12-09-2009 / Desde el día en que la revolución se institucionalizó en Irán y Venezuela, la institucionalidad se encuentra un tanto revolucionada. La libertad de prensa deriva de un derecho básico como la libertad de expresión, un derecho que deja de ser fáctico en el momento que ronda el terror. La censura o la autocensura por miedo representan un antecedente peligroso.
El parto a la verdad. Con llamados de atención de miles de periodistas y el comportamiento de la prensa organizada que comenzó con un clamor, acallándose hasta llegar prácticamente al silencio, la jura de la segunda cadencia como presidente de Ahmadinejad se llevó recientemente a cabo en medio de un juicio a más de 100 adeptos a la oposición que no aceptan el fraude electoral.
«Los métodos de amedrentamiento utilizados para reprimir a la gente no llevarán a ningún resultado», reconoció el líder reformista iraní Mehdi Karroubi en su sitio oficial en Internet, quien además reclamó que «dejen a la gente manifestar sus consignas en las calles, las detenciones y juicios masivos afectan al interés nacional de Irán». Esta crítica le valió el cierre del diario de su propiedad Ahatmad Mali, censura obscena que Ahmadinejad no dudó en implementar el pasado 17 de agosto.
Las voces críticas por la represión violenta también se elevaron desde el núcleo conservador. La muerte del hijo de Abdul Hussein Rujlamini, detenido el 9 de julio y fallecido dos semanas después con notorias señales de golpes en su rostro, llenaron de ira a ese sector. Rujlamini es el allegado más cercano a Mohsen Rezai, presunto terrorista responsable del atentado a la AMIA, buscado por Interpol y candidato presidencial a la derecha de Ahmadinejad.
Desde las polémicas elecciones en Irán fueron detenidos centenares de opositores, partidarios de Mir Hussein Musawi. Organizaciones de derechos humanos como ICHR afirman que desde ese entonces murieron cientos de manifestantes, un número notoriamente mayor al que reconoce el Estado iraní, acusando a la policía local de distorsionar las cifras, teniendo amenazados a los familiares de las víctimas.
La pena de muerte (oficial) es frecuente en Irán, se encuentra en el segundo lugar después de China. Pero ocupa el primero en aplicar la pena de muerte a menores de edad. En el año 2008 se ejecutaron 246 personas y en lo que va del 2009 el número asciende a 177. El pasado 14 de julio, 13 hombres pertenecientes a la organización sunnita Jundallah (los soldados de Dios) fueron colgados a plena luz del día y a la vista de todos en la horca. Este grupo tiene como causa defender los derechos de los Baluchi, una etnia de la minoría sunnita que habita en esa región.
Este tipo de «advertencias» públicas, destinadas a evitar un levantamiento popular, tienen un efecto mayor cuando están destinados a comunicadores masivos como los periodistas, práctica ya habitual antes de los comicios del 12 de junio de este año. Jelveh Javaheri y Nahid Keshavarz son dos periodistas mujeres que intentan defender los derechos del género. Javaheri trabaja en el sitio de Internet WeChange, y fue detenida por primera vez en diciembre del 2007. Keshavarz, quien escribe e investiga para la publicación digital Zanestan, ya había sido detenida en abril de ese año. Ambas fueron sometidas a «reconocimiento» abusivo por «atentar contra la seguridad», el 14 de febrero del 2008. La periodista Roxana Saberi fue encarcelada en febrero de este año por un supuesto (y comprobadamente falso) espionaje a favor de los Estados Unidos.
Luego de las elecciones y en medio de las manifestaciones contra un aparente fraude, el 14 de junio fueron detenidos 9 periodistas, del 15 al 18 otros 10 trabajadores de prensa, el 20 y 21 del mismo mes nuestro registro dice que apresaron a por lo menos otros cuatro. Este 22 de junio fueron arrestados el periodista y cineasta iraní-canadiense Mazihar Bahari, de Newsweek; Jason Fowden, un periodista independiente que solía enviar notas al periódico Washington Times, y 25 miembros del diario local Kalemeh Sabz. Pese a esto, 180 periodistas iraníes se animaron a firmar una carta condenando el hecho y exigiendo «libertad para publicar bajo el estado de sitio en la República Islámica de Irán».
