Una de las preguntas más pertinentes cuando se habla de genocidio es la de cómo ha sido posible que en tantos casos poblaciones enteras hayan caído en una locura de tal magnitud como para emprender, sin restricción moral alguna, atroces matanzas sistemáticas de hombres, mujeres y niños.
La inclemencia que caracteriza a los comportamientos individuales y colectivos de la parte que perpetra un genocidio es motivo de análisis para dar cuenta de cómo sociedades aparentemente civilizadas y decentes pueden convertirse en famélicas asesinas de multitudes a las que, de algún modo, perciben distintas y amenazantes.
Sobrevivientes de la Shoá estuvieron presentes en la conferencia sobre derechos humanos que se organizó en paralelo y como respuesta a la de Ginebra-Durban II. Ellos hablaron acerca de sus respectivas experiencias como víctimas de la barbarie nazi y dejaron en claro que esta clase de brutalidades no ocurre nunca en un vacío.
Se requiere obligadamente de una satanización previa del grupo a victimar, de tal forma que las matanzas sean ejecutadas bajo la convicción de que constituyen un acto de legítima defensa. Aniquilar a «los otros» pasa a ser así, en la subjetividad de los verdugos, un acto bueno, necesario y aun heroico.
La satanización no sólo permite que las potenciales víctimas sean vistas como una amenaza que obliga a actuar en legítima autodefensa. También justifica que se recurra en el discurso oficial a una deshumanización del enemigo con objeto de eliminar cualquier reticencia moral respecto a su exterminio.
Cuando una población entera es convencida mediante procesos complejos de lavado de cerebro de que el enemigo es un peligroso «subhumano», están dadas las condiciones para el inicio de un genocidio.
Así, en Alemania, la propaganda nazi difundió con éxito el concepto de que los judíos pertenecían a una «raza inferior». En el discurso oficial hitleriano éstos eran «ratas y parásitos inmundos», transmisores de las peores epidemias sociales que amenazaban con destruir los fundamentos de la civilización aria. En Wannsse alcanzó una reunión de dos horas organizada por las SS para decidir la Solución Final.
Si nos remontamos a la Edad Media encontraremos esquemas parecidos cuando los pogroms antijudíos eran legitimados como medidas de defensa ante el presunto envenenamiento de pozos de agua o el secuestro y asesinato de niños cristianos para utilizar su sangre con fines rituales.
Estos peculiares mecanismos de fomento de acciones genocidas siguen dándose en la actualidad en diversos ámbitos: difundir la negación del Holocausto, amenazar borrar a Israel del mapa, o demonizar y poner en duda su existencia son los ejemplos más tangibles. Su presencia debe ser sin duda una luz roja reconocida por la comunidad internacional a fin de neutralizarla por todos los medios posibles.
Habría que tener en cuenta que la labor de desmitificación y destrucción de prejuicios fundados en visiones monolíticas, xenófobas y excluyentes que demonizan a un pueblo entero enfrenta nuevos desafíos en esta era de globalización y alto desarrollo de las tecnologías de la comunicación.
El mundo interconectado de manera tan eficiente posee muchas ventajas, pero también genera, simultáneamente, el riesgo de que ideologías encargadas de fomentar visiones racistas y deshumanizadoras aprovechen esta eficiente conectividad para extender programas genocidas.
Fuente y reenvio: www.porisrael.org
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