Los cerca de 20 millones de musulmanes que residen en la Unión Europea (UE), según cálculos oficiales y estimaciones realizadas por ONG´S, constituyen el segundo grupo religioso más grande de aquélla. La mayor parte de este 4% del total de la población de la UE llegó al viejo continente como trabajadores inmigrantes a partir de los años 60 del pasado siglo, y un número menor lo hizo en busca de asilo político durante los años 90. Desde hace más de treinta años, los diversos estudios promovidos desde las Instituciones europeas y Organismos Internacionales, como la Organización para la Seguridad y Cooperación Europea (OSCE) han pretendido romper los clichés establecidos en la sociedad civil y desmontar estereotipos. Se buscaba reducir el miedo ante un fenómeno cultural divergente y fortalecer la cohesión social luchando asimismo contra la marginación y la exclusión social por razones de raza, sexo, o religión.
Los atentados del 11S de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York, pero sobre todo, los de Madrid (2003) y Londres (2004) encendieron las primeras luces de alarma sobre la forma en la que Europa gestionaba su relación con la minoría musulmana residente en el continente. La ola de disturbios ocurrida en Francia a lo largo de 2004 y 2005, la ira desatada en septiembre de 2005 tras la publicación en un diario danés de las doce caricaturas sobre Mahoma consideradas ofensivas y blasfemas, el referéndum de 29 de noviembre de 2009 en Suiza por el que se prohíbe la construcción de minaretes, el juicio abierto en Holanda contra el parlamentario Geert Wilders por su campaña política a favor de detener e invertir la islamización de los Países Bajos, el debate sobre el uso del velo o la crisis de identidad francesa, ponen de manifiesto que Europa comienza a recelar de su cara islámica.
Hace algunos años la analista judía de origen egipcio, Giselle Littman, más conocida como Bat Yeor, alertaba ya del riesgo de una futura Europa islamizada. En una teoría geopolítica arriesgada y muy incorrecta desde el punto de vista político, venía a decir que Occidente estaba siendo islamizado progresivamente desde la década de los 70 del pasado siglo de forma consciente como resultado de una Política Exterior europea conciliadora con los países musulmanes e islámicos. Dirigida por Francia y concebida para aumentar el poder de Europa frente a los Estados Unidos, tendría en la Asociación para el Diálogo Euro-Árabe, creada en 1974, la justificación jurídica necesaria para una total simbiosis cultural y demográfica entre Europa y el Mundo Árabe. A cambio de recibir un mejor trato por parte de los países productores de petróleo y de aumentar su influencia política y económica en el mundo, Europa se comprometía a incluir a Turquía en la UE, abrir la inmigración procedente de países musulmanes y defender la compatibilidad existente entre Islam y Democracia. La principal consecuencia de esta política, conocida más popularmente como Eurabia, sería, por supuesto, la hostilidad europea con Israel.
El tiempo, desgraciadamente, parece que ha dado la razón a Bat Yeor. Las políticas de inmigración permisivas de los Estados miembros, el buenismo multicultural a costa de la insatisfacción de la población autóctona, la colaboración cultural y académica, la financiación de asociaciones y organizaciones de todo tipo, las partidas económicas a determinados actores de Oriente Medio (OLP-ANP, Hamas, etc), la diplomacia blanda, son sólo un pequeño ejemplo de cómo la propaganda ha conseguido imprimir el fuerte sentimiento antiamericano y la obsesión paranoica por Israel en generaciones enteras.
Pero el mundo, en los 70, era radicalmente diferente al actual. Más predecible, al menos. Los peligros – y los enemigos -, que existían, estaban bien definidos, constreñidos en áreas geográficas determinadas y bajo la vigilancia siempre atenta de las dos superpotencias que se repartían el mundo. Si los representantes de la entonces Comunidad Económica Europea (CEE), la Europa de los nueve, planearon deliberadamente la asociación geopolítica de Europa con el Mundo Árabe con el objetivo de crear una tercera superpotencia mundial, cometieron un delito gravísimo de desmantelamiento progresivo de los fundamentos de nuestra Civilización Occidental. Fueron deshonestos con las generaciones venideras y nos legaron un problema difícil de revertir.
Los culpables de esta política, que tienen nombre y apellidos – Jacques Chirac, de Villepin o Romano Prodi, entre otros – no fueron conscientes, bien por arrogancia, por ignorancia o por pereza intelectual, del significado auténtico y profundo del término islam.
