El presidente Rodríguez Zapatero ha hecho unas declaraciones en Israel en las que afirma que en España no hay antisemitismo, que esa actitud era propia del Franquismo pero ajena a la actual sociedad española y se ha quedado tan tranquilo. Recuerdo que de pequeño nos repetían aquello de «primero se piensa y después se habla» o «la ignorancia es osada». La gente de la generación de mis padres no había sido reeducada por los nuevos pedagogos y ejercían sobre todos nosotros una influencia «castrante y autoritaria». El resultado está a la vista, damos vueltas a los problemas y nos cuidamos mucho de hablar de lo que no sabemos. Yo envidio a mi presidente. Puede decir cualquier estupidez, y dice muchas, y eso no le afecta en absoluto. Carece del mínimo pudor intelectual, lo que supongo será considerado por esos mismos nuevos pedagogos como todo un avance, porque le evitará sufrir depresiones, angustias y cualquier otra enfermedad del alma vinculada con la conciencia.
Desde que España existe, de forma más o menos precisa, ha habido antisemitismo. Durante siglos fue una típica reacción de rechazo «al otro», al que no quiere integrarse plenamente en el grupo. Podía tener un mayor o menor condimento religioso. «El otro» era responsable de que unos judíos crucificaran a Jesús de Nazaret, como si las culpas fueran hereditarias o los apóstoles, discípulos y primeros creyentes hubieran sido tracios. Ese antisemitismo clásico ha ido desapareciendo en la medida en que los propios judíos han abandonado el judaísmo y los cristianos el cristianismo. Ya no son «otros». Son iguales a nosotros, se comportan de la misma manera y, por lo tanto, ya no se vive la convivencia como un problema. Pero eso no quiere decir que el antisemitismo haya desaparecido, sino que ha cambiado.
Hoy el antisemitismo no se dirige contra ese «otro» que practica una religión diferente y vive en un entorno cultural parcialmente distinto, sino contra esa «otra» forma de ser occidental que representa el estado de Israel. Europa ha abrazado el relativismo y rechaza, con mayor o menor vergüenza, su pasado. Ya no tiene fe en que la razón le ayude a comprender la realidad y renuncia a distinguir el bien del mal, lo justo de lo injusto. El uso de la fuerza le parece inaceptable, más aún cuando no sabe qué es lo que tiene que defender. En este contexto Israel representa los valores de la Europa que rechazamos: saben que quieren ser una nación, saben que quieren preservar su milenario legado cultural, están dispuestos a hacerlo en medio del Islam y a pesar de todos los problemas que ello conlleve y, aquí llega lo peor, están dispuestos a usar las armas para defender su soberanía, su libertad y el conjunto de sus valores.
Israel es el «otro» porque representa la vieja Europa, todo aquello en lo que creímos y ahora rechazamos y nos avergüenza. De nuevo los judíos, en realidad sólo una parte, se distinguen del resto avalando un experimento estigmatizado. Hoy hay antisemitismo en Europa, y muy particularmente en España, porque se rechaza esa forma de ser. Se apoyará formalmente su existencia, aunque se considere un estorbo, pero nunca se aceptarán sus acciones. Israel tiene derecho a existir, se piensa o incluso se dice, si cede ante las demandas árabes y llega a un entendimiento con ellos. Pero eso no es posible, porque esas demandas pasan por su inviabilidad como estado.
Apoyar a Hezboláh en la guerra contra Israel no sólo fue una irresponsabilidad y otro ejemplo de apoyo al terrorismo por parte de nuestro Presidente, fue además un acto claro de antisemitismo. Es sólo un caso, podríamos citar otros muchos por parte de nuestros gobernantes. Es muy fácil «ponerse estupendo» en el Museo del Holocausto y decir unas cuantas palabras inconexas pero altisonantes. Hoy el problema no está en los campos de exterminio levantados en el corazón de la Vieja Europa sino en Oriente Medio, donde una nación democrática trata de lograr cosas tan sorprendentes como unas fronteras, seguridad y paz. ¿Tan difícil resulta a esta izquierda post-socialista aceptar el derecho de Israel a ser y a defender su soberanía y su libertad?
http://www.abc.es/blogs/florentino-portero/default.asp
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