El amedrentamiento se extiende hacia todos aquellos que posean visibilidad pública, como los cuatro jugadores del seleccionado de fútbol iraní, una especie de Jesse Owen del siglo XXI, a quienes les retiraron sus pasaportes y fueron expulsados del equipo luego de lucir muñequeras verdes en señal de solidaridad contra la represión sufrida por las protestas opositoras, durante el partido contra Corea del Sur por las eliminatorias del Mundial de Sudáfrica.
El gobierno de Teherán aplica una serie de trabas para que a los opositores al régimen se les dificulte comunicarse con el mundo exterior, y así se evita que se pueda mostrar lo que sucede. Acaban de implementar una serie de herramientas sofisticadas con el objeto de frustrar la comunicación hacia el exterior de Irán y entre los adversarios políticos.
De acuerdo a fuentes allegadas al proyecto «Nedanet», una red de hackers creada para apoyar la llegada de la democracia a Irán, las metodologías obstructivas para la información son: Bloqueo de IP (es uno de los métodos más frecuentes que utilizan los gobiernos para censurar, evitando la entrada y salida de paquetes de información de direcciones IP determinadas. De este modo, el gobierno de Ahmadinejad impidió el acceso, por ejemplo, al servicio de la BBC en persa), Clasificación de tráfico, Control superficial de los paquetes de información (filtrado según título), huella digital de paquetes de información, control profundo de paquetes de información (filtrado de paquetes de información según su contenido).
Otro factor determinante es planteado por Abdul Rahman Al-Rashed, director general del canal de televisión Al-Arabiya. Hasta hace muy poco tiempo, Irán era intocable, era uno de los pocos países en el mundo que vivía en un estado de aislamiento con la excepción de los medios oficiales, que transmitían noticias de «éxitos y lealtades», permitiéndole al régimen gobernar en un clima de unidad. Más allá de unas pocas radios sin influencia, no había canales de televisión ni sitios de Internet antigubernamentales. La clave de la farsa en la que vivía la sociedad iraní se encuentra en el idioma persa. En ningún otro país el persa es idioma oficial ni cotidiano. La singularidad del idioma persa facilitó la hegemonía del régimen.
Las tecnologías modernas que trajeron primero la televisión satelital y luego Internet y el SMS pudieron, además de conectar a Irán con el exterior, desafiar a la censura generando una conexión entre los habitantes del país, sedientos por romper la espiral del silencio que los hacía creer que estaban solos en sus reclamos contra el régimen.
Vía Europa. Creer que la Venezuela Bolivariana y sus aliados estratégicos asimilaron directamente los mecanismos de su socio en el espanto y a la vez competidor petrolero, es una idea equivocada. Así como un avión comercial, que carece de autonomía de vuelo para viajar directamente desde Teherán hacia Sudamérica, ocurre lo mismo con esta dinámica, que necesitó hacer escala en Europa multifacética para «legitimar» ese tipo de ideas.
Desde hace por lo menos veinte años que el miedo a la violencia silenció la libertad de expresión. El 14 de febrero de 1989 el ayatola Rohollah Jomeini publicó el llamado a matar a Salman Rushdie, autor de Los versos satánicos. Andrew Anthony destacó en un artículo del semanario británico The Observer que la novedad en Europa era una práctica habitual en Irán. «Ya en 1947, cuando era un joven sacerdote, Jomeini instó a matar al ministro de Educación iraní, a quien efectivamente le dispararon de muerte a los pocos días del edicto. A este lo siguió un número incontable de opositores políticos e intelectuales que perdieron la vida por orden de Jomeini.»
