Mario Satz
Casi no existen hechos históricos en los cuales el vencido en una guerra imponga condiciones al vencedor, y no por falta de voluntad de las partes, sino porque la raíz biológica, conductual de ese hecho, presente también en los combates animales, por ejemplo entre los lobos, hace que el vencido reclame en cierto modo el perdón al vencedor y salve, de ese modo, su vida poniéndose panza arriba y exhibiendo su flanco más débil. Para que el resultado del combate sea, entonces, incruento, es preciso que el vencido acepte tanto que participó en una lucha y la perdió, como también que no volverá a agredir en el futuro a su vencedor. Por pueril y simple que parezca este ejemplo, es interesante considerarlo a la luz del mundo árabe e islámico, el cual gana, incluso, los combates que pierde. Todavía están, muchas personas en su seno, digiriendo la expulsión de España y Al-Andalus. Todavía sueñan con Saladino, aún esgrimen, musulmanes de aquí y de allá, el modelo conquistador de Mahoma, y son pocos los que miran críticamente su propia involución histórica y psicológica.
Si los chinos miraran al pasado nunca hubiesen llegado a ser lo que hoy son, una potencia comercial e industrial. Si los japoneses no hubieran aceptado su derrota ante los Aliados ni hubiesen aprovechado su ayuda en la post-guerra, tal vez no hubieran crecido y desarrollado su impresionante cultura tecnológica actual, eso para no hablar de la Alemania destruida de la década del cuarenta del siglo pasado, rehecha a fuerza de reconocer sus errores y su responsabilidad en la contienda. Ejemplos en los que el señor Bashar al- Assad no repara cuando pide que Israel le devuelva el Golán antes de ponerse a negociar. Podría parecer un chiste, una broma de mal gusto, pero no lo es. Se trata, simplemente, de un craso error óptico, una postura de bravucón intransigente. Si, por ejemplo, y con un poco más de sagacidad, dijese, por ejemplo: reconozco mi error, quiero que hablemos acerca de qué estoy dispuesto a reconocer y qué estoy dispuesto a ceder a cambio de parte del Golán, nuestra tierra, una actitud de esa naturaleza ablandaría a los más duros de los israelíes y excitaría tanto el ánimo de los más conciliadores que se crearía una clara atmósfera de diálogo y buena disposición judía inclinada a reconsiderar su relación con Siria.
Mientras eso no ocurra, y el lenguaje sea “dadme lo mío antes de hablar”, será el señor Assad nada, el genio de los vendedores de humo. Es maravilloso que en las Mil y una noches la simple frase de ¡ábrete sésamo! elimine las barreras de piedra que impiden acceder a los tesoros ocultos, pero en la triste realidad del día a día no hay sésamo que valga y quien toma su deseo por verdad irrevocable corre el peligro no saber a quién tiene enfrente. Israel sabe que el Golán, erigido hoy en joya del desarrollo agrícola, fruto del esfuerzo judío y la voluntad todavía pionera de cientos de personas, deberá, tarde o temprano, ser restituido a los sirios al menos parcialmente. Son los sirios lo que no comprenden que no pueden tener lo que perdieron en una guerra que ellos provocaron. Es el señor Bashar al-Assad el que no ha entendido aún que aliarse con los peores enemigos del estado judío es un mal precedente y la causa principal de la desconfianza de sus vecinos. La pregunta del millón es ¿Por qué le cuesta tanto ponerse panza arriba y esbozar el sincero gesto de los vencidos? ¿Por qué le cuesta tanto confesar su debilidad y aceptar que el empuje arrollador de su vecino puede ayudarle a ponerse nuevamente en pie? ¿Tiene miedo de perecer como Sadat bajo el fuego integrista? Desde aquí le recomendamos que repase El príncipe de Maquiavelo y estudie los casos en los que ceder cuando uno querría hacer lo contrario afianza nuestra continuidad más allá de lo previsible. Desde aquí le decimos que nada y todo son conceptos metafísicos, en cualquier caso poéticos. A todas las luces inútiles cuando uno es adulto y descubre que todo acuerdo humano es siempre una transacción entre nuestras fuerzas y nuestras debilidades. Nuestros dones y nuestras carencias.
Mario Satz
*Poeta, narrador, ensayista y traductor, nació en Coronel Pringles, Buenos Aires, en el seno de una familia de origen hebreo. En 1970 se trasladó a Jerusalén para estudiar Kabbalah y en 1978 se estableció en Barcelona, donde se licenció en Filología Hispánica. Hoy combina la realización de seminarios sobre Kabbalah con su profesión de escritor.Incansable viajero, ha recorrido Estados Unidos, buena parte de Sudamérica, Europa e Israel.
Difusion: www.porisrael.org
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