Vaya esta reflexión previa para ver con malos ojos la filtración que, vía Wikileaks-, unos profesionales de la alcahuetería que están detrás del dinero como las moscas del dulce-, Al Jeezira hizo en estos días de las conversaciones entre palestinos e israelíes. Habida cuenta que no beneficia a unos ni a otros, rápidamente se le ve la pata a la sota. Cuervos del lenguaje, sólo los periodistas medran aquí, ya que viven de cadáveres ajenos y huelen lo podrido cuando las cosas aún no han madurado, seguramente porque el gran temor que sienten es quedarse desfasados, vender lo que en idish llamamos alte zaje, cosas viejas.
Son ellos, los periodistas, que oscilan entre el alarmismo y la desesperación mientras se beben el mejor de los whiskies y crían panza en las cómodas y cálidas redacciones, quienes viven del escándalo ajeno, la mayoría de las veces a distancia. Especialmente un tipo de periodismo que no sé llamar si hipócrita o mentiroso. Tal vez tenía razón Proust en su época cuando dijo aquello de : ´”Si leo la prensa tengo la sensación de que el mundo no cambia, pero cuando leo un libro todo vibra y se modifica ante mis ojos”. No está demás aclarar que se refería al tremendum que constituye el estilo actual de los medios informativos, más interesados en narrar desgracias y desastres que en felicitar a nuestra especie por los graduales logros que poco a poco pone a disposición de todos. Todos los periodistas se sienten un poco Zola y acusan, ignorando que no todas las causas son justas y que determinadas verdades políticas sólo pueden prosperar bien a la sombra.
Entre ellas, obviamente, las negociaciones entre palestinos e israelíes, tan delicadas y llenas de matices. Ambos pueblos tienen, en sus alas políticas extremas, miles de personas dispuestas a hacer fracasar cualquier acuerdo, por lo que lo mejor es ofrecerles la verdad sobre un pacto de estado cuando se llegue a él, no antes y mucho menos cuando aún no están todos los cabos atados. Resulta penoso observar hasta qué punto unos cuantos y orgullosos jueces en el papel o la pantalla, en su tendencia a destapar miserias y componendas, ignoran la máxima evangélica que dice que así también serán juzgados ellos después de haber rarificado la atmósfera que respiramos todos.
Ciertamente: el mundo subsiste por el secreto y es en secreto que trabajan los lámedvavniks o treinta y seis justos que sostienen este frágil universo nuestro. Pueden ser hombres o mujeres, jóvenes o incluso niños de cualquier raza o religión. En su humilde labor, siempre a la sombra, vuelven a erigir una y otra vez las casas que la mala prensa acaba de derruir. Por no saber, los pobres ni siquiera saben que son justos, ya que si lo supieran y se envanecieran por eso, el Creador los destituiría de inmediato. Me pregunto por qué no lo hace con los alcahuetes de turno. La realidad no cambia porque yo le abra las tripas, cambia cuando respeto la digestión de los demás.
Difusión: www.porisrael.org
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