Primero pesó la exigencia de retirar el libro de los estantes de las librerías. Luego, cuatro días después que Rushdie recibió el mensaje de Jomeini, publicó un pedido de disculpas: «Lamento mucho las penas que este libro les causó a los verdaderos fieles del Islam». Las disculpas fueron rechazadas automáticamente, las dio nuevamente y también fueron rechazadas. Jomeini declaró que incluso si Rushdie se retractase y se convirtiera en «el hombre más devoto de todos los tiempos», la obligación para todo musulmán seguirá siendo aún «hacer todo lo posible» para matarlo.
La reacción un tanto desconcertante de Jomeini atestiguó que por sobre la discusión teológica de Los versos satánicos, buscaba un impulso político. Tanto los sauditas como los iraníes visionaron la posibilidad de aprovechar a un nuevo público adepto en los pequeños grupos de musulmanes que ya desde el principio protestaban en contra de Los versos satánicos en las quemas de libros. El trasfondo del disenso databa de una lucha entre Arabia Saudita e Irán para ver quién era el que iba a enarbolar las banderas del Islam global.
Los sauditas invirtieron considerables sumas de dinero en la exportación de su versión fundamentalista del Islam sunnita, mientras que el Irán chiita, que todavía se encuentra en la convalecencia de una guerra destructiva y de un acuerdo de armisticio humillante con Irak, pretende ser el pionero de la revolución islámica. Fueron los sauditas los que fundaron el Comité de Acción Británico sobre Asuntos Islámicos, un ente de protesta erigido para aumentar la presión sobre los «versos satánicos».
El alineamiento con el victimario del establishment europeo y de sus líderes de opinión, aumentando siempre el perjuicio a la víctima, no es por convicción ideológica, es porque consideran que es la manera más fácil de salvar el pellejo. Primero fue Rushdie a quien le fue solicitado no viajar en British Airways por «poner en riesgo a la tripulación», como si fuera él el peligroso y no quienes atentarían contra su vida. Pero este comportamiento de miedo, complicidad y odio, caracteriza al discurso del viejo continente hasta el día de hoy. Ya en abril estallaron bombas en librerías inglesas. Entre 1991 y 1993 fueron asesinados traductores del libro a varios idiomas. Desde una sucesión de censuras intrarredacciones, evitando sacar a la luz publicaciones, profundas y superficiales, hasta evitar realizar la puesta en escena de óperas y obras teatrales, todos esos recaudos tomados obviamente «para no ofender y cuidar la salud de los escritores».
A ojos de Jomeini, la fatwa contra Rushdie nunca fue un castigo, fue una amenaza «para que nadie se atreva a ofender la santidad del Islam», dirigida hacia el mundo ilustrado, dispuesto a alzar sus voces por lo acontecido en otras latitudes, pero bien calladito a la hora de advertir lo que sucedía frente a sus narices, creyendo que era el modo indicado para proteger su integridad.
Pero pedir permiso para escribir y cuidarse de la verdad no evitó los atentados del 2004 en Madrid ni el del 2005 en Londres. Tampoco pudieron impedir el atentado a las Torres Gemelas en el 2001, un territorio al que «se ajustició» apenas se pudo y sin escalas, según una concepción ofuscada que no notó que para llegar a los Estados Unidos se necesitó una certificación europea, sellada y rubricada, luego de más de una década de sondeos auspiciosos para el terror. Los atentados no fueron un castigo a nada, fueron un premio a la omisión y sobre todo una señal hacia un comportamiento futuro.
Los talibanes se sumaron a los wahabíes y a los chiitas en la carrera por encabezar la islamización mundial. En el medio, el mundo libre y millones de musulmanes que sólo pretenden vivir y dejar vivir.
Finalmente, el documento habilitante a estas prácticas parecen haberlo obtenido cuando gran parte de la prensa mundial les dio la espalda a los ilustradores que no tuvieron alternativa que pasar a la clandestinidad luego de caricaturizar a Mahoma en el diario danés Jyllands-Posten a fines del 2005.
