por un gran porcentaje de la opinión pública estadounidense.
No seria extraño que la guerra de Afganistán fácilmente pueda convertirse en el Vietnam de Barak Obama. El tiempo, en el corto plazo tendrá la palabra.
www.georgechaya.org
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