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| domingo diciembre 22, 2024

George Chaya: “La ideología como lubricante de la violencia yihadista”


Tomando como referencia el informe anual sobre patrones del terrorismo global que elabora el Departamento de Estado de Estados Unidos, en 1968 ninguno de los 11 grupos incluidos en la lista de organizaciones terroristas operaba impulsado por motivaciones religiosas, en 1980 sólo 2 de los 64 contabilizados si se inspiraban en aspectos religiosos y en 1982 el número trepó a 11 sobre 48. La cifra comienza a crecer de forma más pronunciada en la década de los noventa: en 1994, 16 de 49; en 1995, 26 de 56; en 2000, 20 de 33; en 2003, 22 de 37; en 2005, 45 de las 82 organizaciones estaban inspiradas por la religión de raíz islamista-yihadista.

No sólo los grupos de idiosincrasia religiosa han superado con el paso de los años a los de origen laico nacionalista desde el punto de vista cuantitativo; son más numéricamente, pero además son más peligrosos, activos y más letales. Si en 1980 el terrorismo religioso era responsable del 3% de los atentados perpetrados, en 1996 ya lo era del 39%. A pesar de que entre 1982 y 1989 las organizaciones impulsadas por la religión perpetraron el 9% de los atentados, causaron el 41% de las muertes en ese periodo. En 1996, 10 de los 13 atentados con mayor número de víctimas eran ejecutados por este tipo de organizaciones. Por su eclosión, merece un análisis diferente el terrorismo de raíz yihadista, este tiene su máxima expresión en la organización Al Qaeda y en las redes de células y elementos satelitales a ella y que han proliferado tras el 9-11 dando forma al movimiento yihadista global.

Este accionar terrorista se sitúa en el punto central de un sistema concéntrico que presenta, desde el exterior hacia el interior: a) en el anillo exterior a los «islamistas» (aquellos que pretenden que la ley islámica sea la primera y principal fuente legislativa y cultural en la identidad en un Estado, propugnando la consecución de este objetivo por medios pacíficos); b) en un anillo intermedio a los «salafistas» (aquellos que pretenden establecer un gobierno islámico en el Estado basado en el legado del profeta y de las primeras generaciones de musulmanes, propugnando algunos el recurso a la violencia para la consecución de este objetivo y otros la lucha pacífica); y c) en el anillo final a los «yihadistas» (aquellos que abogan abiertamente por el recurso de la fuerza sin restricciones para imponer la sha’aria en aquellos territorios en los que presuntamente los musulmanes están siendo privados de sus derechos y su dignidad).

Quienes se insertan en este último núcleo abogan abiertamente por: 1) la unidad de pensamiento dentro del Islam rechazando toda forma de pluralismo y arrogándose el monopolio de la verdad de acuerdo con la interpretación maximalista que hacen de la religión; 2) la lucha por el poder en el conjunto del mundo árabe y musulmán hasta la instauración definitiva de un orden totalitario y teocrático; 3) la defensa de la violencia contra personas, gobiernos, estados y sus intereses y recursos como método necesario y obligatorio para la revolución y el cambio político y social; y 4) el desarrollo de una imagen del Islam como religión injustamente mancillada y sitiada por Estados Unidos, Israel y sus aliados.

Ha sido increíblemente eficaz la velocidad y profundidad con que ha calado a lo largo de la década de los noventa la retórica y la narrativa yihadista en amplios segmentos del mundo árabe y musulmán así como entre las masas inmigrantes residentes en Europa. La tesis que sostiene que sólo una minoría muy poco significativa de los musulmanes entre la diáspora asentada en occidente apoya los postulados de Al Qaeda y sus medios de acción no resiste desgraciadamente una detenida reflexión. En los sondeos publicados en el Reino Unido y Holanda el resultado de los interrogantes planteados en sectores representativos de musulmanes residentes antes del 7J, la mayoría consideraba que Osama Ben Laden estaba conduciendo una campaña justa, una tercera parte sostenía que estaba justificado el atentado contra las Torres Gemelas, la misma proporción apoyaba a los musulmanes británicos y holandeses decididos a sumarse a las filas del talibán y la mayoría absoluta se consideraba en primer término musulmán y, a continuación, británico u holandés.