Pese a que el primer ministro de Dinamarca, Anders Fogh Rasmussen, se negó a recibir a los embajadores de diez naciones musulmanas y al representante de la Autoridad Nacional Palestina, alegando, con justa razón, que su intervención en los contenidos del diario atentarían contra la libertad de expresión, ofreciendo a estos la vía judicial, jefes de Estado como Chirac, Putin y Rodríguez Zapatero condenaron las «provocaciones de una prensa irresponsable», al tiempo que los manifestantes incineraban banderas de sus países y la Unión Europea comenzó a estudiar la aplicación de un código de conducta. Una vez que el miedo penetra en las redacciones adquiere carácter parasitario. El periódico francés France Soir decidió publicar las caricaturas a modo de solidaridad. El responsable de la publicación fue posteriormente despedido.
A las protestas formales les sucedieron matanzas y quema de embajadas europeas en varios países árabes y musulmanes. Como si esto fuera poco, un periódico iraní se permitió aportar una cuota de humor llamando a un concurso de caricaturas sobre el Holocausto, no provocativo, responsable y ubicado, ya que los sobrevivientes, sus descendientes o la humanidad toda que se pueden ver afectados por esas cargadas no salieron a quemar vivo a nadie.
«Muy pronto, quiera Alá, Roma será conquistada como lo fue Constantinopla. Hoy Roma es la capital de los católicos o de los cruzados que ha declarado su hostilidad al Islam, con el fin de impedir el despertar del Islam, esa capital será meta para las conquistas del Islam, que se extenderá a través de Europa en su integridad y luego se dirigirá sobre las dos Américas y aún sobre Europa Oriental.» Yunis Al-Astal, clérigo y diputado del Consejo Legislativo Palestino por Hamas, financiado por Irán, no dudó en realizar estas declaraciones hace sólo meses. Una amenaza que afortunadamente aún no se concretó, aunque tiene luz verde por haber pasado inadvertidamente en un mundo impávido.
El criterio a evaluar para la concreción de una publicación es la capacidad de reacción del ofendido, ergo, su susceptibilidad y el grado de violencia que está dispuesto a ejercer.
A partir del momento en que el ayatola Rohollah Jomeini exhortaba a asesinar a Rushdie por su novela Versos satánicos, el cierre de bocas en Occidente es más fuerte que nunca. Editores se rehúsan a publicar libros que alteren a los creyentes, creaciones artísticas, obras de teatro censuradas y críticas catalogadas como ofensivas.
El atropello venezolano. «¿Qué renuncié? De acá… de acá en más examinaré caso por caso a aquella gente que quiere que renuncie.» Aunque esas palabras podrían ser adjudicadas a Hugo Chávez, las dijo el Yeneral González, un personaje encarnado por Alberto Olmedo en la década del ’80. El dictador de Costa Pobre, un tuerto entre los ciegos que manejaba su país a piacere.
Encontrándose con una situación de éxtasis financiero, a Chávez no sólo se le dio por influir en las naciones de la región, sino que además se dio el lujo de importar una ideología, la del chiismo iraní, que no se conforma con un proyecto hegemónico en el Cercano Oriente, sus aspiraciones y para eso el mandatario de Venezuela, quien se definió en abril de este año como «un alumno de la Revolución Islámica y sus líderes», le abrió el camino a una amplia región en Sudamérica.
Lo que se percibe erróneamente como un cierre masivo de medios de comunicación en la Venezuela manejada por Chávez, es el síntoma notorio de un proceso muy gradual, de unos antígenos que se fueron desarrollando sin encontrar anticuerpos en el camino.
