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| domingo diciembre 22, 2024

¿Hacia donde va Afganistan?


UN PAÍS INCOTROLABLE E INDOMINABLE
En 1842 una sublevación liderada por el líder tribal afgano Akhbar Jan, uno de los hijos del caudillo Dost Mohammed, obligó a los ingleses a negociar con unas tribus afganas que estaban apostando al gran «juego» estratégico de tejer alianzas con Rusia. Pero cuando el emisario británico sir William Hay Macnaghten fue enviado a discutir con los rebeldes afganos, cayó en una trampa y el propio Akhbar lo asesinó con sus manos. Más tarde, y habiendo perdido su influencia en este territorio por algún tiempo, unos 4.500 ingleses y 12.000 sirvientes se vieron obligados a abandonar Kabul y en su trágica retirada fueron masacrados por las tribus afganas. Un solo hombre logró cruzar con vida la frontera. Los ingleses intentaron una represalia, pero reconociéndose derrotados optaron por dejar el país, dejando a Dost Mohammed, que había sido liberado, nuevamente en el poder. Había sido la primera demostración para Occidente de lo difícil que sería en el futuro controlar este territorio.
Casi un siglo y medio después, el 24 de diciembre de 1979, las tropas soviéticas ocuparon Afganistán para apuntalar al ejecutivo prosoviético que unos meses habían dado un golpe de Estado. Diez años después, tras haber padecido más de 65.000 bajas, entre muertos y heridos, y haber sufrido innumerables pérdidas, las tropas soviéticas se retiraban derrotadas, exhaustas y con la moral por los suelos. El mito de la invencibilidad soviética se había hecho añicos y, paralelamente a la pesadilla afgana, la Guerra de la Galaxias impulsada por la administración Reagan provocaba una grave crisis en el sistema de dominación comunista. Dos años después, en 1991, la Unión Soviética estalló en mil pedazos, Mijail Gorbachov se veía obligado a adoptar medidas drásticas y el régimen autoritario socialista pasaba a mejor vida. La trampa afgana, junto con otros factores, había tenido una influencia decisiva en el súbito final de un sistema de dominación política, económica, social y militar. Los soviéticos, por desgracia para ellos, no habían leído las dramáticas experiencias de los británicos en Afganistán, y así les fue. El Gobierno prosoviético de Kabul, como era de suponer, duró solo unos meses más después de la marcha de las tropas de la URSS. Sus máximos líderes, una vez defenestrados, acabarían sus días ahorcados en los escasos semáforos que quedaban en la abatida capital afgana. Así, de una vez forma tampoco gloriosa, acaba el mal llamado periodo progresista afgano.
En octubre del año 2001, una vez que los Estados Unidos habían sufrido los ataques del 11-S, las fuerzas occidentales, con el apoyo de algunas milicias locales antitalibanes, comienzan su ofensiva contra el Gobierno integrista de Kabul. En apenas unas semanas, a finales de ese mismo año, los objetivos políticos y militares se han conseguido y una administración prooccidental, liderada por Hamid Karzai, se instala en el nuevo Afganistán. Pero la guerra está lejos de terminar. Los talibanes se han rearmado y reorganizado en territorio pakistaní y comienzan a hostigar a las fuerzas occidentales presentes en suelo afgano. Ha habido miles de muertos y heridos, al tiempo que las fuerzas occidentales y sus aliadas en Afganistán no controlan una buena porción del territorio del país; la guerra quizá tan sólo esté comenzando, pese al optimismo de algunos, y los episodios más adversos y sangrientos se suceden en este convulso país. España, con un contingente en la zona para apoyar una misión que tiene el sello de las Naciones Unidas, ya ha sufrido varios ataques y víctimas. Todos los países presentes en el contingente internacional  ya han tenido bajas.
Kabul, 2009. No hay tiempo que perder. Hay que crear las condiciones para crear un Estado articulado, sólido y vertebrado. La democracia, además, no debe ser formal y tiene que ser percibida por los afganos como un medio para su desarrollo, es decir, debe de tener contenidos reales en lo social y en lo político, pues de lo contrario se caerá en el abismo. Sin una percepción social de que la democracia es un fin en sí mismo y no un medio para lograr el poder, los afganos acabarán abandonando su escaso ímpetu democrático y se abonará el terreno para el regreso a la barbarie. Luego habrá que profundizar el diálogo político con todos, incluidos los señores de la guerra y los talibanes más moderados, en aras de buscar el necesario consenso que permita el desarrollo social y democrático al que ya me he referido.
Pero no queda mucho tiempo. Las opiniones públicas occidentales comenzarán a plantear muy pronto serias dudas acerca de nuestros cometidos allí y se cansarán de tantas víctimas inútiles. Hay que actuar rápido con medias audaces, rápidas y enérgicas. ¿Será capaz Obama, que tiene el liderazgo moral y político de Occidente y la OTAN, de afrontar este enorme desafío? Si lo hace con éxito, habrá ganado en legitimidad y credibilidad; si fracasa, quizá la herencia para los próximos años será un mundo en caos. De la «pieza afgana» depende la estabilidad de Pakistán, Irán y quizá de toda Asia Central.
¿SE RADICALIZARÁ MÁS EL CONFLICTO?
¿Más todavía? La situación ya es muy crítica, pues hay amplias zonas donde la OTAN no controla y donde los talibanes y otros grupos radicales golpean con dureza. El problema de Afganistán, como demuestra la historia, es la geografía. En este sentido, Irak es mucho más controlable. Nadie en los últimos siglos, desde 1842 hasta hoy, como hemos analizado antes, logró controlar totalmente ese país. El enemigo es invisible, golpea y desaparece. Será muy difícil lograr una victoria total sin algunas dosis de diálogo y consenso nacional. La estrategia de sólo emplear la fuerza en la resolución de los conflictos ha demostrado ser fallida en la mayoría de las ocasiones. Veremos qué pasa, las próximas semanas serán decisivas

 
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