Turquía, considerado el país islámico más alineado con Occidente durante las últimas seis décadas, parece haber dado un brusco viraje hacia el Oriente en tiempos recientes. Kemal Ataturk orientó Ankara hacia el Oeste a comienzos del siglo XX; ahora, a principios del XXI, Recep Tayyip Erdogan (ascendió al poder en el 2002) parece decidido a deshacer el legado pro-occidental del fundador de la República.
Turquía optó por el bando occidental en la Guerra Fría, se sumó a la OTAN y pujó por ser aceptada como miembro pleno de la Unión Europea. La situación, ahora, es muy otra. El año pasado, el premier Erdogan tachó a Occidente de «inmoral», y desde entonces ha promovido un acercamiento al resto del mundo islámico, especialmente a los sectores más intransigentes. En enero del 2008, Ankara recibió con honores al presidente de Sudán, Omar al Bashir, luego de que éste fuese acusado por la Corte Penal Internacional de cometer crímenes de guerra en Darfur. (A principios de este año recibió al vicepresidente del referido país africano, Alí Osmán Taha).
En momentos en que la comunidad internacional luce un poco más dispuesta a acercar posiciones en torno a la cuestión iraní, Erdogan calificó el programa nuclear de Teherán como «pacífico y humanitario», afirmó que Mahmud Ahmadineyad es su amigo y fue uno de los primeros líderes mundiales en felicitarle por las fraudulentas elecciones del pasado junio. Respecto de Siria, país al que Turquía amenazó con invadir una década atrás por el cobijo que brindaba a Abdulá Ocalam y su Partido de los Trabajadores Kurdos («Diremos shalom a los israelíes desde los Altos del Golán», proclamó oportunamente un diario turco), apenas el mes pasado Ankara anunció la creación de un Consejo de Cooperación Estratégica con el régimen de Assad: se está barajando la celebración de ejercicios militares conjuntos. Asimismo, el oficial Partido de la Justicia y el Desarrollo ha pedido a la familia de las naciones que reconozca al de Hamás como «el gobierno legítimo del pueblo palestino».
Naturalmente, las relaciones con Israel no podían seguir igual. Apenas un día antes de invitar a Siria a realizar maniobras militares conjuntas, Ankara desinvitó a Jerusalén del ejercicio anual de la fuerza aérea turca denominado «Águila de Anatolia», en el que toman parte fuerzas israelíes, norteamericanas y de la OTAN desde mediados de los años noventa. Los turcos explicitaron que no permitirían la participación de aviones israelíes que hubieran bombardeado posiciones de Hamás durante la guerra de Gaza. En respuesta, los italianos y los estadounidenses anunciaron que no participarían, provocando así la cancelación del ejercicio. Se recordará que, un día antes de recibir al vicepresidente sudanés, Erdogan insultó al presidente israelí, Shimon Peres, en el Foro Económico Mundial de Davos: lo tachó de «mentiroso» y se retiró de la sala luego de clamar que los israelíes sabían «cómo matar gente». En Ankara fue recibido por una multitud que ondeaba banderas de Turquía y Hamás. Durante la contienda que enfrentó a los terroristas islámicos palestinos con Israel en la Franja de Gaza, Erdogan se alió abiertamente con los primeros y afirmó que el Estado judío era una nación de bandidos que no debía permanecer en la ONU, y a la que Alá castigaría por sus crímenes contra la humanidad. También comparó Gaza con un campo de concentración, y acusó a los judíos de violar el Antiguo Testamento.
Desde el acceso del partido islamista de Erdogan al poder, la sociedad turca ha cambiado. Según datos presentados por el experto Soner Cagaptay en Foreign Affairs, el número de quienes se identifican como musulmanes ha crecido un 10% entre 2002 y 2007 (la población turca es de 77 millones), y casi el 50% se define como islamista. En el 2002, el 80% de los turcos quería que su país ingresara en la UE: ese porcentaje había caído al 30% el año pasado. Resulta evidente que la sociedad turca está atravesando un proceso de islamización; lo que no resulta tan claro es saber si ello es causa o consecuencia del extremismo islamista del partido gobernante. En cualquier caso, esta observación del Wall Street Journal ha captado con fidelidad la nueva situación:
Como Estado islámico laico, Turquía ha sido un pilar de la OTAN y un baluarte contra el radicalismo político (comunista, baazista, islamista) de sus vecinos. Ahora, el Sr. Erdogan puede estar apostando a que el futuro de Turquía luzca en la cima del mundo musulmán en vez de en el último escalón de Occidente.
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