Con la Ley Orgánica de Telecomunicaciones del año 2000, comenzaron las limitaciones a la palabra. En el 2004 se sancionó la Ley Resorte sancionando con multas y revocatoria de concesión, ergo cierre de la emisora por cometer infracciones, que de no ser cometidas, la libertad de expresión estaría coartada. Incluso, en el artículo 29 de esa ley la «suspensión hasta por setenta y dos horas continuas, cuando los mensajes difundidos: promuevan, hagan apología o inciten a la guerra […] Revocatoria de la habilitación, hasta por cinco años y revocatoria de la concesión, cuando haya reincidencia en la sanción», válido para todos menos para Chávez, quien aún no se cansó de, sin intermediarios, provocar y llamar contra quien haya hecho una declaración que simplemente no fue de su agrado.
«Es necesario que el Estado venezolano regule la libertad de expresión. Pido que se ponga un límite a este derecho», declaró el 30 de julio la Fiscal General de la República Bolivariana, Luisa Ortega Díaz, quien presentó el proyecto de «Ley de Delitos Mediáticos» a la Asamblea Nacional, proponiendo condenar (y castigar), aprisionando a los potenciales «delincuentes». Constituye un delito mediático no revelar la fuente de información y «omitir voluntariamente difundir una información», atemorizando a quienes suministran los datos y a los periodistas que los divulgan para que ilícitos salgan a la luz y la sociedad sepa lo que sucede. De ser aprobada, los periodistas estarían imposibilitados de obrar en forma acorde a los códigos deontológicos por una ley que sencillamente les impide hacer su trabajo al criminalizar la libertad de expresión. Un proyecto de ley que apunta a silenciar a quien incomode a Chávez y a sus edecanes, previendo una pena de entre dos y cuatro años de prisión.
Según Reporteros sin Fronteras, el 1º de agosto tuvieron que cerrar 13 radios de los 34 medios de comunicación que ordenó el gobierno por «razones administrativas» y amenazó a otras 200 con también aplicarles la medida de quita de concesión.
«Se pueden llevar una sorpresita en cualquier momento… ese loco con ese cañón, se va a acabar.» Con esas palabras intimidatorias Hugo Chávez se refirió en vivo y en directo a Alberto Federico Raveli, dueño del canal de televisión Globovisión. Esas amenazas oficiales, como otras tantas, fueron las que fertilizaron la tierra para el ataque a Globovisión. Lina Ron, una activista aliada al gobierno, aunque no chavista, irrumpió en la estación televisiva junto a treinta motociclistas, inspirada por los discursos intimidatorios de Chávez contra los medios de comunicación. Un clima propenso que instigó a golpear a 12 periodistas que cubrían las protestas contra la Ley Orgánica de Educación.
La intimidación chavista aumenta insaciablemente a medida que la gente comienza a ver al rey desnudo, «amenaza con procedimientos administrativos, aplica millonarias multas e impuestos, cierra medios con excusas reglamentarias, niega divisas extranjeras sobre todo a la prensa, coacciona a empresas anunciantes, invierte en propaganda sólo en medios que le son leales, niega concesiones, tolera grupos violentos que agreden a periodistas y a manifestantes en general. Y ahora sólo falta esta ‘ley especial contra delitos mediáticos’ para meter preso de modo expedito, evitando los caminos del Estado de derecho», afirma Gustavo Hernández Díaz, director del Instituto de Investigaciones de la Comunicación de la Universidad Central de Venezuela.
Ahora se le dio por ejecutar mediante actos de gobierno castigos al mal gusto, o mejor dicho, a lo que él ve como tal, cerrando campos de golf por ser un «deporte burgués». Faltaría sólo que decrete al béisbol como un juego venezolano autóctono y así dejar de parecer un pitiyanqui por practicar un deporte símbolo de los Estados Unidos de América.
Que «todos los incurables tienen cura cinco segundos antes de la muerte», tal como lo supo transmitir Almafuerte, salta a la vista por el propio mecanismo de defensa que genera la sociedad y las ansias de ver pluralidad discursiva. Sin embargo, no queda claro quién se salva, si es la prensa la que evitará perder las últimas libertades que le quedan en el ejercicio de la profesión, o es el régimen chavista, al que el atentado al libre albedrío y los ataques impunes a periodistas le sirvieron como un sondeo para saber los límites a los que hoy no debe traspasar para continuar en el poder.
