MANDALAY, MYANMAR – Eran las 8 p.m. cuando salimos agotados pero satisfechos de la sala de operaciones. Se nos acercó una mujer, y aunque no pudimos entender lo que nos decía, sí pudimos ver por su expresión que nos estaba dando las gracias. Acabábamos de operar a su hija.
Esa escena estaba destinada a ser una de muchas similares; gratitud expresada por personas que, si no hubiera sido por nosotros, habrían perdido la vista y su lugar dentro de una sociedad empobrecida que no puede atender a sus pobres.
El Juramento Hipocrático que tomamos cuando nos graduamos de la escuela de medicina adquiere un nuevo significado en lugares como este.
Formábamos parte de una misión de siete personas que viajó a Myanmar patrocinada por Ojo Desde Sion, una organización humanitaria sin fines de lucro, fundada por el empresario israelí Nati Marcus con objeto de proporcionar asistencia médica a los necesitados del mundo.
Ojo Desde Sion cuenta con la cooperación de Mashav –la Agencia de Cooperación Internacional del Ministerio de RREE de Israel- del American Jewish Joint Distribution Cmmittee (JDC) y de Maguen David Adom, así como de Lentes Hanita (TEVA Group) y de numerosos organismos comerciales y privados.
Nuestro destino: Myanmar. Con fronteras con Tailandia, Laos, China, Inda y Bangladesh, Myanmar es un país pobre gobernado por una junta militar, un régimen que ha dejado al país aislado de Occidente. La única ayuda que recibe proviene de fundaciones privadas y de voluntarios independientes.
Nuestra misión incluyó a cuatro cirujanos oftalmólogos: Dr. Tzvi Segal, director del departamento de Oftalmología del Centro Médico Nahariya; Dr. Samuel Levartovsky, director del Departamento de Oftalmología del Centro Médico Barzilai de Ashkelon; D. Nadav Belfair, oftalmólogo del Centro Médico Universitario Soroka de Beersheva y Dra. Nirit Bourla oftalmóloga del Centro Médico Jaim Sheba de Tel-Hashomer.
Se unieron a nosotros el técnico médico Hovav Nutman y el fotógrafo Vardi Kahana. Nati Marcus, fundador y presidente de Ojo Desde Sion, encabezó el equipo.
Bambú y apagones
Nuestro viaje comenzó en la ciudad de Pyapon, en el sur de Myanmar, una de las ciudades más severamente afectadas en 2008 por el ciclón Nargis.
Cerca del edificio principal del hospital local, bajo omnipresentes refugios de bambú, pudimos ver a decenas de pacientes esperándonos. No había quejas ni favoritismos; simplemente esperaban su turno pacientemente.
Dentro del hospital, filas y filas de camas de hierro pintadas de un blanco descascarado, llenaban cada sala. Debido a la ausencia de colchones los pacientes yacían sobre esteras colocadas sobre las camas. Las salas de operaciones compartían un único acondicionador de aire. Allí la temperatura podía superar los 30º centígrados, y empezamos a tener dudas acerca de si podíamos operar en tales condiciones.
Entre el desempaque del equipo y la preparación de las salas de operaciones, y con la humedad ya afectándonos, comenzamos a examinar pacientes, antes de las operaciones del día siguiente.
Después de preparar a los dos primeros pacientes encontramos dos cosas: primero, que una de las dos máquinas de facoemuslsificación utilizadas en cirugía de cataratas estaba rota, Y segundo, que el personal local de apoyo quirúrgico sólo hablaba el inglés más básico, lo que hacía muy difíciles las comunicaciones vitales.
Estábamos en medio de una operación cuando, de pronto, se apagaron las luces. Los apagones son comunes en Myanmar, y el equipo médico local tenía linternas prontas para iluminar el campo operatorio, pero ayudaron poco, ya que no podían ocupar el lugar del muy necesario microscopio de iluminación. Así que nuestro único recurso fue esperar.
Nuestro día siguiente anunció otra maratón quirúrgica. Esta vez demostramos procedimientos para beneficio de los médicos locales en la esperanza de que todo conocimiento que pudiéramos compartir les ayudaría a atender mejor a sus pacientes.
Después de una intensa semana dijimos adiós a Pyapon y viajamos a Mandalay, la segunda mayor ciudad de Myanmar.
Emociones mezcladas en Mandalay
Llegamos a Mandalay un domingo y fuimos derecho hasta el hospital local. Después de conocer al personal del lugar y de instalarnos comenzamos a examinar a las decenas de pacientes que nos esperaban.
Pronto se nos unió Mou, la nurse principal, quien fue encargada de ayudarnos a comunicarnos con médicos y pacientes gracias a su inglés relativamente bueno. Aquí también encontramos que el personal hablaba sólo inglés básico, pero con Mou y sus enfermeras, muy eficientes, todo salió bien.
Pasamos nuestro tiempo en el hospital de Mandalay operando a pacientes y enseñando y asesorando al personal médico local.
Nuestra sensación de impotencia al ver casos en los que los pacientes que sufrían desprendimiento de retina estaban condenados a perder la vista simplemente debido a la falta de atención médica sólo se alivió algo por el hecho de que pudimos ayudar a pacientes que sufrían otros problemas, llevando a cabo operaciones para mejorar o salvar su vista.
El embajador israelí en Myanmar, Yaron Mayer, organizó una recepción especial para nosotros en nuestra última noche en Mandalay. Marcó el final de dos intensas semanas, después de las cuales volvimos a nuestras familias, a nuestras vidas y a nuestra práctica diaria de la medicina. Pero Myanmar, con su pueblo tan cálido y su belleza, que parece congelada en el tiempo, siempre estará en nuestros corazones.
Cortesia de Semanario Hebreo.
Reenvia: www.porisrael.org
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