Porque la normalidad en las relaciones actuales con el inmigrante es sólo aparente. La llegada masiva de aquellos que no quieren integrarse supone un grave riego para el pluralismo y la democracia. El islam, que significa sumisión al Dios único y verdadero, Allah, es incompatible con la civilización occidental y con la libertad que abandera. En primer lugar, porque el pensamiento musulmán tradicional ignora la noción de progreso, esencial en nuestra cultura moderna. En segundo lugar, porque, al ser la última religión revelada, según sus creyentes no hay más religión verdadera que la suya, y más doctrina que la que contiene el Corán, los hadices, las tradiciones del Profeta y las enseñanzas de las 8 escuelas legales del islam. Esto es así, y hasta el Día del Juicio no se puede aportar ninguna modificación ni a las creencias fundamentales ni a las obligaciones mayores que constituyen la práctica de la religión. Es precisamente ese inmovilismo el que impide una reflexión seria en el seno del Islam y un debate profundo acerca de la separación de las esferas civil y religiosa. Un debate que en Europa llevó siglos y costó miles, millones de vidas pero que alumbró la Era de la Ilustración y las Luces, dando paso a la Modernidad. Desde luego, no hay nada más peligroso que creerse superior moralmente y en posesión de una verdad que tiene que imponerse por la fuerza, si es necesario, a todo aquel que considera infiel, aunque éste esté en su casa.
Una sociedad pluralista es aquella que acepta la diversidad, la integra y genera consenso. Por el contrario, el multiculturalismo progre segrega a los diferentes grupos étnicos y culturales en ghettos y los exime de la responsabilidad de aceptar los deberes derivados del contrato social del que le acoge. Para que una relación funcione debe haber reciprocidad, y con el islam, este principio no se da. Ante el retroceso tan evidente de los valores judeo-cristianos que nos han definido durante siglos, y el vacío dejado por una espiritualidad perseguida y acosada desde el laicismo oficial, el islam no sólo rellena el hueco, sino que se permite afirmar que es parte integrante de las raíces históricas de la civilización europea.
En octubre de 2008, el Secretario General de la Organización de la Conferencia Islámica (OCI), el turco Ihsanoglu, declaraba ante la segunda Conferencia por la Educación y el Diálogo Intercultural, en Copenhague, que estaba «particularmente interesado por los proyectos que llevarán a una descripción correcta de nuestro pasado común, a fin de dejar claro que el islam no es extranjero, sino parte integrante del pasado, del presente y del futuro de Europa en todos los terrenos de la actividad humana, y que mostrarán cómo la civilización y la cultura musulmanas han contribuido a la creación de la Europa moderna».
Eurabia, si es que existió como planteamiento geopolítico de la elite europea, se ha hecho mayor de edad, se ha emancipado, y ya independiente de la tutela paterna, ha empezado su tarea de regeneración moral y ética de la sociedad europea. Nuestra clase política sigue dando muestras de una ceguera obsesiva. Es necesario poner límites a nuestros sistemas democráticos y definir con claridad hasta dónde estamos dispuestos a seguir negociando si queremos mantener el sistema de libertades públicas y derechos civiles que nos hemos otorgado. Como señalaba recientemente Giovani Sartori, si queremos sobrevivir en medio de la diversidad, es necesario empezar por imponer el principio del derecho de impedir el daño, esto es, dejar muy claro y sin miedo a ser tachados de racistas o xenófobos que no vamos a tolerar ninguna práctica que conlleve la renuncia de nuestros valores más elementales. Léase aquí aplicación de la Sharia, uso de indumentaria discriminatoria y ajena a nuestras costumbres (velo, hijab, shador, etc), etc.
Resulta inconcebible que entrado ya el siglo XXI, una de las democracias más sólidas de Europa, Francia, se plantee y cuestione su identidad nacional. Esto no es sino el síntoma de una decadencia que asola, irremediablemente, a toda Europa. A este paso, la Sharía será una triste realidad en nuestras sociedades, y el recuerdo de los asesinatos de Pim Fortuym o Theo van Gogh, simplemente por hacer uso de su libertad de expresión, no estará registrado, ni siquiera, en las hemerotecas. Gracias a vuestras leyes democráticas os invadiremos; gracias a nuestras leyes religiosas os dominaremos. Lo dicen alto y claro. El que no quiera oír, que luego no se lamente.
Lo vengo diciendo hace muchos años, Europa será musulmana si no le paran los pies a estos fanáticos, y cuando digo fanáticos, me refiero a los políticos de lo políticamente correcto, estos son los verdaderos culpables de que en Europa pasen estas cosas, ya lo dijo Oriana Fallaci, los europeos sembramos, los musulmanes recogen