A pesar de que el  fenómeno lleva décadas mostrándose en toda su peligrosidad, y a pesar  de que ya ha matado a miles de personas, en nuestros fueros, la mayoría  de las personas empiezan a descubrirlo. Y, como no podía ser de otra  forma, aplican tópicos recurrentes, sacados de viejos manuales  revolucionarios, para intentar explicar su intrínseca maldad.
«Que la realidad  no nos destruya un buen prejuicio», deben pensar, mientras se dan un  atracón de lugares comunes y viejos dogmas. Tantas décadas mirando al  mundo con las gafas del antiamericanismo, que ahora sufren una miopía de  grado supino. No entienden nada. De hecho, para ser precisos, la  mayoría de estos nunca han entendido nada. Y ahí los tienen,  improvisando análisis sesudos sobre el fenómeno del yihadismo islámico,  cuyo aliento en el cogote empieza a movilizar su interés.
Pero ya han  encontrado la fórmula: el fenómeno del terrorismo islámico se debe a la  desesperación y el hambre, allí donde el capitalismo ha hecho mella. Es  decir, es una cuestión de pobreza. Con el añadido clásico: también es  culpa de Israel, que por supuesto tiene la culpa de todo lo que pasa en  el mundo. Es decir, han matado un centenar de personas que veían un  partido de voleibol en Pakistán, o han secuestrado a tres catalanes en  el Sahel, o han intentado explotar un avión cargado de pasajeros, o  matar al dibujante de las caricaturas danesas, o directamente han matado  en todas partes donde han podido, todo lo han hecho… porque existe el  problema palestino y porque hay hambre en el mundo. ¡Felices aquellos  que gozan de la paz de los simples, porque de ellos será el reino de la  estupidez! Para empezar, pues, el año con la directa puesta, me permito  dedicar este artículo a desmontar estos tópicos sudados, cuya utilidad  es perfectamente descriptible.
Primero, la  ideología totalitaria fundamentalista que subyace en el terrorismo  islámico no nace del hambre y la desesperación, sino que los usa para su  beneficio. Probablemente, de todas las ideologías totalitarias, esta es  la que mueve más dinero y más recursos. De ahí que la mayoría de los  grandes ideólogos del yihadismo, desde principios del siglo XX hasta  nuestros días, sean tipos nacidos en cunas de grandes fortunas. Por  supuesto, el hambre facilita a pobres seres para convertirlos en bombas  humanas, y la falta de expectativas da alas a la idea gloriosa del  martirio. Pero este terrorismo es de ricos, nacido entre ricos y  financiado por ricos, y es la mezcla de la riqueza, la tecnología del  siglo XXI y el cerebro del XIII lo que lo convierte en tan exitoso y  letal. Por poner un ejemplo, ¿han visto las imágenes de los ejércitos de  Al Qaeda en la pobre Somalia? Tecnología sofisticada, movimiento de  capitales, adiestramiento ideológico y militar, nada de lo que atañe al  terrorismo islámico es de pobres, y nada de ello surge de la pobreza.
Segundo, no nace  de los conflictos nacionales no resueltos, como Cachemira o Palestina,  aunque los usa, pero es muy anterior a ellos. Este fenómeno no concibe  el mundo tal como lo dejó la Revolución Francesa, sino como lo dejó el  califato de los omeyas, y su aspiración no es formar parte de la Liga de  Naciones, sino convertir toda la Liga en territorio de la Uma  musulmana. Es una ideología, no una causa. Es imperialista, no nacional.  Es teocrático, pero su amor por la muerte lo convierte en nihilista. Y  es feudal para vivir, pero es moderno para morir y matar. Finalmente, lo  peor es lo que no vemos.
Vemos la yihad  bélica, cuya capacidad mortífera ama los objetivos civiles, para sembrar  el terror perfecto. Pero es más peligrosa la yihad ideológica. Décadas  de países como Arabia Saudí financiando por todo el mundo un islamismo  antioccidental y fanático sólo podían traer la locura actual. Ellos son  el nido donde la serpiente ha crecido y se ha mundializado. Es cierto  que con una mano nos ayudan a combatir a Al Qaeda, pero con la otra nos  llenan las mezquitas de fanatismo. ¿Son pues parte de la solución? Son  el inicio del problema.
		
























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