Así lo confirmaban las encuestas publicadas por diarios como The Times o The Guardian, realizados por la cadena BBC o por los institutos ICM Survey, You Gov y Mori entre septiembre de 2001 y octubre de 2009.

Las organizaciones yihadistas han extendido un sistema de reclutamiento generalizado, movilizando a musulmanes de las clases privilegiadas y de las desposeídas, intelectualmente preparados e iletrados. El movimiento yihadista global no sigue un patrón de reclutamiento uniforme: hay distintos procesos que se ponen en marcha en función de los contextos de mayor o menor seguridad en los que operan y que en consecuencia demandan de distintas intervenciones contraterroristas. Lo que une a todos los reclutados, se trate de aquellas personas económicamente desfavorecidas o de saudíes procedentes de la elite social es, por lo general, la necesidad de restaurar el poder de la nación musulmana y desalojar en primer lugar a los judíos de las tierras que consideran árabes y musulmanas.

El auge de la ideología propugnada por Osama Ben Laden se explica por una serie de circunstancias, a saber: a) los regímenes árabes están fracasando en la construcción de un futuro real de oportunidades y bienestar para esas sociedades que se mueven hacia la frustración y desarrollan un sentimiento sostenido de odio que está provocando que los más jóvenes, o estén buscando el escape a Occidente donde son susceptibles de ser captados, o se estén volviendo en el frente interno hacia las mezquitas más radicales que plantean el Islam salafista como solución a todos los males; b) el recuerdo de la grandeza pasada, sumado al sentimiento de fracaso y a la constatación del éxito de cristianos y judíos ha generado un resentimiento contra Occidente a quien se culpa, prácticamente, de la totalidad de los problemas que aquejan a los musulmanes, esto se explica mediante un frecuente recurso de teorías de conspiración en las que la influencia tanto de la judeofobia como de la cristianofobia, estimuladas por la tarea propagandística de los elementos más iletrados de la izquierda radical juega un papel central y determinante, tal resentimiento acumulado conduce inevitablemente hacia el integrismo, al rechazo de toda influencia exterior para volver a la supuesta pureza original del Islam.

La explotación de la religión por ideologías como la yihadista, que intenta ganar adeptos para una causa asociada directamente al ejercicio de la violencia ha llevado en ocasiones a la percepción de que la religión puede funcionar en sí misma como raíz y causa profunda de un conflicto intercultural. La principal función que la ideología yihadista ha rendido a organizaciones como Al Qaeda es la de sostener argumental y retóricamente sus acciones habida cuenta del déficit de legitimidad que acompaña a este tipo de violencia. Como cualquier ideología, en tanto que conjunto de ideas o ideales, el islamismo yihadista ha conseguido conformar un sistema de opiniones y creencias fundado en un orden de valores subyacentes que, expresado de forma ordenada y formal, está encauzando las actitudes y comportamientos de gobiernos, grupos sociales, periodistas e intelectuales muy receptivos y frágiles a la manipulación. La ideología que ofrece marco favorable a las actividades yihadistas se distingue por las propiedades genéricas de maniqueísmo, extremismo, utopismo, simplicidad e ignorancia tanto de la cultura, la idiosincrasia, la región y desde luego de la lengua árabe, y cumple una función orientadora y facilitadora de las estrategias y las acciones criminales de los terroristas.

Al margen de funcionar como ideología, el islamismo yihadista no tiene nada que ver con el Islam en su estado puro y constituye una auténtica subcultura de la violencia fundamentada en una interpretación fanática de la religión. Y en tanto que subcultura, admite tantas interpretaciones y justificaciones como grupos puedan surgir apelando a la violencia reactiva ante la diversidad de injusticias políticas, sociales y económicas que existen en los Estados del mundo Árabe. Pero claro está, todo ello no es culpa de Occidente sino de muchos de sus propios gobiernos que han estrangulado el progreso y la libertad de sus pueblos por los últimos sesenta años.

George Chaya (chaya@semanarioatlantico.com) es escritor, docente y analista político internacional experto en asuntos de Oriente Medio e Iberoamérica. Escribe regularmente para periódicos de España y los Estados Unidos.

http://www.georgechaya.org/lubricante.htm

www.georgechaya.org

 
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Eizabeth Whitefield
Asistente GeorgeChaya.Org
Agosto 01 de 2011

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