Y sigue Bolivia. «Porque de todos los lugares de los que Estados Unidos y Gran Bretaña sean expulsados por los pueblos y naciones, el modelo de la Revolución Islámica avanzará bienvenido, desde Líbano y Palestina hasta las distancias de América latina», profetizó Mahmoud Ahmadinejad en el 2006.
Ya en la edición de junio, Ely Karmon reveló en Veintitrés Internacional la creación del canal de televisión iraní en Bolivia. Un medio de comunicación auspiciado por Chávez, en español y destinado a «promover los movimientos sociales y los sindicatos afines al gobierno de Bolivia».
«Será una señal que tendrá la misma potencia y magnitud que la de Bolivia TV, el canal estatal. Nuestra asociación no se opone a un nuevo canal -aclaró Zeballos a Cadena COPE-, porque se trata de la libertad de expresión. Salvo que sean los bolivianos quienes deban pagar algo de esto.»
¿Qué tienen que ver los movimientos sociales bolivianos con el chiismo radical de un país en el que la libertad de prensa es utópica? Aparentemente, nada. Sin embargo, luego de haberse independizado de la colonización española, hay un medio Evo que afirma ser quien liberó al Estado Plurinacional de Bolivia del yugo de los Estados Unidos, pero hay otro medio Evo que no tiene inconvenientes en traicionar los principios de sus seguidores, eliminando la identidad de los grupos originarios en pos de la propagación de la versión chiita del Islam, conduciendo a Bolivia al Medioevo, cuando religión y Estado eran una entidad inseparable.
«Obedecer a Ahmadinejad es obedecer a Dios», afirmó el ayatola Muhammad Taki Masbaj Izadi el pasado 13 de agosto. Masbaj Izadi es el maestro espiritual del presidente iraní y estableció que la autoridad del mandatario deriva de su sumisión a Jamenai, porque «cuando el presidente dispone del auspicio del líder supremo de la República Islámica, el acatamiento a ese presidente es como hacerlo a Dios». Los bolivianos podrán saber a qué acatar a sólo un click del control remoto, acompañados de la Guardia Revolucionaria de Irán, brazo ejecutor de los persas en América latina, que ya se propuso utilizar a la televisión como herramienta para formar una infraestructura terrorista junto al Hezbollah.
Ahmadinejad arribó a La Paz en 2007 en el avión del presidente venezolano, y en el marco de una serie de acuerdos a largo plazo firmados entre Irán y Bolivia, se encontraba la apertura de un canal de televisión. Esa idea se fortaleció en la visita del presidente boliviano al país persa el 1 de septiembre del 2008, cuando Morales se comprometió a pasar la única embajada que tiene en Medio Oriente de El Cairo a Teherán. El canciller iraní, Manuchehr Mottaki, en su visita a Bolivia, selló el acuerdo el 12 de agosto de este año junto a Evo Morales. ¿Será esta la identidad aglutinadora de múltiples naciones que habitan el suelo boliviano?
Que no se propague. En el siglo XXI siguen reproduciéndose en América latina los mandones que con la espada combaten la pluma y la palabra.
Al igual que en la última dictadura en la Argentina, el terrorismo de Estado aplica la censura como herramienta para que los hechos no salgan a la luz. Pero, a su vez, se procura que se sepa un poquito de lo que sucede para atemorizar a aquellos que pueden alzar su voz divulgando lo acontecido. Depende de los gobiernos locales asegurar las garantías de libertad de expresión y de los comunicadores irradiar el ejemplo para que la sociedad en su conjunto pueda emplear su curiosidad y ejercer el derecho a saber qué es lo que pasa.
*Comunicólogo e historiador
http://www.elargentino.com/nota-57662-La-expresion-del-miedo-(o-el-miedo-a-la-expresion).html
Cortesia de : Jorge Cohen
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